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Lunes, 22 Junio 2020 - 6:00am

No entiendo la escritura como profesión: Guillermo Maldonado

El pamplonés es autor de libros en diversos géneros y le dedica tiempo a la creación pictórica.

Archivo
Obra 'Jaula'. Elaborada en 2016 por Guillermo Maldonado (centro).
/ Foto: Archivo
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El ejercicio de escribir y de pensar es inherente a Guillermo Maldonado Pérez.  Es su situación o una condición para él gozosa. Nació en Pamplona y allí mismo hizo el camino hacia el conocimiento, encontró en la actividad literaria una especie de clave existencial y en ese escenario creció.

Es autor de libros en diversos géneros y adicionalmente le dedica tiempo a la creación pictórica. Ha sido merecedor del Premio Casa de las Américas de Cuba y de otros galardones.

La revista francesa Les Tamps Modernes, de Jean Paul Sartre, publicó uno de sus cuentos. 

En esta entrevista con La Opinión, Maldonado analiza la situación actual de la cultura en Colombia y en Norte de Santander.

(Sus obras reflejan un arte conceptual poético.)

¿En cuáles nuevos proyectos literarios está trabajando?

En word  tengo una baraja de escritos   - narrativa,  poesía, diversos  relatos,  situaciones, personajes, varios tiempos, etc.-  que extiendo  en la pantalla  y luego de tomarme  un café,  abro   uno de estos  textos,  escogido al dictado  del momento;  lo trabajo  hasta que el impulso se agota, cosa que suele suceder  pronto;  entonces paso a otro texto elegido  por la voz interior  y así  sucesivamente  doy vuelta a  todos.  Tal vez sea como visitar  casas de distintos  amigos, según se  elija cada día,   sin olvidar ninguno y  con igual interés.  Así estoy en la escritura de varios textos breves.  Corrijo una novela corta,   termino un libro de cuentos que tiene por  título El pintor de las monjas muertas y otras relatos,  y escribí  el guion de una película que proyectamos hacer con Henry Laguado, director del Festival de Cine de Bogotá. 

¿De sus obras escritas qué balance hace?

La escritura, la literatura,  está inscrita en el vivir, es inseparable de la vida  y como tal  lo tomo. No hay   sentido de ganancia o pérdida, triunfo o fracaso.   Es algo   de pensamiento y sentimiento que está  siempre presente,  en un ámbito interior  poblado de literatura; funciona  como  respirar,  recibir   aire y  proyectarlo para vivir. 

No entiendo la escritura como  profesión, a no ser que vivir pueda ser  profesión.  Pero es que la actividad del escribir no se reduce al  acto explícito de hacerlo. Se vive en estado de escritura permanente, en la lectura, en el ocio, despierto o en el sueño. Mirar el techo, por ejemplo,  como signo de inactividad total,  es, en cambio,   esencial para   el escritor, pues  de allí provienen  sus fuentes principales.

Hay admirables escritores disciplinados  que trabajan cierto  número de horas todos los días, y a este ritmo  publican una novela anual;  algunos de ellos son  jóvenes,  y con el paso de los años llegarán a sumar cincuenta   o más libros,  escritos a base de trabajo y oficio,  y mantener un mercado. No me interesa. 

Me daría vergüenza  publicar  tantos libros.   Con unos pocos, verdaderos,  me sentiría satisfecho. Una cantidad numerosa   de obras no me interesa sino en Balzac; él escribió noventa y tantas novelas, en cuarentena  permanente a causa de los acreedores,  todas  obras   geniales. 

¿Cómo ve los nuevos desarrollos de la literatura en Colombia?

Los colombianos casi todos somos escritores. (Cada vez más, lo que es muy bueno). La prueba de ello  es que no hay  entre nosotros nadie que desate más envidia que un escritor; ni siquiera un médico,  un abogado, un  ingeniero, etc.; ni  un rico que  podría ser, este sí,  objeto de envidia. Los pocos que no escriben en el país  son los Presidentes, los ministros, los gobernadores, los alcaldes, los políticos, que no tiene tiempo; debe  ser por esto  que en sus cargos son tan deficientes.

(Maldonado ha presentado sus exposiciones en el Museo Norte de Santander y Ciudad de Cúcuta.)

Empiezan a escribir cuando se pensionan, después de   veinte años de estar dedicados a hacer plata. Es un fenómeno que podría identificar a Colombia más que  sus rasgos o elementos folclóricos tradicionales. ¡Un país de veinte millones de escritores!  Muy chévere escribir, eso está bien. Lo   que ocurre es que una cosa es escribir, querer escribir – magnífico, repito-  y otra ser escritor. Esto    es más difícil, requiere de otras condiciones. 

Hay un autor que dice: “Allí se quedó, avergonzado por el error de haber creído que es posible arrancar siquiera una hoja del laurel del arte sin pagar por ello con su vida”.  Para mí en literatura colombiana  actual  las voces  que  parecen irrumpir   con mayor fuerza pertenecen a escritoras   jóvenes. Yo he leído  a  Carolina Sanín Paz,  que  me parece  una escritora estupenda, además   intelectual de alto vuelo; creo que en ella está lo mejor  de  las letras  colombianas actuales. Su literatura es sofisticada, de alta calidad, pero    ha penetrado en el lector medio colombiano, y   su nombre traspasó   fronteras.

¿Y de la cultura colombina, en general, qué percepción tiene?

Es un tema   vasto y complejo. Pero la percepción es la misma que se puede tener del país en todos los campos; y la cultura, entendida   como suma de todas las expresiones artísticas, históricas, científicas, de pensamiento, creación, memoria, etc., sobrevive,     acorralada,   manteniendo sobre sus  hombros   el peso del país, de  todos sus tiempos, pasado,   presente,   futuro. Algo muy difícil. Con el agravante que en Colombia los políticos son muy incultos, incluso los de mejores ideas; así,  a la cultura le ha correspondido auto propiciarse,  tarea que colinda con lo casi  imposible. 

¿Con respecto a Norte Santander cuál es su visión sobre esos mismos temas?

Igual, es una situación nacional. En provincia hay un peligro adicional, que es la pérdida de las   proporciones. Allí  ve uno  todo como muy grande. Es como un estiramiento ilusorio del espacio y las cosas, de los edificios, las calles, los puentes, las avenidas. Pero  no hay tal; es necesario  sacar la cabeza, mirar  más allá del entorno, de las montañas, y asimilar  un sentido  más real, más proporcional.  No implica irse,  basta con ser consciente de ello, que es lo mismo que   tenerlo claro  y actuar en consecuencia. De lo contrario todo puede   terminar en una borrachera  de egos, de auto elogios y pedantería  estéril. 

¿Hasta dónde llegó su incursión en la pintura?

Hasta un cáncer de pulmón que me produjo,  en buena medida,  el manejo de  materiales  volátiles y tóxicos de las pinturas   durante veinte años. Pero fue justamente  esta misma actividad – y la lobectomía- que me proporcionó  los elementos psíquicos y espirituales   necesarios para  superar la enfermedad, y la fuerza requerida  para conseguirlo. Sigo pensando y actuando en las  artes  visuales,  campo  que ofrece  muchas  posibilidades placenteras y expresivas.

¿Le ha interesado el debate político en su ejercicio de intelectual?

En Colombia, generación tras generación, desde pequeños,  hemos crecido  oyendo a los mayores, padres, tíos, parientes, etc.,  hablando   de política,  mañana tarde y noche, desde hace doscientos años; “arreglando el país” o  destruyéndolo.   Pero en este hablar, pensar, dialogar, decidir, las generaciones se jugaron la vida.  Somos políticos desde el  nacimiento. Luego  del bipartidismo, que era lo  que se conocía  como  política, vinieron  los años sesenta y sus acontecimientos que  ampliaron el espectro y aportaron  dimensiones más universales de pensamiento  filosófico y político. Dentro de esta concepción   la política hace parte de la preocupación general y del debate intelectual.     

¿Qué le preocupa de Colombia?

La destrucción de todo lo que se había ganado en progreso y democracia durante  cien años;  se  había  dado una realidad  progresista,  iniciada por el presidente López Pumarejo,  hasta el presidente Lleras Restrepo y Barco,  un poco Santos; una línea liberal de gobiernos demócratas que  trazaron  pasos sociales y políticos de avanzada; siempre contra los  sectores más  retardatarios de la sociedad, que se han opuesto  a como dé lugar  a todo  signo de cambio o progreso; han tratado de impedir toda forma de modernidad y de progreso en el país, y esto desde la Independencia.

El pueblo, ignaro, se ha plegado a estas políticas, sin entenderlas. Lo han dominado con el “coco” y la compra de sus conciencias, a través de una politiquería  de avivatos, tipo Pedro Rimales, el   avivato  del folclor que  se institucionalizó hace años como  paradigma de inteligencia y viveza popular, y en realidad era un  truhan, un estafador. En los últimos años el país, paulatinamente, ha llegado  a la destrucción institucional. 

Cicerón Flórez

Asesor Emérito del diario La Opinión

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