Cada vez que falla la electricidad, los venezolanos saben que han perdido mucho más que la luz en las bombillas, pues también se apagan los servicios de telefonía, la conexión a internet, el bombeo de agua potable, entre otros servicios.

Desde que los apagones se volvieron más seguidos y prolongados, el vecino país ha perdido unos 500 millones de dólares cada día que el gobierno supende actividades laborales, según estimaciones del Parlamento.

Aunque la mayoría de los venezolanos no cuentan con agua corriente todos los días, las tuberías pasan de húmedas a secas cuando surge un apagón y es imposible encender las bombas que disparan el líquido hacia las comunidades.

Por eso, el gobierno ha habilitado puntos de distribución de agua y cisternas, opción que algunos ciudadanos pagan de sus propios bolsillos con precios que superan los 200 dólares.

Casi la totalidad de los venezolanos usa proveedores locales de internet, cuyos soportes colapsan con los apagones.

Organizaciones no oficiales estiman que desde el 7 de marzo al menos en cinco oportunidades el 90 % de los internautas se ha quedado sin conexión. 

Con miles de autobuses paralizados por la falta de repuestos, los pocos colectivos que operan van abarrotados, mientras la mayoría se ve obligada a caminar varios kilómetros en medio de los cortes de luz.

Quienes cuentan con vehículo propio pasan horas en las pocas gasolineras que quedan operativas. En el caso de Caracas, el servicio subterráneo de Metro se cierra.

Por otra parte, los bancos cierran, los cajeros automáticos quedan inoperativos, los datáfonos generalmente colapsan y sin acceso a internet la banca en línea también se paraliza.

Venezuela registra escasez de dinero físico desde hace años y solo sirve para los pocos que cuentan con algunos billetes, locales o extranjeros.