A David Bonells Rovira, por sus aportes literarios, se la hará un homenaje en el Banco de la República.
‘Nunca pretendí ser más allá del mejor poeta de mi barrio’

El cucuteño, David Bonells Rovira, es de esos hombres que encantan con el poder de la oratoria. Es modelo 1946, hijo de pamplonés y de ocañera. Escribe poesía, pinta, estudió sicología, pero fue en la arquitectura donde dejó volar su imaginación y desde este campo, ha hecho grandes aportes al desarrollo urbanístico de Cúcuta.
A Bonells, por sus aportes literarios, se la hará un homenaje el 5 de diciembre a las 5 de la tarde en el Banco de la República. La iniciativa es del Museo Norte de Santander y Ciudad de Cúcuta. Recientemente en Bogotá también lo homenajearon, por el medio siglo de existencia de su primera obra ‘La noche de madera’.
Él, quien se formó con el gran poeta Eduardo Cote Lamus, dijo que nunca pretendió ser más allá del mejor poeta del barrio, pero sus letras gustaron tanto que se salieron de la comuna.
En el ovalo uno de los libros firmados por Eduardo Cote Lamus.
¿Qué recuerda de su niñez y de su juventud?
Perdí dos veces sexto de bachillerato. No fue por mal estudiante, tenía actividades en el colegio que no eran compatibles. Ejemplo, en Estados Unidos si alguien es bueno en pesas, lo becan y lo meten al equipo olímpico. A los poetas, no los becan ni patrocinan, les reprueban los sextos. Me gradué de bachiller en el colegio Calasanz.
¿Cómo era la Cúcuta de antaño?
Esplendida. Una ciudad pequeña que se podía recorrer a pie, aún de noche, por sitios donde ahora no se puede transitar. Era de las más progresistas de Colombia según estudios del profesor Nieto Arteta.
¿Cómo cultivó la escritura, esa pasión que afloró en la época estudiantil?
Mi padre, Luis Carlos Bonells Rivera, fue un auténtico lector, le fascinaba y al morir dejó 20.000 volúmenes en la Biblioteca. El gran poeta Cote era vecino nuestro y mi padre le dijo: el hijo mío sufre de la misma enfermedad suya, escribe versos. Él, le dijo que fuera y le enseñé unos textos, me puso a hacer un soneto en decasílabos sin adjetivos y juicioso estudié e hice la tarea. Al revisarla me obsequió las obras de Quevedo y me dijo que leyera no libros buenos, sino excelentes. Así se fue cultivando y un día me dijo que enviará mi cuaderno de poemas al premio Gaitán Durán, le hice caso y siendo un muchacho de cuarto de bachillerato, me sorprendí al ganar ese reconocimiento. A esos trabajos compilados en un libro, los llamé: La noche de madera.
¿Vinieron más premios con La noche de madera?
El poeta Cote me recomendó con Eduardo Carranza y el maestro con especial afecto me recibió en Bogotá. Allí conocí a su hija, María Mercedes Carranza. Alguien inscribió mi libro en el Premio Nacional Guillermo Valencia, que reconocía a los mejores libros publicados anualmente. El primer puesto fue para el poeta Jorge Rojas con ‘Soledades’, el segundo lugar para Álvaro Mutis con ‘Maqroll el Gaviero’ y el tercer puesto para el muchacho, no tenía ni cédula para reclamar el premio. Lo que sucede a partir de allí (1965) fue muy lindo.
¿Qué significó conocer a Gonzalo Arango?
Él era un hombre increíble y publicó un libro glorioso: De la nada al nadaísmo, en el que incluyó a los 13 compañeros nadaistas, dentro de los cuales estaba yo y me describía así: Poeta en la frontera de Cúcuta y la soledad, de allá irradia una poesía turbadora, infalible, como una bala, en su libro La noche de madera, se revela como un poeta armado hasta la cacha. Ahora es el líder nadaista de las provincias del sur.
¿Poemas de Hojalata, su segundo libro?
Fue editado por mi amigo Manuel Zapata Olivella y Gonzalo Arango escribió un prólogo más que entrada de salida, pues habíamos tenido diferencias porque le había publicado en la revista Arco un artículo que se llamaba: Agonía del nadaísmo. Él, con un tono medio insolente escribió: Es aburrido presentar un libro y además peligroso, indispone al lector con una serie de teorías estéticas o supuestos morales que en definitiva contradicen el carácter desinteresado de la belleza o las verdades íntimas del autor. No haré eso con Bonells. Luego, plasmó: recién instaurado el Nadaísmo, David solitario se arrojó en la aventura de nuestra generación. Hoy, denuncia con cegadora lucidez, que después de 10 años, el nadaísmo aparece como un grupo literario condenado a pasar a la historia de la literatura y no del país como se pensaba.
¿Tras el camino recorrido, vienen los homenajes, como el de Bogotá?
Se editaron dos libros con motivo de los 50 años. Uno es ‘Poetas del 68, generación sin nombre’; un trabajo de Federico Díaz Granados lanzado por la Universidad Externado de Colombia. Mi amigo Roberto Burgos Cantor, Premio Nacional de Novela 2018, fallecido, sentó las bases para que se hiciera una antología crítica de la Generación sin nombre y la idea se consolidó con la escogencia de María Paz Guerrero, magister en literatura. Ese libro se lanzó hace tres semanas.
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