El 23 de febrero de 2019 se profundizó la grieta, que desde hace cuatro años ha permanecido abierta desde el cierre de la frontera con Venezuela, ordenado por Nicolás Maduro.

Ese sábado, Cúcuta acaparó los principales titulares de la prensa mundial, no por la euforia de una victoria, sino por el estruendo de la derrota que significó el ingreso de las ayudas humanitarias al vecino país.

Horas antes, la ciudad había vibrado con el concierto Venezuela Aid Live, convocado por el multimillonario Richard Branson. El empresario inglés organizó un espectáculo musical sobre el puente internacional de Tienditas, con un centenar de artistas, que se encargaron de extender una voz de condena contra el presidente venezolano.

Mientras las canciones arrancaban lágrimas de júbilo entre los asistentes, a pocos metros de allí se finiquitaba lo que sería la entrada triunfal de la oposición venezolana, encabezada por Juan Guaidó y su equipo político.

Ayudas humanitarias fueron donadas por USA.

El procedimiento se presentó como una maniobra infalible, pero que despertaba interrogantes por su nivel de riesgo. Los presidentes de Colombia, Iván Duque; de Chile, Sebastián Piñera; y de Paraguay, Mario Benítez, aterrizaron en Cúcuta para supervisar cada detalle de este traslado de insumos médicos y alimentos, que fueron donados por Estados Unidos. 

Todo estaba listo para derribar el bloqueo físico, que impuso Maduro sobre los puentes internacionales, con una cadena de contenedores y bloques de concreto.

Las bocinas de los camiones o gandolas, que estaban parqueadas a las afueras de la bodega del puente de  Tienditas, marcaron la hora cero de este procedimiento. Nueve vehículos salieron disparados hacia los puentes internacionales, cada uno de ellos cargados con cerca de 40 toneladas de estas contribuciones. Un enjambre de venezolanos se aferraron sobre estos automotores, desbordando emoción y esperanza por el retorno a su patria.

Sin embargo, estos migrantes no se imaginaron que el júbilo iba a terminar devorado por las llamas de la confrontación. 

La marcha de los carros cisterna fue reprimida brutalmente por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y se encendió una batalla campal, que en territorio colombiano dejó 285 heridos y dos vehículos incinerados por manipulación de bombas incendiarias.

Dos camiones fueron quemados en el límite.

En medio de las detonaciones también emergió el sonido de los aplausos. Militares venezolanos decidieron enfundar sus armas, renunciar a las filas del ejército venezolano y desertar durante estos choques. 

El entusiasmo brotó por unos segundos y la violencia se fue silenciando.

Al finalizar la jornada, Caracas endureció su cerco diplomático, decidió romper relaciones bilaterales con Bogotá y expulsó al cuerpo diplomático colombiano, una decisión radical que sacudió los fantasmas de la crisis fronteriza de 2015. 

El paso peatonal por la frontera se bloqueó y Norte de Santander quedó sumido una nube de confusión

Un escenario bélico

Días después del 23F, se empezó a despejar una maraña de dudas. 

La primera de ellas fue la sorpresiva aparición de Juan Guaidó en territorio nacional. Lo que inició siendo un escape heroico, celebrado por Iván Duque, terminó por minar la credibilidad de Guaidó, reconocido como presidente interino por 50 países, entre ellos Colombia y Estados Unidos.

El dirigente de Voluntad Popular fue retratado en una trocha con alias El Brother y El Menor, dos comandantes de Los Rastrojo, en la zona fronteriza. 

Juan Guaidó es retratado con Los Rastrojos.

Esta fotografía fue publicada por Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar, y se viralizó por las redes sociales.

La imagen se encargó de endurecer las críticas que desde el plano local emergieron contra el operativo de las ayudas humanitarias. Una de las voces más enconadas fue la del alcalde de Cúcuta, César Rojas, quien siempre se opuso a este traslado.

La crisis humanitaria se volvió a asomar por las calles y parques de la ciudad fronteriza, que permanecieron atiborrados por los cerca de 1.600 venezolanos, quienes estaban atrapados por el cierre fronterizo. 

Otra de las reclamaciones enérgicas de Rojas cuestionaba la actuación de un grupo de encapuchados, que se autodenominó como ‘La Resistencia’. 

Encapuchados se autodenominan ‘La Resistencia’.

Eran cerca de 50 encapuchados, quienes se apostaron debajo de los puentes internacionales Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, y atacaban con piedras a los uniformados de la GNB, a plena luz del día y a los ojos de la Fuerza Pública.

Su objetivo era debilitar el cerco de las autoridades venezolanas.

Ese resabio de vandalismo terminó por originar una línea de fuego sobre los pasos informales, más conocidos como trochas, que eran usados por cerca de 70.000 migrantes para cruzar a Colombia. 

A esto se sumaron los escándalos de corrupción que salpicaron los fondos destinados para la atención de los desertores y sus familias. Ellos se aferraron al sueño de conformar un ejército extranjero y apoyar una intervención en Venezuela, que supondría el ocaso de Maduro. 

Presos de la desesperación y el abandono, los uniformados decidieron engrosar las filas de la diáspora venezolana, que transcurría a lo largo de los 198 kilómetros de carretera entre Cúcuta y Bucaramanga. 

La mayoría de ellos se enfilaron hacia Ecuador, Perú y Chile, abandonando la causa emancipadora que aún se irradiaba sobre los despojos de los camiones calcinados del 23F.

Nicolás Maduro decidió reabrir la frontera a mediados de junio y el panorama retornó a la cotidianidad del éxodo de migrantes, que llegan de Venezuela, asediados por el hambre, la pobreza y las enfermedades.

Diez meses después del incidente del 23 de febrero, la lectura del concejal Bachir Mirep se va lanza en ristre contra el Gobierno Nacional.

“Cúcuta se usó como fachada para poner en entredicho unas relaciones diplomáticas que se deben mantener por el bien de las poblaciones de ambas naciones, y se llevó a un escenario de posibilidades bélicas. Esas proyecciones de que le quedaban muy pocas horas a la dictadura de Maduro, nunca se cumplieron”, señaló el funcionario. 

Norte de Santander se ha logrado sobreponer de las escuelas de este pulso político, aunque no ha sido un trabajo fácil por el un flujo de extranjeros que no para y que parece agravarse con el paso de los días.

A pesar de que una facción de la oposición venezolana sigue empecinada en embalsamar el fallido paso de la ayuda humanitaria con elogios de triunfo y acierto, lo que nadie podrá negar es que el 23F quedará inmortalizado con el sinsabor de un mal recuerdo.

Militares venezolanos desertaron en la frontera.