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Viernes, 7 Agosto 2020 - 4:25am

El retorno que parecía imposible, en zona rural de Cúcuta

La masacre del 18 de julio hizo huir a más de 400 habitantes de Vigilancia, Totumito y Nueva Victoria.

Cortesía
Las familias permanecieron en la escuela de Banco de Arena durante 17 días. El miércoles, tras el retorno voluntario, la sede educativa quedó vacía y a la espera de que los niños puedan volver a sus clases presenciales.
/ Foto: Cortesía
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El sábado 18 de julio marcó la vida de los habitantes de Vigilancia, Totumito y Nueva Victoria, en la zona rural de Cúcuta, en límites con Tibú. 

Una masacre, que parecía anunciada por el conflicto en torno a los cultivos de coca que hay en esta zona de la ciudad, obligó a 414 personas, incluidos niños y adultos mayores, a salir corriendo y buscar refugio en la escuela del corregimiento de Banco de Arena. 

Allí, en los salones en los que hasta antes de la pandemia, estudiaban los niños de este lugar, encontraron refugio las familias que apenas alcanzaron a tomar un poco de ropa y, presas del pánico, lo dejaron todo atrás para huirle a una amenaza de muerte que se posó sobre todos los que habían cometido un solo pecado: vivir en una zona que está siendo disputada a muerte por los elenos y los rastrojos. 

Desde el 19 de julio, cuando las familias desplazadas llegaron a la escuela de Banco de Arena, la Alcaldía de Cúcuta hizo presencia con toda su oferta institucional, brindando no solo asistencia humanitaria, sino propiciando todas las garantías que nos permitieran en el menor tiempo posible un retorno seguro de estas personas a sus lugares de origen”, aseguró Elisa Montoya Obregón, secretaria de Posconflicto y Cultura de Paz. 

Y ese día, el del retorno, tras 17 días de desplazamiento, llegó el miércoles 5 de agosto, cuando las secretarías de Posconflicto, Gobierno y Equidad de Género, el Departamento de Bienestar Social y la Oficina de Caracterización Socioeconómica (Sisbén) de la Alcaldía de Cúcuta, junto al Ejército, la Policía, la Cruz Roja, el ICBF, y la Personería, arribaron hasta Banco de Arena a buscar a las familias para iniciar juntos el retorno hacia Vigilancia.

“Gracias a Dios podemos volver a nuestros hogares. Allá tenemos a nuestros animalitos solos y las poquitas cosas que hemos conseguido en la vida están sin nadie que las cuide. Me voy confiada en que no tengamos que volver a salir corriendo como hace casi 3 semanas”, contó una mujer que, junto a sus dos hijos, cargaba consigo un bolso y la colchoneta que les sirvió de hogar durante estos días. 

A todas las familias que voluntariamente retornaron a sus hogares se les garantizó su alimentación por 3 meses y a los niños se les dieron kits escolares y se les brindará acompañamiento permanente para que puedan superar este difícil episodio”, agregó Montoya Obregón. 

Sobre las 12:30 del mediodía, la caravana arribó a Vigilancia, donde la tristeza que por 17 días acompañó a estas familias, se transformó rápidamente en alegría porque ya estaban de vuelta en sus hogares. 

“Quiero agradecer a la Alcaldía y a todas las personas que nos acompañaron, porque nos hicieron pasar un día increíble, hace mucho no me sentía tan feliz. Gracias por los juegos, las actividades y los materiales que nos dieron. A pesar de todo, nos sentimos seguros aquí otra vez”, manifestó Geregoria Isabella Velandia, una niña de Vigilancia que esperó pacientemente que el equipo de la Secretaría de Posconflicto instalara los nuevos columpios, para jugar en el parque que habían extrañado por 17 días. 

“En este caso concreto, la Alcaldía lideró un ejercicio de integralidad en términos de seguridad y derechos humanos para atacar las causas de violencia estructural que hay en la zona rural de Cúcuta y garantizar la vida y los derechos de toda la población que allí habita”, aseguró Francisco Javier Cuadros, secretario de Gobierno de Cúcuta.

En Vigilancia, la comunidad recibió la oferta de las diferentes entidades que acompañaron el retorno y preparó un delicioso sancocho que degustaron no solo las 340 personas que retornaron, sino las demás que se acercaron de las zonas cercanas a recibir a sus vecinos que lo habían dejado todo por culpa de los violentos. 

(Momentos en los que las ayudas alimentarias tan descargadas para su posterior reparto a las  familias.)

La coca, el origen de todos los males

Luis Alberto Bustácara Largo, próximo a cumplir 74 años, llegó a Vigilancia el 5 de agosto de 2005. Venía desplazado de San Martín de Loba, Sardinata, por culpa de los paramilitares que no solo le quitaron sus tierras (32 hectáreas), sino un carro que amaba como su bien más preciado. 

Sin un lugar dónde vivir, el Incora, a quien le debía las 32 hectáreas que los ‘paras’ le robaron, le dijo que escogiera 15 hectáreas en Vigilancia, donde sería reubicado. 

“Me vine para acá con mi señora y mis 3 hijas. Cuando llegué a Vigilancia me gustó mucho, sentía que podía reubicarme aquí con mi familia. La cercanía con Venezuela me abría la posibilidad de buscar nuevas oportunidades de empleo. Sin embargo, unos días después de haber llegado me di cuenta de que aquí también estaban los ‘paras’ y cuando quise decirle al Incora que mejor me acomodara en otro lugar, ya era muy tarde”, aseguró Luis Alberto. 

Con él, llegaron seis parceleros más que no se conocían entre sí y que el Incora ubicó allí porque también habían salido desplazados de otras zonas. De ellos, actualmente solo quedan tres en la zona. 

“El problema por aquí es que los cultivadores de coca le vendieron a los elenos y los Rastrojos se molestaron por eso e hicieron lo que ya todo el mundo sabe (masacraron a 8 personas). La orden que hay ahora es que nadie puede cortar coca. Y con esa orden pues no sabemos qué vaya a pasar con los que se dedican a eso”, contó. 

Serafín Villagrán, otro habitante de Vigilancia, aseguró que en los últimos años esta zona de Cúcuta ha visto un crecimiento inusitado de su población por la presencia de la coca. Sin embargo, muchos de los que decidieron apostarle al cultivo de esta mata hoy están cansados de los problemas que les ha generado y quieren dedicarse a otra cosa. 

“Nosotros tenemos un convenio con el Gobierno para sustituir voluntariamente la coca, pero no nos ha cumplido; por eso seguimos cultivándola para vivir. Aunque por aquí también se da la piña, la palma africana, el pasto para el ganado, el maíz y la caña”, agregó.

Finalmente, Serafín reconoció que, aunque muchos se han beneficiado de la coca, porque les ha permitido incluso darles educación a sus hijos, hoy quieren apostarle a otra cosa. 

“Con esa matica mucha gente les ha dado estudio a sus hijos, yo fui de esos que pudo sacar a sus hijos adelante con esa mata, pero ya tengo ganas de vender la parcela y cambiar de vida”, sentenció.

Jhon Jairo Jácome Ramírez | manolesco84@gmail.com Especial para La Opinión

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