Es la sexta ciudad del país por donde la analicen, salvo, claro por las graves consecuencias de la corrupción oficial y la microcefalia con la que se le gobierna. Hablamos de Cúcuta, de nuestra Cúcuta, una ciudad a la que aman mucho más los foráneos que algunos de sus gobernantes, la urbe desesperada que ya no soporta más sus muchos y enormes problemas insolutos.

La misma Cúcuta a la que maltratan todos, incluso sus gobernantes.

Es una ciudad que se hizo grande a ojos vista de todos, menos de quienes la han manejado pensando en otros intereses menos en los de la comunidad. Es una ciudad  más importante que muchas capitales mundiales, pero tratada como si fuera una aldea africana: al antojo de unos pocos que se creen sus dueños.

Ayer Cúcuta vivió un evento que se realiza en muchas otras ciudades del mundo: la media maratón, que congregó a un sinnúmero de ciudadanos en las calles para poner a prueba su resistencia física. Es un evento que a futuro puede convertirse en un buen atractivo para sumar visitantes, amantes del deporte, esos  que van de destino en destino corriendo. 

Fue también un evento que le hizo buena prensa a Cúcuta, pues por primera vez en mucho tiempo, muchos hablaban de la media maratón y no de los problemas migratorios, de crisis social y económica que vivimos y que son el tema recurrente por el cual nos identifican.

Por eso, no se trata de demeritar la realización de un evento enfocado en incentivar el deporte y organizado no solo para que se luzcan un puñado de atletas y una cadena de firmas comerciales, sino lo suficiente atractivo para que la gente salga, tal vez por única vez en su vida, a ejercitarse.

Se trata de reconocer que el evento de ayer, con todas sus bondades, tuvo un gran lunar, y fue el asunto de la movilidad, pues por cuenta de la carrera cerraron todas las vías importantes de la ciudad, generando un bloqueo inquebrantable para todos. 

¿Qué excusa le van a dar, los organizadores y las autoridades, a la persona que, en alguna situación crítica, era conducida a las 7:45 de la mañana hacia algún centro asistencial, y en el sector de la nueva Fiscalía le impidieron pasar y obligaron a regresarse?

O a los miles de cucuteños que tenían que trabajar —porque, por si alguno no lo sabía, hay que decirle que en una ciudad de la importancia de Cúcuta hay gente que sí trabaja, incluso los domingos— y que no pudieron llegar a sus puestos de trabajo? ¿Y a los restauranteros que tienen en el desayuno dominical de las familias una fuente importante de ingresos?

¿O a los pasajeros del aeropuerto, que tuvieron que ir y venir a pie, maleta al hombro, porque no había otra forma de hacerlo?

La gran falla estuvo en no organizar los recorridos por otros sectores de manera que al menos una de las vías arteria de Cúcuta hubiera quedado abierta para permitir el paso de los ciudadanos. 

¿Por qué no usar, por ejemplo, parte del anillo vial y algunas calles secundarias? ¿Por qué las avenidas, únicas vías de Cúcuta para movilizarse más o menos sin problemas?

Es una lástima que una forma de estimular el deporte como esta termine empañada por un problema logístico, ese estímulo del deporte que debería hacerse más aquí: destinar muchos recursos del estado, que está obligado a ello, para establecer escuelas de formación a donde vayan los jóvenes a aprender deportes y a ser cada día mejores; destinar espacios para canchas de todas las disciplinas, aunque no estén revestidas de materiales sintéticos y cubiertas con techo.Estimular el deporte es tener una política pública con ese objetivo, política que siempre sea prioritaria, como educación que es.

Cúcuta merece respeto, siempre lo hemos dicho. Y lo hemos exigido de parte del Gobierno Nacional. Pero ¿cómo pretenderlo de los demás, si nosotros mismos no respetamos a esta ciudad que un día de estos se va a cansar de soportar tanto?