En el páramo habitan 41 especies de mamíferos, 54 de aves, 11 de reptiles, 10 de anfibios y seis de insectos. Cuenta con seis lagunas, en su mayoría de origen glacial, y cuatro turberas, terrenos fangosos captadores de agua.
Viaje al corazón de Almorzadero
eduardo.rozo@laopinion.com.co
Los cerros escarpados se asomaban a lo lejos y su majestuosidad cubría el frío ambiente. Llegar a la cima era la meta de Trino y la promesa de ver imponentes paisajes en el corazón de Almorzadero la motivación del grupo.
Rodeados de enormes montañas que por momentos parecían observar a los visitantes, tiritando por la ventisca que hacía contonear las plantas, e iluminados por el sol que salió de su escondite para abrigar el deseo de conocer la esencia del páramo de Almorzadero, fue el abrebocas a un recorrido lleno de contrastes.
Distante de Cúcuta 123 kilómetros y con un área de 44.000 hectáreas, el páramo de Almorzadero en Norte de Santander está anclado a los municipios de Chitagá y Labateca, contó Trino Rodríguez Parra, guía de la travesía y con quien nos habíamos encontrado un par de horas antes en el parque de Chitagá.
Allí, cargando un bolso sobre su espalda, con sombrero y un machete amarrado a su cintura se había presentado.
Tras subirse a la Vitara y saludar al conductor como queriéndole decir: agarre bien ese volante que lo que se viene es bueno, empezó a relatar las historias del páramo y a contar que la primera parada sería para conocer la laguna El Salado, una de las seis que se pueden apreciar en el área del páramo perteneciente a Norte de Santander.
Buena parte del recorrido sería en carro. El páramo quedó dividido por la Troncal del Norte, la antigua carretera que llevaba al interior del país.
El hecho, sinónimo de ‘desarrollo’, es una latente amenaza para el páramo y la riqueza en fauna y flora.
La amena charla con Trino, especialista en ordenamiento de cuencas hidrográficas y un declarado amante de los páramos, amainó cuando llegamos a la primera parada.
La comodidad del carro quedó a un lado y gorros y guantes de lana salieron al ruedo. Las dos horas de caminata para explorar la laguna El Salado y sus alrededores llegaron.
El gigantesco humedal de origen glacial ubicado en la vereda Presidente quedó grabado en la retina por siempre.
El lente del reportero gráfico empezó a buscar el mejor ángulo y todos, como niños estrenando pelota, no ocultaron ese sentimiento de felicidad que brota cuando algo llega al alma. Hasta la piel se erizó.
Trino aprovechó para contar que la Alcaldía de Chitagá tiene un proyecto para habilitar un sendero ecológico que les permita a los turistas recorrer el trío de lagunas: El Salado, El Tambor y Comagüeta, como estrategia para frenar el impacto de los visitantes, que dejan basuras (plásticos y latas de cerveza) regadas en los frágiles bosques paramunos.
Para ello se está formando a un grupo de guías y el objetivo es aprovechar la temporada seca en el páramo, que llega con el comienzo de año.
Las lagunas son ricas en biodiversidad y en ellas habitan truchas, las mismas que son características de los ríos que nacen en la zona, tales como el Chitagá y Valegrá.
El primero, de acuerdo con estudios de Corponor, es capaz de producir 17.500 litros de agua por segundo, en promedio. En Almorzadero, también nace el río Arauca.
La caminata por El Salado, terreno plano que parecía fácil de explorar, empezó a ‘cobrar peaje’, la respiración se agitó y tras tomar aire y parar un rato, se observó en el suelo cubierto de lama verde, un hoyo finamente hecho por un guache, ave que escarba para comer insectos.
El sonido del agua que caía con fuerza, con cada paso, se hacía más fuerte. Una cascada que en invierno maravilla al ojo humano, estaba a 10 metros. Para llegar, había que gatear por un túnel vegetal.
Al pie de la cascada las rocas negras y cubiertas de líquenes se fundían con el agua cristalina y el sol.
Estábamos a 3.350 metros de altura y Trino dio la señal para empezar el descenso.
Bosque de los muertos
De regreso, el guía recordó que Chitagá, históricamente, ha sido zona de guerrilla y que en Presidente fueron masacrados en mayo pasado 11 militares a manos del Eln.
Por cada uno de ellos, el ambientalista plantó 11 árboles nativos de ecosistemas alto andinos en el bosque de los muertos, como llama al lote de su propiedad en Chitagá y en el que desde hace 15 años planta un árbol por cada pariente que fallece o cada muerte violenta que le duele. A la fecha, en el bosque hay más de 153 árboles.
El primer árbol que plantó fue para su mamá. Desde entonces ha cumplido está labor de reforestación, con árboles que él mismo reproduce en un vivero que tiene cerca al coliseo de Chitagá.
Hasta allí lleva las semillas que recolecta en el páramo y cuando brotan y alcanzan los 25 centímetros de altura las lleva a un sitio definitivo.
Las especies vegetales de alta montaña, contó Trino, tienen un crecimiento lento. En el vivero hay encenillos, alisos, garrochos, siete cueros, duraznillos, robles y cedros de altura. Las más difíciles de reproducir son el mortiño y el romero. A los frailejones aún no se les ha medido.
Las plantas las utiliza para reforestar y contribuir a fabricar agua en el páramo. Dice que ha hecho más de 20 reforestaciones en quebradas, y no olvida los 4 arrayanes que plantó en 1989, para recordar la toma al pueblo y en la que murieron dos soldados y dos guerrilleros.
La cima
La segunda parada estaba a una hora de camino. El carro debía llegar hasta el sector conocido como Monumento, donde aún se aprecian los restos de una antigua mina de carbón mineral que fue cerrada por la presión ciudadana hace 15 años, época en la que se hicieron foros por la defensa de Almorzadero.
En la mina, rodeada de frailejones de gran tamaño y vegetación ‘enana’, típica del ecosistema paramero, se apreciaba una alfombra negra brillante, por el carbón que fue explotado hace algún tiempo. Actualmente, de acuerdo a los registros de Corponor, no hay minería a gran escala en la zona.
Al llegar a los 3.400 metros de altura, cada recorrido menguaba la respiración y los latidos del corazón se aceleraban. Y no era para menos, estábamos en el corazón de Almorzadero.
Como la carretera corta el bosque paramero, decidimos caminar por un tupido bosque de frailejones y de romeros, donde el tono naranja del suelo daba cuenta de la oxidación de la zona, indicador de conservación.
Almorzadero es un páramo rico en frailejones y en el punto más alto las montañas se pierden en el horizonte. Las vastas extensiones de vegetación cumplen su función de retener el agua que en las partes bajas nutre el suelo y provee el líquido para la supervivencia humana.
Pese a ser un páramo conservado, tiene amenazas. Desde la cima se aprecia la ampliación de la frontera agrícola, especialmente de cultivos de papa.
Luis Arsenio Conde, es uno de los campesinos que vive de este cultivo en la zona de amortiguación del páramo. Él, sin conocer el impacto que causa, ha tirado por años frascos de venenos (engeo principalmente) cerca de fuentes de agua.
Conde siembra cuatro hectáreas de papa y de ellas saca, por hectárea, 250 cargas que vende para el consumo de la zona. Él es consciente de que está contaminando, pero afirma que no sabe hacer más nada para ganarse la vida.
Hace 10 años, dijo, tenía cabras y ovejas y quemaba potreros para que el pasto brotara y sirviera de alimento a sus animales. Ahora, en esos lotes, las nacientes de agua se extinguieron.
La cima, templo del frailejón, la neblina, el agua y la riqueza en fauna y flora, donde las aves vuelan a sus anchas y los cóndores se asoman de vez en cuando, contrasta con la realidad de las partes bajas, donde las vacas pastan en bosques y se rascan con las delicadas hojas de los frailejones, las plantas especializadas en retener y soltar agua a medida que se necesita.
Almorzadero, símbolo de los chitaguenses, pide a gritos acciones conjuntas por su conservación.
VER VIDEO: https://www.youtube.com/watch?v=rdXGfQm7WTg
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