Si aún quedaba alguien en el mundo con dudas sobre la apabullante capacidad de propagación y contagio del coronavirus, así como de su demoledora letalidad, seguramente no ha salido de su asombro y estupor con las noticias sobre la llegada de la pandemia a la Casa Blanca para atrapar al hombre más poderoso de la tierra, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a su esposa Melania y a su círculo más cercano de asesores y funcionarios.

Ha sido contundente el tapaboca dado a los incrédulos y escépticos, desde los más encopetados y hasta ahora inalcanzables como el señor Trump, hasta los más humildes y menesterosos  habitantes de nuestros países pobres o en vías de desarrollo.

El coronavirus nos tiene de rodillas contra la pared. En seis meses ha causado la muerte de más de un millón de personas y ha llegado a todos los sectores y actividades del planeta, arrasándolas o arruinándolas sin piedad. Los datos y cifras de autoridades, asociaciones médicas y científicas y de publicaciones especializadas de todo el planeta no pueden ser más desoladores:

Desde 1870 no se había presentado una recesión económica en tantos países y en forma simultánea.

En cubrimiento de salud, “en 23 semanas se retrocedieron 25 años”.

En esas mismas 23 semanas, 105 millones de personas han caído por debajo de la línea de pobreza.

El costo de la pandemia para la humanidad a finales de 2021 va a alcanzar el 15 por ciento (12 billones de dólares) del Producto Interno Bruto Mundial (81 billones de dólares).

El costo económico de la pandemia ha resultado catastrófico al compararlo con el costo de vidas. En un año mueren cerca de 20 millones de personas de infarto y cerca de 10 millones más de cáncer.

La ONU calcula que el número de muertes por hambre derivadas directamente de la crisis económica desatada por el coronavirus es superior al número de muertos por la infección del virus.

Otras cifras son también escalofriantes: 60 millones de personas contagiadas en la India; 34 millones de empleos perdidos en los últimos meses en América Latina y el Caribe; más de 200.000 muertos en Estados Unidos; 60.000 personas cesantes en las últimas horas también en Estados Unidos; cambios sustanciales en los hábitos, costumbres, actitudes y comportamientos de la sociedad, e incalculables los daños causados a la salud mental de millones de personas.

Los estragos en Colombia han sido también múltiples y desastrosos. En poco tiempo la pandemia ha matado en número, casi el triple de los homicidios que se registran en nuestro violento país. Según estudios e investigaciones del Dane, la COVID-19 se convirtió en la segunda causa de muerte, tanto para hombres como para mujeres. De los 150.114 decesos registrados entre enero y julio de este año, el 11,21 por ciento (16.832), fueron consecuencia del nuevo coronavirus. La investigación del DANE permitió establecer también que por cada homicidio, tanto en hombres y mujeres, hubo tres muertes relacionadas con la pandemia. “Una situación inesperada y fuera de lo común para una patología recién conocida”, según los expertos.

Podríamos seguir enumerando más cifras y estadísticas y hacer muchas otras consideraciones y reflexiones sobre la magnitud y el alcance global de la espantosa tragedia que estamos viviendo. Creemos, sin embargo, que por ahora es pertinente seguir machacando sobre la necesidad de cumplir los protocolos de bioseguridad y acatar las recomendaciones e instrucciones de las autoridades de salud para evitar más contagios que solo producen muerte, dolor y sufrimiento. 

A seguir con el autocuidado. No hay más remedio.