Hace dos años y medio empezó un proyecto social con la Fundación 5ta con 5ta Crew.
Andrea Quiñónez teje historias y sueños con sentido social

Sus manos aprendieron a tejer a los diez años, guiadas por su madre. Y desde entonces no ha soltado la aguja ni la lana. Es decir, lleva 22 años de estar ‘enredada’ entre esa maraña de mil colores. Andrea Quiñónez Sanabria proviene de una familia con habilidades artesanales. Sus abuelas, tías, primas, han sido espejos para desarrollar esa habilidad que la alejó, el año pasado, del salón de clases de la universidad para convertirse en una maestra con sentido social. Recuerda que todo tiempo libre lo aprovechaba para hacer una cadeneta. Al colegio la Santísima Trinidad de Villa del Rosario, en primaria y secundaria; o a la Universidad de Pamplona, donde terminó comunicación social, se llevaba sus herramientas entre los cuadernos y libros.
Pero nunca pensó vivir de este hermoso arte porque sabía que la gente no reconocía el verdadero valor de cada prenda que se tejía. Sus creaciones las regalaba en una especial ocasión a un ser querido o simplemente las hacía por encargo.
Hace dos años y medio empezó un proyecto social con la Fundación 5ta con 5ta Crew que buscaba generar procesos de construcción de memoria con mujeres del corregimiento Juan Frío. Ella venía trabajando como investigadora y asesora pedagógica de esa fundación y alternaba su horario como docente en la Universidad Francisco de Paula Santander. “Se presentó la oportunidad de inscribir un proyecto para una convocatoria del Fondo Lunaria. En ese sentido, surgió la idea de tejer sueños con las víctimas, inspirada en el costurero de Sonsón en Antioquia o las tejedoras campesinas de Mampuján en los Montes de María, Bolívar”.
Su relación con el tejido cambió desde entonces. Es decir, salió de la intimidad de la familia y se visibilizó. Desde el 2018 le cambió la perspectiva y vio en el tejido una herramienta de construcción de vínculos sociales que urden, trenzan, además de hilos, lazos y afectos.
Andrea lo había vivenciado, de cierta forma, con las mujeres artesanas de su familia. Ahora lo hace con esas otras mujeres nacidas en su mismo municipio: Villa del Rosario, pero marcadas con cicatrices dejadas por el conflicto armado y que hoy le apuestan a recuperar la alegría, esa luz que tenía el pueblo antes del 2000.
Y esa alternativa de cambio la encontraron 30 mujeres en los tejidos que aprenden de la formadora Andrea Quiñónez. Ese proceso de formación duró cuatro meses. Iniciaron calentando sus dedos con la simple cadeneta para más adelante convertirlas en unas verdaderas joyas artesanales al tiempo que se iban tejiendo historias y limando heridas.
Se tejieron mochilas con técnica wayuú que fueron expuestas durante la conmemoración de los 18 años de la toma paramilitar de Juan Frío. El programa lo coordina Paola Cañizares, también comunicadora social y desde la narrativa audiovisual da cuenta de todos estos procesos.
En noviembre de 2018 invitaron a Andrea Quiñónez de la casa museo General Santander para que dictara un taller permanente de tejido todos los jueves a partir de las 3:00 de la tarde, pero desde hace tres meses, por el aislamiento obligatorio se trasladó a la parte virtual.
El año pasado el programa se extendió con la posibilidad de construir memoria de mujeres de frontera y así sanar esas relaciones.
Las coloridas piezas se han expuesto también en el festival Norte Bravo Hijos. Y el año pasado surgió, desde la UFPS, con niños del barrio Colombia Uno, un proyecto de memoria histórica que incluyó talleres con material reciclado y que reposa en la plazoleta de la universidad. En El Malecón también se abrió, a manera de sombrilla, una gran mandala hecha para la conmemoración de los derechos del niño. En esta cuarentena Andrea extraña los jardines del museo y su amor por este arte lo plasmó en su piel, en un tatuaje tejido.
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