Van dos ocasiones en que policías enviados a Cúcuta de manera temporal demuestran que sí es posible ejercer control sobre el delito, como el contrabando, o sobre los miles de infractores de las normas de tránsito, que por ratos hacen de esta una ciudad casi invivible.

Primero fue el general Gustavo Moreno Maldonado, que en muy pocos días y desde su posición como director de la Policía Fiscal y Aduanera (Polfa), por orden del presidente Santos, logró poner contrabando y contrabandistas contra la pared.

Desde su llegada identificó la cultura de la ilegalidad en la que se cumplen muchas de las actividades normales de una sociedad para la que las leyes no son lo mismo que para la gente del resto del país, normas de obligatorio cumplimiento.

Ahora es un puñado de policías especialistas en asuntos de tránsito, y que cumplen una tarea que, en una semana, ha demostrado que sí se puede ejercer el control necesario en las calles y obligar a los conductores de motos y de carros a someterse a los mandatos del Estado.

Estos policías no son más que agentes del orden que no ceden a tentaciones ni hacen favores a quienes violan las normas de tránsito: cumplen con su obligación de sancionar a los transgresores y de salvaguardar la integridad física de peatones y, también, de conductores.

Más de 3.760 órdenes de comparendo a conductores y la inmovilización de 883 vehículos son cifras que, con los policías locales, jamás se alcanzarán en solo una semana, como lo han logrado estos policías dirigidos por el mayor Félix Clavijo.

Estos dos ejemplos demuestran con toda claridad que en Cúcuta sí es posible que la ciudadanía cumpla con las leyes y que se desvirtúe el manido argumento de que “aquí las cosas se han hecho siempre así”, aunque estén en contra de la lógica y del ordenamiento jurídico.

Sin embargo, no todo ha sido éxito. Bastó que Moreno se fuera, para que la lucha de Polfa a la manera como él la dirigió, quedara en nada. Otra vez en la calle hay contrabando, otra vez han cobrado fuerza las ventas de carne y de gasolina de contrabando.

Ojalá cuando Clavijo y sus drásticos muchachos se vayan, no regrese el caos a las calles y no vuelva a ocurrir que cada motociclista o cada automovilista hace lo que le viene en gana. Pero, la verdad, es lo más probable.

Algo sucede con los policías de Cúcuta. Algo que los neutraliza, que permite que las leyes sean papel ajado y que la sociedad contemporice con el delito, “porque aquí es así”.

Por ahora, hay que confiar en que la promesa del coronel Yesid Arango de recuperar para la ciudadanía el espacio público, al precio que sea, resulte cierta. No hay explicación lógica alguna de por qué la Policía permite que las calles sean propiedad privada de vendedores, mecánicos, taxistas, delincuentes, restauranteros y, en fin, toda una plaga de abusivos y vividores que hacen negocio con lo que es de todos.

Cúcuta confía en Arango, pero también exige una respuesta de por qué, de ordinario, la Policía permite tanta ilegalidad, tanto abuso, tanta informalidad, tanta delincuencia...