Además de obligar a que por esta época todos los papás gasten cada año pequeñas fortunas, ¿para qué más se necesita el cerro de cuadernos que en las escuelas se exige a cada niño, aún aquel que llega por primera vez a un aula?

Más claro: ¿para qué les sirven tantos cuadernos a un niño, si al final del año escolar se comprueba que solo fueron usadas unas cuantas hojas, y que lo que contienen se pudo hacer de otro modo, con igual o quizás mejor resultado?

En serio, en los primeros años de escuela, ¿no es suficiente un cuaderno solamente? ¿Qué tantas cosas tiene que escribir un niño que no sabe escribir y que, por razón de las circunstancias, lo hará más tarde y quizás por siempre en los teclados de sus dispositivos electrónicos?

Es posible que se argumente que sin un cuaderno el niño no aprende en la escuela a expresarse de manera escrita, algo fundamental en la vida social. Este es un argumento válido, para un niño que no conoce las letras y deberá conocerlas por el resto de su vida. Pero, ¿si hasta ahora está aprendiendo a escribir, para qué necesita más de un cuaderno? ¿Qué puede anotar en todos ellos un analfabeta?

Después de que sabe escribir, sin importar la calidad de su letra —algo que, para fines prácticos, poco importa— ¿son necesarios los cuadernos, cuando en el mundo entero se impuso o se está imponiendo el teclado?

Es imprescindible, claro que la persona sepa escribir a mano. Pero, ahora, también lo es que pueda utilizar con suficiencia los teclados.

En este sentido, cuando el niño ya aprendió a escribir, le será mucho más útil recibir lecciones de mecanografía, lo que deberá traer como consecuencia que los cuadernos se hagan innecesarios.

En la práctica, la enorme mayoría de los estudiantes de todos los grados se limita a usar unas cuantas páginas de sus cuadernos para sus apuntes de clase.

En Finlandia, que se toma siempre de ejemplo cuando se hace referencia a educación avanzada, el cuaderno no existe, y después de aprender a escribir en el llamado modo imprenta —escribir a mano permite desarrollar y fortalecer algunas habilidades motoras—, salta a los teclados en su segundo curso.

Sin cuadernos es mucho más fácil la vida para todos, pero, en especial, para los papás, que angustiados ante la cuesta económica de enero, no duermen, por razón de que no saben dónde encontrar el dinero para el cerro de cuadernos y los demás útiles escolar.

¿Cuál será el Congresista, ojalá de Norte de Santander, que le meta el diente a este duro asunto de los cuadernos, cuyos productores ahora distinguen, como a los carros, por gamas: baja, media y alta, con la consecuente escala de precios, y propicie cambios como el de reducir drásticamente la enorme cantidad de papel de cuadernos desperdiciado cada año? Porque el cuaderno de este año no servirá para el próximo, así solo tenga un par de páginas usadas…

Pero, si no se piensa en los papás, se puede pensar en los niños, y en todos los problemas que les acarrea la costumbre de tener que cargar con extraordinarios pesos representados en sus mochilas repletas de cuadernos sin usar.

¿Tiene esto algo de lógica?