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Lunes, 18 Junio 2018 - 10:30am

Relojero, un oficio en extinción

Esas personas se han encargado por décadas de enderezar el tiempo de los cucuteños 

Mario Franco / La Opinión
Germán Lizcano aprendió la relojería de su papá y su tío, quienes le enseñaron a ser fino en el trabajo y muy serio.
/ Foto: Mario Franco / La Opinión
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Los relojeros son una especie en extinción como quiera que hay pocos aprendices de ese oficio y a los viejos se les ha ido el tiempo reparando esos aparatos mágicos y raros que miden cada segundo, minuto y hora de nuestra efímera existencia.

Es un oficio como muchos otros, que se aprende a pulso y tenacidad, de manera empírica y cuyos conocimientos en la mayoría de los casos se transmiten de padres a hijos, aunque también existen escuelas donde se entregan títulos profesionales a quienes aspiran ingresar  a la industria de la alta relojería, como la suiza que tiene un amplio mercado global. 

Los relojeros nuestros nunca fueron a esas escuelas, pero se le miden a reparar cualquier reloj que le pongan en sus manos y bajo su ojo avizor.

Están en pequeños talleres o apostados en las entradas de edificios del centro de la ciudad, detrás de viejas vitrinas y en medio de minúsculos engranajes, cajas, surtido de tornillos, pinzas, alicates, llaves para fondo, fuelles, navajas, martillos, cepillos, punzones, aceites y con lupa en el ojo que les facilita desmontar, limpiar, aceitar, reparar y volver a armar un reloj mecánico.

Confianza y seriedad

Néstor Durán Hernández es de los más viejos relojeros de Cúcuta, con 69 años a su espalda y 50 en el oficio, aprendido de su papá Luis Durán, que tenía el negocio en la avenida 3 entre calles 9 y 10.

El taller de joyería y relojería Durán funciona en la calle 8 entre avenidas 2 y 3, del barrio Latino, donde se reparan relojes de bolsillo, pulso y de pared o péndulo, con clientes de toda la vida que siguen prefiriéndolo.

El viejo relojero dice que se ha mantenido en el negocio y "llegué a esta edad por ser honesto y serio en mi trabajo, porque si un cliente viene con un reloj que no se puede reparar, se le debe decir y no engañarlo para quitarle la plata". 

Recuerda que en una oportunidad lo visitó Alberto Lafaurie, quien le trajo un reloj para el mantenimiento, pero nunca volvió a reclamarlo. Pasaron diez años y un buen día se presentó en el taller, muy envejecido y con aspecto de enfermo, con el recibo que le había entregado, a reclamar su reloj.

Le contó que no había vuelto porque estaba en la cárcel, donde pagó condena por atropellar y matar a una señora con su carro, siendo abandonado en prisión por su esposa y los hijos.

Le dijo que le diera cualquier cosa por el reloj, suma que le alcanzaría para el pasaje de regreso a Toledo, su pueblo de origen.  

Al encontrarlo refundido entre las gavetas, se percató que era un Omega Constellation, con pulso de oro. Le quitó el pulso y lo vendió, por sugerencia de  Lafaurie, en una compraventa por $2,0 millones, dinero que recibió el propietario con lágrimas en los ojos porque ya tenía para ir al reencuentro con su familia. Al reloj le pusieron un pulso de cuero y el cliente se lo llevó luciéndolo en su muñeca izquierda.

Desarmarlo completo

"Mi papá siempre me decía que debía desarmarlo completamente, si quería reparar y hacerle un buen mantenimiento a un reloj y eso aprendí", dice Germán Lizcano, quien tiene 68 años y 45 como relojero. 

Trabaja en el pasillo de un edificio de la calle 10 entre avenidas 7 y 8, zona céntrica de Cúcuta, donde es ampliamente conocido, por su calidad y responsabilidad, según cuentan.

Su taller es visitado por clientes que le traen relojes de cuarzo, manuales y automáticos de diferentes marcas, las más comunes Seiko, Orient, Orix, Lido, pero también llegan con Rolex y otras piezas relojeras de colección, que son muy lujosas y de un alto valor comercial.

Germán Lizcano tiene tres hijos, que prefirieron estudiar una carrera universitaria a estar todos los días entre complicados mecanismos, que para él son su vida, adquiriendo con el tiempo gran habilidad para poner en su lugar cada una de las más de 100 partes que componen un reloj y hacerlas trabajar casi al mismo ritmo que late su corazón.

Cambiar partes y no reparar

Ramón López Vélez, de 65 años y natural de Manizales (Caldas), que llegó a Cúcuta hace 25 años, confiesa que después de múltiples ocupaciones se dedicó a hacerle mantenimiento, cambiarle las pilas, pulsos, poner pasadores o reponer las bobinas o circuitos de los relojes que le llevan sus clientes al pequeño taller de la avenida 8 entre calles 9 y 10, centro de la capital nortesantandereana.

Sin ser un experto en la materia, logró levantar a sus cuatro hijos, tres de ellos profesionales, y Rubén, que no quiso estudiar y prefirió seguir sus pasos y es quien en la actualidad trabaja con él. 

Los precios varían y cambiar una pila cuesta entre $2.000 y $5.000 y el pulso $10.000, pero el cambio de una bobina entre $40.000 y $80.000, dependiendo de la marca y "eso deja algo de ganancia", dice Ramón.

Es optimista y dice que aunque en ese oficio nadie se vuelve millonario, si da para comer, "porque los relojes nunca pasarán de moda".

*Por Luis Eduardo Bautista

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