Juan Diego se levanta todos los días a las 5:00 de la mañana para alistarse y cumplir con su jornada escolar en la ciudadela Juan Atalaya. Como de costumbre, distribuye el dinero que su papá le da para su alimentación, entre el ‘porro’, un pastel y una gaseosa.

El menor de 12 años aparta 1.000 pesos, que le cuesta una pequeña dosis de marihuana y que le compra a uno de los jíbaros que rodean su colegio.

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“A mí me regalaron la primera dosis y me decían que eso era un ‘viaje’ muy bacano, por eso la probé”, dijo.

Desde hace un año reparte su tiempo entre los cuadernos y el humo de la marihuana, el mismo que al principio le fastidiaba y que ahora parece ser una necesidad para su cuerpo.

Aunque cree que no se atrevería a consumir una droga más fuerte, sabe que la tiene a su alcance; solo que, por ahora, no le alcanza el dinero.

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“El consumo de drogas en los menores de edad es alarmante; es una situación que combina muchos factores sociales y familiares”, dijo una uniformada de la compañía Antinarcóticos de la Región 5 de Policía, que le sigue el rastro a este fenómeno en Cúcuta.

Las bandas de microtráfico que delinquen en el área metropolitana de Cúcuta enfocan sus energías en atraer niños para que se conviertan en consumidores y, en poco tiempo, sean multiplicadores de este negocio.

“Sabemos que los buscan, los convencen para que consuman y luego los vuelven sus fichas claves en los colegios para que traigan más niños”, dijo la investigadora.

Una de las dificultades que ha enfrentado la Policía en su lucha contra el microtráfico en las inmediaciones de los colegios, es que algunos de los papás de estos niños también son adictos, por lo que el problema no inicia, como se cree, en el colegio, sino en la casa.

Además, aunque en la mayoría de los casos, los expendedores se exponen a la vista de los vecinos del sector en el que delinquen ofreciéndoles drogas a los estudiantes, muy pocas veces los testigos se atreven a denunciar a las autoridades por temor a retaliaciones.

Aunque actúan sigilosos, camuflándose entre vendedores ambulantes y como cualquier persona responsable de uno de los estudiantes del colegio, los jíbaros expanden sus redes para conquistar nuevas ‘presas’, que dejan jugosas ganancias, producto de la venta de drogas.

Una sola dosis es necesaria para que los niños accedan a las pretensiones de los expendedores. Según la investigadora de la compañía Antinarcóticos de la Policía, el 95 por ciento de las personas que prueban la marihuana, el basuco, la cocaína o la heroína, vuelven a consumirla, por lo que se convierten inmediatamente en consumidores activos.

“A veces pasa hasta una semana después de haberla probado por primera vez, pero vuelven a consumirla por la adicción que esta les genera, por la presión que sus demás compañeros adictos les imponen o porque al llegar a casa ven que sus padres hacen lo mismo”, agrega.

Una situación que genera alerta en las autoridades es el aumento del consumo de heroína en la población del área metropolitana de Cúcuta.

Aunque esta droga, por ser más costosa (una dosis oscila entre 15 mil y 20 mil pesos), es consumida por personas de una condición social más alta.

La Policía Antinarcóticos adelanta diferentes campañas de prevención en los colegios dictando charlas a los estudiantes, desde jardín y prejardín, para lograr que los niños, desde temprana edad, conozcan de cerca los peligros que conlleva una adicción y la vida a la que se enfrentan si deciden acercarse a ese peligroso mundo de las drogas.

¿Qué se está haciendo?

Constantemente, miembros de la Seccional de Investigación Criminal (Sijín) de la Policía Metropolitana de Cúcuta (Mecuc) le siguen el rastro a los expendedores de drogas que delinquen en las inmediaciones de los colegios, con el fin de atraer a los estudiantes y de esta manera expandir su negocio.

Sigilosos, camuflados entre la multitud y con movimientos rápidos, casi imperceptibles a la hora de entregar la droga, los jíbaros que rondan las instituciones educativas de Cúcuta le hacen el quite a las autoridades.

Los colegios ubicados en los barrios de la ciudadela Juan Atalaya son los más apetecidos por estas bandas de microtraficantes.

En lo corrido de este año, la Mecuc ha capturado a 427 personas por el delito de tráfico, fabricación y porte de estupefacientes; todos han quedado a disposición de la Fiscalía General de la Nación.

Asimismo, en los primeros cinco meses del año se han desarrollado cuarenta allanamientos a ‘ollas’, como se les conoce a los lugares donde se venden drogas.

La mayoría de estos allanamientos se realizaron en Atalaya, a pocos metros de colegios.

Las autoridades pidieron la colaboración de la comunidad para que suministre información que permita contrarrestar el accionar de los traficantes de drogas y de esta manera evitar que los niños se conviertan en adictos a ellas.