Buscan cambiar la percepción de la comunidad sobre el oficio, con presentaciones impecables.
Malabaristas quieren dejar el semáforo y conformar una corporación

Desde el cierre del teatro La Playa, los jóvenes de la corporación circense Los Duendes encontraron en la unión, la fuerza para continuar con los malabares y acrobacias que un día fueron el pan de cada día en ese espacio.
“Cuando cerraron el teatro, todos quisimos seguir”, dijo Juan David Sayago, refiriéndose a los 15 jóvenes que, de lunes a domingo, practican sus acrobacias en el malecón.
En el colectivo está la mayoría de cirqueros de la ciudad, dijo Sandra Pérez, integrante de Circo Filia, quien hace 7 años es malabarista.
Al preguntar por quién es el líder, todos coinciden en que cada uno desempeña ese rol, siendo formadores y creadores.
Para Sandra, más que un colectivo, Los Duendes es un espacio de amigos que lleva cinco meses funcionando a la espera de conformarse como una corporación artística en la ciudad.
Sus miembros hacen del malabar no solo un pasatiempo sino un estilo de vida.
Javier Chacón lleva dos años como malabarista y, aunque empezó en la calle, quiere cambiar la percepción de la comunidad sobre el oficio, con presentaciones impecables.
“Queremos que dejen de ver el arte del malabar como el del semáforo”, dijo. “No somos mendigos, sino artistas y lo que hacemos vale” dijo Lorena Ramírez, que practica acrobacia en telas.
Cada tarde, el trabajo se inicia con el calentamiento. Los que traen las clavas para hacer malabares las rotan por grupos, y repiten la fórmula con los aros y hula-hulas.
La práctica de danza aérea, requiere de una tela especial que mide 15 metros de largo y para ella, los acróbatas se trepan en un árbol de ramas gruesas donde amarran una bolsa que sirve como protección para luego atar la tela.
La cuerda o slackline, se instala en medio de dos árboles y aunque se requiere una colchoneta en el piso, no es posible tenerla, por falta de recursos.
Sin un lugar adecuado se dificultan las actividades; por eso, la meta es tener una planta física adecuada.
El colectivo siempre tiene las puertas abiertas para nuevos miembros que buscan alternativas culturales que sirvan de aporte al cambio social.
Valentina Restrepo | Practicante de periodismo
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