Gladys Díaz llegó hasta La Playita en La Parada  con su equipo de enfermería. Desde que se enteró de la crisis fronteriza decidió ayudar a los deportados prestando sus servicios de enfermera.

Empezó llevando pastillas para el dolor, haciendo pequeñas curaciones y tomando la tensión de los repatriados. Sin embargo, su labor fue más allá de las medicinas y las atenciones.

Desde hace 20 días les abrió las puertas de su casa a 20 deportados de cinco familias distintas. Abrió un campo en su casa y no dudó en convertirla en albergue voluntario.

Entabló amistad con las familias que estaban en los cambuches a la orilla del río, y una de ellas le pidió ayuda para buscar una casa en arriendo.

“Había familias que querían irse de los cambuches pero todavía no habían firmado los contratos de arriendo; yo les ofrecí mi casa y ellos aceptaron de inmediato”, explicó Díaz.

Cómo la enfermera vivía sola en su casa en San Martín les abrió espacio en la sala, el comedor y hasta el patio a sus nuevos inquilinos.

Tras hablar con uno de los coordinadores de los albergues pudo movilizar en camiones a ñas familias que ayudaría.

“Cuando empezó a bajarse toda esa gente del camión con colchonetas, los vecinos se quedaron sorprendidos”, explicó la enfermera.

Díaz les habló sobre su labor social y sus vecinos se solidarizaron con los deportados. Les regalaron más colchonetas, algo de ropa y mercado.

La iglesia Cristiana también les colaboró con algunos víveres.

Además de tenderle la mano a los deportados Díaz encontró un poco de compañía. En la entrada de su casa se puede leer: Albergue María Magdalena.

Díaz escogió este nombre porque según ella, su vida a sido igual de sufrida a la de este personaje bíblico.

“Admiro la vocación de la señora Gladys. Nosotros estuvimos unos días a la orilla del río aguantando sol y hambre, luego fuimos a un albergue, y acá estamos muy cómodos”, explicó Enriqueta Padilla, una de las deportadas.

Sánchez también ayudó a matricular a los niños que llegaron en los colegios aledaños y reanudaron su actividad escolar.

Con el ánimo de devolverle el favor a Sánchez y no convertirse en una carga para ella, Padilla y las demás mujeres del grupo empezaron ha hacer comida para vender y poder hacer su propio mercado.

Empezaron vendiendo sancocho. La mitad era para el almuerzo de estas familias y el restante lo vendían.

“Acá la gente nos ha colaborado mucho. Nosotros no pretendemos pasar mucho tiempo acá. Estamos tratando de buscar una fuente de ingreso para empezar de nuevo”, dijo Angélica Arteaga, otra de los huéspedes.