Si había alguna esperanza de que la realidad de la frontera volviera a ser como antes del sorpresivo y traumático cierre ordenado por el presidente Nicolás Maduro, se tiene que disipar. Ojalá para siempre.

Según Maduro, “la frontera debe mantenerse como está, de esta forma en que está hoy, controlada, máximo control”, como fórmula que válida para evitar que “mafias respaldadas por grupos paramilitares” sigan llegando a Venezuela a “comprar cosechas completas”.

Desde su óptica, Maduro tiene toda la razón: como gobernante, no puede permitir que los recursos del estado venezolano, irrigados en subsidios para los alimentos, entre otros aspectos, se fuguen del país a través de la frontera hueca y favorezcan a muchos colombianos. No a todos, queda claro, pero los suficientes como para generar allá desabastecimiento.

Desde luego, un cierre total e indefinido de la frontera no conviene a los dos países, pues hay muchos aspectos de la relación bilateral que necesitan que las circunstancias sean diferentes.

Sin embargo, mientras el contrabando, tanto de gasolina como de todo tipo de mercancías, hacia allá y hacia acá, permanezca neutralizado, todo irá mejor en especial en Cúcuta y Norte de Santander.

Porque hace rato llegó la hora de que esta región aprenda a vivir sin esa dependencia asistencialista y malsana de Venezuela y de estar sometida al capricho veleidoso de mandatarios extranjeros, que como recurso primero tienen el de cerrar, no el paso de personas y mercancías, sino de intentar bloquear a Colombia.Pero, obviamente, el contrabando no ha cesado. Su disminución apenas se hace evidente en cosas triviales.

Gasolina, carne, artículos de aseo, alimentos y medicinas siguen llegando por los tradicionales pasos de las trochas. Y la situación continuará así, e incluso podrá incrementarse, mientras en Venezuela se piense que los controles solo deben establecerse en Colombia. Pero, la lógica elemental lo indica así, si a un país llegan mercancías ilegales desde el país vecino, es porque allá las dejan pasar, sin intentar evitarlo.

Hace algunas horas, Maduro habló en torno del contrabando, y prometió que acabará con el bachaqueo (contrabando en pequeñas cantidades) como sea, y anunció controles para las cadenas venezolanas de tiendas, públicas y no, que al parecer están corruptas y son responsables de que mucha parte de la comida importada y subsidiada por el Estado no llegue a los consumidores venezolanos.

Quizás esa actitud de estar mirando hacia Caracas en busca de beneficios sea la razón por la cual Bogotá mira con desdén a Cúcuta y a Norte de Santander y los tranquiliza con anuncios que, casi siempre, son cortoplacistas y no de fondo.

En el caso de los pimpineros, quizás el más emblemático de la crisis que se desató con el cierre, hay soluciones que el gobierno ha planteado, pero que no aceptan ellos, porque esos proyectos no son totalmente gratuitos, las familias se tendrán que acostumbrar, más temprano que tarde, a vivir de ingresos legales.

Igual deberán hacer centenares de comerciantes legales, que aprovechan el río revuelto de los pasos abiertos, para ajustar sus ingresos con ilegalidades.

Los cucuteños sabemos trabajar, pero no lo hemos demostrado, porque es más fácil comprar muy barato y revender, sin mayor esfuerzo, que trajinar en un oficio común y corriente. Pero, querámoslo o no, parece que Maduro nos está haciendo un favor, al obligarnos a ser nosotros mismos, a no depender de nadie, ni siquiera de Bogotá, y a hacer nuestro propio destino.

Quizás no muchos cucuteños compartan este criterio, pero es la verdad. Lo más seguro es que, por mucho tiempo, las cosas ya no serán como hasta hace dos meses…