En su libro ‘El calzado y su industria en Cúcuta’, Rubén Darío recopila historias de los primeros zapateros de la ciudad.
Zapatero romántico y contador de historias
Del zapatero romántico, aquel que cosía a mano y que por amor al arte usaba únicamente su destreza para fabricar calzado, ya no quedan ni las sombras.
Lo dice Rubén Darío Gómez, el único zapatero escritor que tiene Cúcuta. Toda la vida ha vivido en El Contento, en una vivienda en apariencia deteriorada.
Incluso, a su avanzada edad, hace pequeñas artesanías de zapatos en miniatura que ofrece al público.
Es el único zapatero que ha soltado el hilo y la aguja para dedicarle 130 páginas de palabras al oficio en Cúcuta, una ciudad para la que la zapatería era tan importante como lo es el petróleo para las ciudades productores del hidrocarburo.
El libro está en la Academia de Historia. Solo se distribuyeron 1.000 copias, y la primera reposa en una vieja gaveta de Acosta, donde lo guarda como un tesoro. Allí se resume la historia de la zapatería en Norte de Santander.
El libro es importante si se tiene en cuenta que es el único que se ha escrito por un zapatero, con tal detalle que identifica a los primeros zapateros de la ciudad.
Cuenta Gómez, que para la década de los años 40 en Cúcuta existían diferentes industrias que le daban un especial señorío a la urbe: fábricas de jabones, pastas alimenticias, industria maderera, y una que especialmente era de importancia para el gremio del calzado: las curtiembres, ya en proceso de tecnificación.
“Desde la frontera, la industria del calzado exportaba sus productos a diferentes lugares, principalmente a Venezuela, y otros lugares del país. Era negociazo para los dueños de las fábricas. Sin embargo, los empleados no tenían el mismo privilegio”, comenta el zapatero.
En El Contento, Carora, Callejón, La Cabrera y Cundinamarca abundaban talleres caseros empleando a una buena cantidad de mano de obra calificada. En esa y épocas anteriores, los muchachos que no seguían en el colegio sus padres los iniciaban en la zapatería y debían pagar por su aprendizaje, recuerda.
“Después del terremoto de 1875, en la ciudad aparece el primer zapatero: de apellido Mariño; pero hacia 1922, una especie de invasión de zapateros llegó.Unos, muy conocidos, eran los Pelayo... se fabricaba zapato de la bota negra y era solo para la clase alta”, indicó.
Además de que tenían que pagar por aprender, los aprendices tenían que soportar la ruda manera de los maestros para con ellos.
Masetear suelas, preparar hilazas o hilos y perforar con la lesna para coser, desbastar a cuchillo plantas de suela, y el cuero para los cortes, eran lo primero que aprendían; los maestros.
Con sentimentalismo, Acosta dice que El Contento, uno de los 12 barrios más antiguos de la ciudad con 155 años, cuenta la historia aún viva de la zapatería, pues hijos de los zapateros, como por ejemplo los Uribe, aún guardan en una urna de cristal las herramientas de su padre, Cenón Uribe, conservándolas como un recuerdo grato de quien los inició en esta profesión.
“Pero la zapatería siempre fue el trabajo más mal pago que había, ¡pagaban muy poquito!”, dice Gómez. “Si aunque fuere nos pagaran seguridad social, sería diferente; en ese sentido Bucaramanga nos lleva una gran ventaja”.
De los nuevos zapateros -dice Gómez- no conoce a muchos porque el gremio es distinto.
“Lllegan en camionetas y son siempre los de la misma ‘rosquita’”, comenta.
Con su libro ‘El calzado y su industria en Cúcuta’, Gómez pretende contar la historia a las nuevas generaciones de la necesidad de cambiar la visión individual que tienen algunos para que esta actividad vuelva a ser aquella que por los años 50 dio grandes ganancias a la ciudad; no obstante, su llamado es a que se compre cucuteño y no el calzado chino que, no solo carece de elegancia, sino que empobrece una actividad que por tradición ha dejado un legado.
*La Opinión
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