Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.

Nadie ha hecho tan evidente esta revelación de Pablo Neruda como William Ospina. En su canción sobre la conquista, que comenzó con Las auroras de sangre y Úrsua, continuó en El país de la canela, y ahora concluye en La serpiente sin ojos, un gran poema épico que narra la conquista de América.

En esta larga jornada literaria tal vez se encuentran las claves de la condición humana, de las miserias originarias y también de las riquezas ocultas. William Ospina construyó un relato cuyo valor es múltiple y del cual el protagonista no es el oro que se llevaron, si no el que dejaron; la lengua, el idioma, las palabras. El autor lo ha dicho: “el protagonista es el lenguaje”.

En la obra se cuenta la aventura de aquellos que, siguiendo el camino del sol, llegaron a un lugar donde el agua y la selva gobernaban un nuevo mundo. Allí, en el destino del viento que los trajo, ocurre la dolorosa historia de quienes subieron por los ríos engañando a las mansas estirpes doblegadas ante la nitidez de los espejos y ante el brillo de los abalorios.

En esta trilogía que es la gran odisea de William Ospina, parece recrearse la afirmación de que América es geografía, con la cual un filósofo español trataba de señalar que aquí no había cultura ni tradición. Durante más de mil páginas, y en tres libros, se ve con asombro la extraordinaria paleta del autor, la indecible variedad de asuntos, de asombros, de conflictos, de perspicaces juegos entre la historia y la ficción, adivinanzas y deducciones, los hechos y la imaginación. Con La serpiente sin ojos concluye más de una década de trabajo sobre la historia nacional.