Clara Hellen Aguas Segura es una joven afrocolombiana de 24 años, oriunda de Tumaco (Nariño). Actualmente estudia Comunicación Social en la Universidad Francisco de Paula Santander (UFPS) y en su corazón permanece el deseo de trabajar por los derechos de las comunidades negras en Norte de Santander.

Debido a los efectos de la guerra, su familia fue desplazada por el conflicto armado en busca de resguardo. Se asentaron en Los Patios, donde lleva viviendo diez años.

Desde entonces, como todos los afrocolombianos de la ciudad, se ha enfrentado día a día a los estigmas sociales que apuntan a descalificar su calidad humana.

Tenía 14 años cuando llegó, una edad en la que no presentaba problemas con su identidad y se sentía segura consigo misma y su aspecto, luego de haber vivido gran parte de su vida en una población donde el 80 por ciento es afro. 

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Sin embargo, eso no la hacía exenta a sufrir de cerca los agravios contra su familia. 

“Cada vez que mi madre entraba al supermercado, el vigilante la perseguía creyendo que se iba a robar algo. A mi hermano le han gritado simio y a mi tía le han negado venderle alimentos”, relata.

Pero ha sido la experiencia vivida con su hermana la que más la ha marcado. La pequeña tenía cinco años y se enfrentaba a una nueva escuela en una ciudad desconocida. A Hellen le desgarraba el alma ver a su hermana llorar cada vez que llegaba a casa.

Lloraba por su cabello, por su piel y por su ascendencia, llegando al punto  extremo en el que no quería ser ella, porque sus compañeros la hacían sentir mal por su aspecto físico. El único remedio, era el consuelo de su familia.

“Los afros no tenemos otra alternativa que fortalecer a nuestros pequeños desde casa, para que cuando se enfrenten a situaciones de racismo y matoneo en el colegio, no se desmoronen ni se suiciden, porque son situaciones que han ocurrido”.

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La impotencia de esto la llevó a conocer la Asociación Afrocolombiana Ser Negro Es Más Sabroso. Por invitación de su tía, comenzó a asistir en familia a las reuniones. 

Poco a poco se empapó de los temas, mientras vivía momentos especiales con personas con las que se sentía en armonía, no por su aspecto físico, sino por su cultura. Las costumbres, formas de expresión, los ritmos y los bailes la hacían sentir como en casa.

Proyectos comunitarios

Al día de hoy, Hellen se ha convertido en una lideresa que, desde su juventud, impulsa y visibiliza proyectos de autorreconocimiento y etnoeducación, mediante una pedagogía de antirracismo.

“Tratamos de educar a las personas que, involuntaria o voluntariamente, practican el racismo. Es muy normal que esto suceda en Cúcuta, porque es un racismo estructural, las personas discriminan y no se dan cuenta cómo se ven desde afuera”, afirma.

Asegura que el racismo no es algo con lo que se nace, se aprende. Por eso, desde la asociación busca concientizar a los más pequeños, quienes se convertirán en el adulto del mañana con el poder para deslegitimar estas prácticas.

El racismo no se limita en agresión a una persona afro. Va mucho más allá de eso. El racismo empieza desde expresiones como: “córrase de ahí que se va a volver negra como el sol”. 

Comparar a alguien con un objeto negro reduce el valor de la persona, razón por la cual mucha población afrocolombiana no se autoidentifica, sino que recurren a denominarse “color canela”.

Para Hellen, es desde acciones que observa en los niños al terminar sus intervenciones, como cuando un niño llama “negro” a otro y otro le responde: “no, él no se llama así, él tiene nombre”, que, aunque sean pequeños resultados, le son muy gratificantes, al ver que se está generando un cambio.

Esas experiencias son los que la motivan a continuar visibilizando a su comunidad, para que se autorreconozcan sin prejuicios y sepan que por ser afros no tienen menor valor.

Ronaldo Medina | Practicante de periodismo