No es porque sea argentino. Es porque para los chilenos, el papa fue una contradicción con solideo, muceta y sotana blanquísimos, contradicción dolorosa, y mucho, pues esperaban que al final de su visita el balance de coherencia entre lo que dijo y lo que hizo fuera, de verdad, contundente, convincente.

Porque, consciente del impacto negativo que tuvieron en la Iglesia católica chilena y en el Vaticano los casos de abusos sexuales cometidos por curas de este país sudamericano, no más al llegar a Santiago, Francisco expresó su vergüenza y su dolor por el ‘daño irreparable’ causado a los niños por religiosos pederastas.

Además, pidió con vehemencia acompañar a las víctimas y tomar medidas para que estos hechos dolorosos no se repitan jamás. La vehemencia del discurso de Francisco en su encuentro con la sociedad civil en el palacio presidencial fue considerada, sin embargo, insuficiente por las víctimas y las organizaciones que luchan contra ese flagelo.

Lo aplaudieron, claro, porque los buenos modales así lo imponían, pero, en muchos chilenos era evidente el gran temor de que quizás lo escrito con la mano    del pastor terminara borrado por el codo del pontífice. Y ocurrió.

Chile es un país equilibrado entre creyentes, ateos y agnósticos. Y muchos miles cambiaron su serenidad por indignación e ira, cuando pocas horas después, en una misa concelebrada de Francisco con los obispos, vieron allí, entre ellos, al obispo de Osorno, Juan Barros, cuya expulsión de la Iglesia católica han pedido, por muchos medios, los chilenos.

Barros es señalado como encubridor del escandaloso caso del cura Fernando Karadima, considerado un depredador sexual infantil de primera línea y expulsado de la Iglesia en 2010. Barros fue alumno de Karadima, y hace dos años, Francisco lo designó obispo, en medio de encendidas protestas de quienes consideraban que el papa, una de las personas mejor informadas de la Tierra, no podía ignorar quien era Karadima.

Por eso, la misa, a la que se esperaban unas 400 mil personas, solamente estuvo acompañada por unas 200 mil, mientras en las redes sociales las víctimas ponían toda su furia en sus mensajes. “El papa pide perdón, pero el encubridor de Karadima está en el parque O’Higgins, mientras que a las víctimas no las recibió’, escribió el abusado Víctor Pacheco.

La protesta más enconada vino de la ex primera dama Marta Olarraechea, la esposa del expresidente Eduardo Frei. ‘Fue un oprobio tremendo al mandar a Juan Barros acá, una persona que sí tuvo que ver y que fue testigo de los abusos (de Fernando Karadima) y no hizo nada”.

Agregó: ‘el papa no quiere a este país, no ha ido nunca a Argentina. Es un Papa curioso, he estado con él y no tiene ningún cariño por Chile”.

Y remató: “A mí el Papa no me gusta para nada, es un tipo que en el fondo es más cerrado, es humilde de la boca para afuera”.

La respuesta del papa fue más desafiante: ‘No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?’.

En verdad, no es porque sea argentino. Es porque lo consideran incoherente.