A los 17 años, Meliza Metzger fue por primera vez a una ópera. Acababa de terminar su bachillerato en Pamplona y había viajado a un año de intercambio a Noruega. Era su primer encuentro real con el canto lírico, con sopranos profesionales a las que veía en el escenario y quienes despertaban en ella una afinidad especial.

Su pasión por la música la había llevado a imaginarse muchas veces cómo sería dedicarse a ella, pero el poco apoyo institucional que veía en Colombia le generaba más dudas que certezas.

Sin embargo, ese país le mostró que a diferencia de lo que veía en su tierra, eso que ella soñaba sí era posible. Su participación en un coro y las clases que tomó con una profesora particular, en Noruega, hicieron que se inclinara aún más por el canto lírico. Entonces hizo su elección:  iba a convertirse en soprano.

Desde ese momento, esta joven de 26 años no ha perdido ni un segundo de vista la meta que se propuso y por la que ha trabajado, sin saberlo, desde que era apenas una niña:  convertirse en una solista reconocida en el mundo del canto lírico.

En ese camino, acaba de dar un paso trascendental, pues después de tres años de preparación como soprano en el conservatorio de Bordeaux (Francia), donde estudia, Meliza fue aceptada para hacer su maestría en la Real Academia de la Música de Londres (Royal Academy of Music -RAM-), una de las instituciones musicales más destacadas del mundo, que ha tenido entre sus alumnos a figuras tan destacadas como Elton John, Annie Lennox o SimonRattle.

Del violín y el Oboe a la ópera

Desde muy temprano, empezó a desarrollar una sensibilidad especial por la música y los idiomas, su otra pasión.

A los tres años ya tomaba clases con una profesora rusa que residía en Pamplona, con la que experimentó ese primer despertar musical, que continuó desarrollando con el programa Batuta, al que ingresó a los 6 años.

Además de cantar, en Batuta aprendió a tocar la flauta, el violín y el oboe. Luego, cuando ingresó al colegio La Presentación de Pamplona, continuó afinando el oído y aprovechando cualquier oportunidad para cantar. Sus profesores de canto empezaron a ver en ella un talento especial.  

“En el colegio hacía parte del coro y nos permitían cantar en la misa; para mí era una especie de estímulo, porque podíamos hacer solos. A los 8 años, una de las profesoras habló con mi mamá y le dijo que yo tenía potencial y me invitó a participar en un concurso en el que canté una cumbia, Violencia, y quedé en el segundo lugar,”.

Tras cada presentación, iba descubriendo la confianza que le inspiraba estar en un escenario.  “Me encantaba pararme en el escenario a cantar. Si no me lo permitían, me acercaba a la persona que tenía el micrófono y le pedía que me dejara estar allí”, cuenta.

Cuando terminó el bachillerato y tras pasar un año en Noruega, regresó a Colombia decidida a estudiar canto. “En Noruega vi por primera vez ballet, escuché por primera vez voces líricas, y vi la importancia que ellos le dan a la música; allá los estudiantes en secundaria ven dos años de formación en música. Allí me di cuenta de que sí se podía vivir de la música”.

A su regreso al país, se presentó en varias universidades pero se decidió por Los Andes, en donde además de música estudió cultura y lengua italiana, japonés, portugués y alemán. También habla francés, noruego e inglés. “Fui un poco arriesgada al escoger canto lírico porque no sabía cantar aparte de lo que había aprendido con profesores de canto popular”, asegura Metzger.  Pero su intuición no falló y su talento pronto la hizo sobresalir. El tenor Andrés Silva, su profesor durante 4 años, y el director de la orquesta de la Universidad Manuel Cubides, fueron de gran apoyo en esos primeros años de carrera en los que su voz era su único instrumento, pues su nombre no era conocido en la escena musical bogotana.

“Mis compañeros  llegaban a hablar de la gente en común del mundo del canto y yo no conocía a nadie. Eso era un poco intimidante. Me sentía fuera de lugar, había gente con mucho dinero que tenía oportunidad de ir a escuchar y que tenía una cultura musical mucho más amplia que la mía”, recuerda.  

Pero su buen desempeño bastó para meterse como estudiante, en un concierto en el que solo cantaban los profesionales. Con el apoyo de Cubides,  pudo realizar su primer ‘solo’ en un concierto en Pereira con la orquesta de la universidad. Interpretó Le Magnificat de Bach, y entonces reafirmó esa vocación de querer ser solista por el resto de su vida.

“Esta no es una carrera que escoja mucha gente para continuar, es difícil no solo física sino emocionalmente, porque implica estar bien todo el tiempo para cantar. Implica sacar emociones y mostrárselas a la gente, es un poco estar desnudo. Físicamente es muy  demandante porque no te puedes enfermar y,  también, requiere de mucho ejercicio físico y de respiración, porque los pulmones siempre están trabajando”, dice.  

Para ser admitida en la RAM, uno de los conservatorios más exigentes del mundo, en el que solo aceptan al 4% de los que audicionan, Metzger tuvo  tres meses de intensiva preparación con su maestra del conservatorio de Bordeaux.

Sin embargo, buena parte de la decisión de presentarse se la debe a la reconocida Lorraine Nubar, maestra de Julliard -la escuela de música más prestigiosa del planeta- con quien tomó un curso de verano. Apenas la escuchó cantar, Nubar la llenó de confianza: “tienes mucho talento, adelante que puedes lograrlo”, le dijo.

Comenzó entonces una etapa intensiva en la que pasaba horas preparando su audición, estudiando por su propia cuenta el italiano, idioma en el que interpretaría su audición, al tiempo que continuaba con sus clases y proyectos del conservatorio, lo que le significaba horas y horas de trabajo.

Para la audición en la RAM, a finales de 2015, tuvo que presentar cinco piezas, para que el jurado escogiera cuál debía interpretar. Finalmente, un aria de Donizetti O luce di quest’anima de la opera Linda de Chamounix, le dio el boleto de entrada a lo más selecto de la música en el mundo. “Con la música es complicado porque se estudia durante muchas horas y al final todo se condensa en unos pocos minutos que dura una presentación”, dice. Por suerte, su voz, su carisma y su potencia lograron, en esos pocos minutos, cautivar a los exigentes maestros de Londres.

Gratitud con su tierra

A pesar de haber nacido en Barquisimeto (Venezuela), su alma es pamplonesa. Allí llegó cuando tenía apenas un año, con su madre, Miriam Gómez, profesora de francés de la Universidad de Pamplona. Creció en el hogar que ella conformó con el francés Philippe Durand, propietario del hostal Normandie.

Aunque salió de Pamplona a los 17 años para estudiar en Bogotá y luego en Francia, la ciudad mitrada es en el único lugar en el que se siente como en casa. “Para mí no hay ningún lugar en el mundo como Pamplona, me encantan las montañas, el frío, la torta de Chitagá”, relata.

La gratitud que siente por su tierra, que le dio las bases en la formación musical, quisiera pagarla con creces. “Una de mis grandes ilusiones es volver a Pamplona en algún punto de mi vida y tener una escuela de música financiada para que niños de cualquier estrato social puedan ir a aprender.  Conozco gente muy talentosa, con voces increíbles pero sin los medios para continuar formándose”.

Se declara una admiradora de los compositores italianos; Rossini es su favorito y aspira a estudiar en la academia en Italia donde lo enseñan.  “Espero que algo bueno pase en estos dos años, en los que tendré la oportunidad de compartir y aprender de los mejores músicos del mundo.

*La Opinión