La Fundación MC acompaña a las mujeres hasta por tres años, en un proceso en el que transforman vidas y comunidades.
La historia de una fundación que empodera a las mujeres en Cúcuta
Cuando las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar salen de la Fundación MC, en palabras de Myriam Castrillón (fundadora y representante de la organización), se nota el cambio que ocurre en el transcurso de los tres años que puede durar el trabajo con cada una de ellas.
“Son mujeres rotas, solas, parecería que… sin esperanza”, dice, pero admite que conforme pasa el tiempo, “vemos unas mujeres diferentes, que ríen, se ayudan entre sí, se acompañan y deciden por sí mismas”.
Castrillón comenzó en 2005 la labor oficial con la Fundación, pero lleva más de 10 años previniendo violencias. Es abogada, exigente con el cumplimiento de la ley, y vive convencida de que solo ayudando a otros es posible cambiar la región.
Afirma estar cumpliendo lo que cataloga como su misión de vida en las comunas 6, 8 y 9, en las que ha encontrado los más altos índices de violencia contra la mujer.
También, ha desarrollado actividades en barrios como: Doña Nidia, Cormoranes, El Desierto, Los Estoraques, Crispín Durán, entre otros.
“En el marco de la ley 1257 (de 2008) y teniendo en cuenta las ausencias del Estado en el cumplimiento de políticas públicas, la Fundación nace como respuesta a ese ausentismo estatal y como estrategia frente a lo que pueden hacer las mujeres en defensa de sus derechos”, afirma.
Reconocer derechos, normas y rutas de atención, es esencial.
Pero el trabajo no es aislado, pues comenzó a vincular a las universidades Libre, Simón Bolívar, de Pamplona, Francisco de Paula Santander, el Sena, y otras, para desarrollar proyectos comunitarios en los que las mujeres son protagonistas.
A cada grupo de mujeres, que no supera las 25, para poder dar atención personalizada, se le acompaña con un equipo de trabajo conformado por un psicólogo, un abogado, un trabajador social, y un encargado de desarrollo comunitario, con el propósito de asesorarlas, fortalecer sus emociones y apoyar su relación con otros.
La labor de acompañamiento dura entre uno y tres años, en los que cada una tiene una carpeta con su historia de vida, y poco a poco reconoce que puede ser autónoma; que su amor propio debe superar los apegos; que puede decidir cuándo quedar embarazada, y tener una mejor vida.
También se comparten rutas de atención, como la línea 155, el listado de comisarías de familia, a la vez que hay actividades, juegos, integración, y obras de teatro, dos días a la semana.
“Reconocen sus debilidades y fortalezas, y empiezan a cambiar por ellas y sus hijos”, dice Castrillón. “Nuestro propósito es el empoderamiento: que sean lideresas en las comunidades, capaces de hacer un alto cuando vean una situación de violencia, para evitar ser atacadas”.
Pero aunque los profesionales están alerta, la respuesta institucional sigue siendo débil, y se incumple la ley en el sentido de abrir hogares de paso para mujeres maltratadas.
“Hemos solicitado a la Alcaldía y la Gobernación, pero no hay respuesta”, agrega. “Queremos llamar la atención, porque el problema persiste y no lo debemos invisibilizar”.
El trabajo se desarrolla en las comunas 6, 8 y 9, dado que allí se concentran parte de los casos de maltrato.
Sin estereitipos, hay nuevas metas
Las mujeres no son las únicas beneficiadas, pues sus hijos y parejas participan de los encuentros.
“Ya tenemos muchos hombres que asisten y se integran”, dice. “Esas son las nuevas masculinidades que permiten los cambios de estereotipos y roles”.
“Con los niños a veces es más fácil el trabajo, y el bloqueo casi siempre es el adulto”, cuenta. “Hace unos días llegaron unos señores mayores, y al hacer los talleres les cuesta hablar en los grupos, soltarse, y dejan que las mujeres hablen”.
En parte, tal vez ocurra porque las motivaciones iniciales en algunos de los hombres, según relata jocosamente la directora, es ver qué es lo que tanto hacen y si es que tienen novio.
Pero no. Se dan cuenta de que fuera de casa hacen ‘ecomapas’, planos de sus comunas en los que identifican barrios, puestos de salud, escuelas, para entender que su entorno es tan importante como ellas.
“Conocerme yo, al otro, a mi entorno, y al final decidir qué hacer para transformar positivamente esos ambientes hostiles”.
Simultáneamente, los niños comprenden que las niñas pueden decir no, y que más que una palabra, es una decisión, mientras sus madres, aunque tengan 50 años, pueden optar por terminar su bachillerato, como ya ocurrió con una de ellas, que decidió cumplir una meta que no tenía.
En el desarrollo de las actividades se promueve la integración barrial.
Luego, llega la fase de emprender, en el que se avanzará en el barrio El Desierto, con mujeres que “están listas para empezar sus emprendimientos”; la Cámara de Comercio de Cúcuta será la que las orientará cómo montar una empresa.
Como ellas, Castrillón dice aprender todos los días, de verlas alegres, motivadas y transformadas.
“Al final son ellas las que nos ayudan, porque a pesar de las circunstancias aún tienen la capacidad de reírse; me ayudan a entender que yo también debo seguir adelante, y que esta es una frontera de esperanza en la que pese a tanta ausencia estatal, seguimos ayudándonos”, puntualiza.
¿Qué favorece la violencia en Cúcuta?
Tres factores principales propician la violencia contra las mujeres en la ciudad, según la Fundación MC:
- Dependencia económica.
- Apego emocional.
- Señalamiento sociocultural.
Para el primer caso, la preocupación de las mujeres es creer que no pueden valerse por sí mismas para generar ingresos, y mucho menos para mantener a sus hijos.
El apego tiene que ver con la dificultad de desprenderse de un vínculo emocional. Sumado a ello, está la repetición de roles aprendidos en los hogares, y la incapacidad masculina de tolerar un ‘no’ como respuesta, y desconocer la autonomía de la mujer.
El factor sociocultural determina cómo, cuándo y con qué urgencia la mujer debe conseguir pareja, tener hijos, para evitar quedar sola, situación frecuente en cualquier esfera social cucuteña.
“Si le tocó con ese, aguante”, comenta Castrillón, quien frecuentemente halla este tipo de condicionamientos en la cultura local.
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