Ludópatas compulsivos se unen para enfrentar la enfermedad.
Le apuestan a dejar de jugar
A su corta edad, Jairo Armando, 30 años, enfrenta el peor juego de su vida, el más peligroso de todos: perder la vida.
Casado y con un hijo de dos años, este ingeniero ha estado en el filo de la navaja en más de una ocasión por culpa de su adición a los juegos de azar.
Es un ludópata compulsivo, así lo reconoce.
Él admite que el juego hizo trizas su vida, a tal extremo, que por culpa de la ruleta, las maquinitas tragamonedas, el póker y los juegos de apuestas electrónicos ninguna relación le duraba más de un mes. Su tiempo pasaba del sitio de trabajo al casino, donde permanecía hasta doce horas diarias.
La enfermedad, como es reconocida la ludopatía, atrapa a todos por igual, al rico y al pobre, todos sucumben con una debilidad increíble hasta quedar arrodillados ante el mundo del azar. En Cúcuta, para fortuna de quienes cayeron en este abismo sin fin, se abrió una luz de esperanza: el Grupo Fénix de J. A.
Por esta congregación, que este año cumple su segundo aniversario, han pasado más de 200 ludópatas compulsivos, algunos con marcadas huellas, como es el caso de Jairo Armando, quien en su descarnado testimonio revela el implacable y contundente veneno de una enfermedad de la que aún, lo confiesa, no ha podido despojarse del todo, pese a que completó 18 meses sin apareserse por los casinos.
Su arribo al Grupo Fénix de J.A., tal como ocurrió con todos los que han ido a parar a esta hermandad de jugadores anónimos, se produjo en momentos en que su vida tocó fondo.
“Sentí que había llegado al fondo del abismo”, dijo. Fue una mañana de domingo, cuando su esposa le pidió que fueran a almorzar a un restaurante.
Él sintió impotencia y al mismo tiempo pena con su compañera, debido a que el día anterior había permanecido 12 horas en el casino y al término de la jornada había perdido los tres millones y medio que le pagaron de sueldo.
“Mi esposa me recriminó que yo dedicara todo el tiempo al casino y que trabajara para el casino, eso me hizo sentir insignificante, el saber que estaba perdiendo mi familia por culpa del maldito juego”, recordó.
Testimonios descarnados
Antes de perder todo su sueldo en una sola noche, Jairo Armando también llegó a perder en dos horas 15 millones de pesos. Ese fue el testimonio que dio en su primera cita frente a otros 30 jugadores anónimos que acudían también por ayuda:
“Tuve el descaro de jugar y perder los cinco millones que mi hermano me dio para que le hiciera el favor de comprarle unos tiquetes aéreos porque viajaba a Australia. Las máquinas tragamonedas me los raparon en menos de una hora. Luego, desconsolado y arrepentido, le pedí a un tío que me prestara los cinco millones que acababa de perder, con la excusa de que le iba a ayudar a mi hermano a comprar los tiquetes. Esa plata también la jugué en un intento por recuperarme, pero también la perdí.
La última esperanza fue correr a empeñar el carro para reponer el dinero de mi hermano. Me dieron 5 millones y medio de pesos. Me dije, voy a apostar 500 mil porque estoy seguro que recupero, pero al igual que en las dos ocasiones anteriores, también se me esfumó la plata, volví a quedar sin un peso en mis bolsillos”.
Ese día, Martha, otra jugadora compulsiva, empleada de una oficina de gobierno, reveló que no tuvo reparo en apostar en una sola noche la plata que tenía para el mercado de un mes de su familia. Lo perdí todo, “esa vez no tuve ni para el bus y me tocó caminar como hora y media para llegar a casa”.
Así, aporreados, adoloridos, desilusionados, derrotados, con sentimientos encontrados y un sabor amargo, un grupo de hombres y mujeres entretejen sus fracasadas historias de vida en torno al juego compulsivo. Aún más grave, arrastraron con su tragedia económica y emocional a sus familias y amigos. En otros casos, terminaron en la cárcel, la locura o la muerte.
Los que sobreviven y han admitido su enfermedad se aprestan a celebrar el segundo aniversario de la única casa que está abierta en la ciudad para calmar el sufrimiento de los jugadores compulsivos.
Esto se llevará a cabo en la tercera semana de marzo, con invitados especiales de todo el país. “Vamos a tratar temas de autocontrol, espiritualidad, la unión familiar y charlas científicas que nos ayudarán a continuar con nuestra meta de recuperarnos”, dijo Leony B, miembro fundador de la hermandad.
Jairo Armando, quien hoy está al frente del Grupo Fénix, admite que aunque la enfermedad no tiene cura, todos sí tienen claro de que si no es es responsable la recuperación jamás llegará.
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