Los voluntarios y las ayudas se unen en la Casa de paso Divina Providencia.
Jubilaron a la primera olla de los almuerzos
La primera olla en la que se inició el trabajo de la Casa de paso Divina Providencia y que resistió unos 14 meses, con cerca de 440 mil almuerzos, ahora cumple su buen retiro.
Instalada en uno de los árboles del enorme patio del lugar, en una especie de altar, hoy luce las marcas del trajín de la cocina, del calor del fogón, el tizne que le cambió el tono plateado del exterior, y los bordes deshechos.
Pegado a su negro cuerpo, el fiel cucharón que revolvió por meses el alimento que nutre a los migrantes, y adherido, un letrero que dice: Aquí nació esta casa, para vivir la caridad de Cristo.
El coordinador de la Casa, sacerdote José David Caña, recuerda que cuando llegó al barrio La Parada (Villa del Rosario) a vivir la experiencia de ayudar “a los hermanos venezolanos” se hizo con esta olla, para entregar mute, en inmediaciones de la parroquia San Pedro Apóstol, ubicada en el sector.
“Ese día se hicieron unos 400 platos, y una familia nos pidió que le diéramos la olla”, cuenta. “Pensamos que era para lavarla y lo que hicieron fue lamerla”.
Ese hecho marcó la pauta para consolidar un acto de voluntad “y ahí decidimos que no fuera una caridad momentánea, de esa oportunidad, sino algo más serio, con más disciplina, creatividad, y que permitiera mitigar el hambre que tenían los venezolanos”, dice.
Así se inició el alquiler del lote “y empezamos con la ollita, que era lo único que teníamos”, pero cuando ya la iban a descartar, dado su evidente deterioro, monseñor Víctor Ochoa pidió que no la botaran.
La ampliación y organización del servicio luce de este modo, pero todo se inició hace 17 meses.
“Porque fue la primera olla y es una reliquia; parte de la historia, e incluso puede ser parte de un museo”, y hoy da testimonio del desgastante servicio.
“Quién iba a pensar que se iba a destapar así, como la experiencia del portón”, otro símbolo de la Casa.
“Antes había una pared y pensamos hacer un portón grandísimo porque, en fe, dijimos: aquí van a entrar muchas bendiciones”, dice Caña.
Y en efecto, así ocurrió, y varias decenas de delegaciones han pasado por ese enorme portón azul, con su gran cubierta, y por el que también ingresan unidades médicas con casi 12 médicos que atienden a la población.
“Por una ollita el Señor permite avanzar, fructificar, y a través de esta ollita solamente se buscaba hacer una experiencia de amor, y todo lo que se ha visto...”.
Según el sacerdote, en otras circunstancias, estas iniciativas de caridad siempre tienen un por qué, un para qué, una pregunta, hay que elaborar un proyecto, “porque son las normas humanas, pero aquí fue una locura; fue hacer una ollita para una sopa para tratar de mitigar un problema, y hoy en día estamos súper organizados”.
Con la llegada del fin de año, el sacerdote avizora un merecido descanso para voluntarios e implementos, podría darse entre el 25 de diciembre, para retornar el 10 de enero, con el fin de iniciar 2019 con suficiente ánimo y energía para aumentar las raciones y seguir en este enorme servicio, con más ollas por colmar.
Voluntarios: emoción y fuerza de trabajo común
Unos 120 voluntarios al día, aproximadamente, se unen a la Casa de paso en las áreas de preparación de los alimentos, lavado de platos, servicio a la mesa, confundidos entre colombianos y venezolanos que también hacen estas labores.
Uno de ellos es Marlon Fernández, del movimiento Yeshu’a, quien desde hace dos meses va con su esposa a servir a los migrantes.
“Es una bendición venir, compartir, recibir bendiciones y ser servidor de agradecimiento, porque esto no se puede describir; hay que venir y vivirlo”, dice.
Para él, la labor de la iglesia católica, de los movimientos apostólicos y los cooperantes ya tiene un carácter mundial, no solo por el fenómeno migratorio que hoy se afronta en distintos lugares del mundo, sino por la transformación de la Casa.
El cambio personal, también se nota, por la unión que afianza con su pareja y el contacto con quienes los necesitan.
“Lo más hermoso es el servir, acomodar, atender a un niño, y ver con qué gratitud reciben los alimentos”, afirma.
Julieth Riaño, Alejandro Guzmán, y Tarek Albedahamid Abdalá, jóvenes médicos de la Udes (Universidad de Santander) coinciden en que la gratitud de los migrantes, a quienes apoyan voluntariamente en el alivio de sus enfermedades, es inmensa, y afirman que lo mejor que les ha podido dar Cúcuta es esta Casa.
Aunque cada día es un reto, a veces por falta de la medicina precisa, a veces por los constantes casos de escabiosis y gastroenteritis, a veces por el peso emocional de cada drama, Riaño dice que “hasta que uno no vive esto, no reconoce la magnitud de la ayuda”, que los une y les satisface cuando un niño se repone del dolor, o gana peso, y tiene una vida más llevadera gracias a quienes dan su tiempo, solo por un: gracias.
Delantales: símbolos del servicio y la caridad
El sacerdote José David Caña, coordinador de la Casa de paso, reconoce que el servicio y la caridad tienen características únicas que él hace valer con sencillos implementos, que se convirtieron en emblema de su actividad: los delantales.
En este momento tiene seis, para cada día de trabajo, que hacen parte de su indumentaria en la afanosa labor de estar pendiente de todos los procesos que se realizan en la Casa, y al igual que los voluntarios, identificados con camisetas de colores, lleva consigo su identidad.
Cada delantal representa también las experiencias de fe, con la imagen de la Virgen María, el Espíritu Santo, la Casa de paso, San José, y Teresa de Calcuta.
“Toda acción que uno realiza necesita una dotación”, dice. “Dios lo faculta a uno, lo reviste, y ese revestimiento implica un uniforme”.
Así como el médico tiene su vestimenta, “y a uno lo detectan por el uniforme, el delantal es el ícono de la cocina y el servicio”.
“El delantal se ha convertido para mí en el hábito”, agrega. “Así como me pongo la sotana para celebrar la misa, uso el delantal para servir a los hermanos venezolanos”.
Nuevos baños y cocina
La cooperación internacional que recibe la Casa de paso es absolutamente visible, con el Programa Mundial de Alimentos, que otorga la comida para los migrantes desde el pasado 1 de junio, pero también con Acnur, que hoy en día se encarga de la construcción de baños y una nueva cocina, estructuras que podrían estar listas en 2019.
Mientras, otros colaboradores dan los aportes para que se logren dar desayunos, ejemplos de entrega que para quienes trabajan en la Casa resultan casi inexplicables.
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