Richard Eduardo Cáceres Umaña le saca risas hasta a un moribundo en su lecho de muerte, por algo se le conoce en Cúcuta como el ‘Doctor Pecas’, y aclara: no soy médico, soy el doctor de la risa. Así se presenta cada vez que ingresa al pabellón de los niños en los hospitales a los que acude muy a menudo a alegrarles la vida a los pequeños que allí se encuentran recluidos por alguna enfermedad.

A sus 29 años, Cáceres ha dedicado los últimos 15 a servir a los más pobres de Cúcuta desde tres frentes de batalla, como él mismo los denomina: como ‘Doctor Pecas’, en la fundación Hospiclown, que se dedica a ofrecer terapias de risa a enfermos en clínicas, hospitales y barrios deprimidos de la ciudad; como voluntario de la Fundación Ángeles unidos de Cúcuta, que dota de ropa usada a familias pobres, y como presidente de su propia fundación Caleb del Norte, donde con otros cinco socios brindan atención a niños y abuelos pobres de barrios marginados de la capital nortesantandereana.

Nada de lo que hace Cáceres tiene precio, porque –aclara- no hay nada más bonito que hacer reír a quienes sufren por alguna calamidad o enfermedad. Ese es el mejor pago del mundo, dice.

Siempre ha vivido en el cerro del barrio San Rafael, un lugar en el que desafía con sus  papás y su hermano mayor la muerte cada vez que llueve, debido a la inestabilidad del terreno.

Antes de culminar su secundaria en el año 2000 ya sabía que su rumbo a seguir era el servicio social, servir a los pobres y a todo aquel que necesite una mano amiga.

Aunque –aclara- no solo ayudar por ayudar, se trata también de tender la mano pero sensibilizando, inculcando a los jóvenes que nada es imposible y que la adversidad es posible superarla, por muy difícil que se presente.

Cada vez que Cáceres asiste con su fundación a los barrios de invasión de la ciudad, en simultánea hace un diagnóstico de la comunidad con sus socios, en la medida en que ofrecen un chocolate con un pan, identifican a la familia más necesitada del barrio y con ella luego hacen un plan especial para satisfacer las necesidades más apremiantes que estén requiriendo. Por ejemplo, si es por alimentos, Caleb del Norte acude a los amigos o familiares para recolectar una canasta básica.

Recuerda también que en una de esas visitas se encontraron con un abuelo que tenía a su cuidado a dos niños y que para alimentarlos les daba de comer cartón y agua, debido a que no tenía más qué ofrecerles.

El caso fue puesto por Caleb del Norte en conocimiento de las autoridades y hoy esos pequeños están bajo el cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.

Cáceres describe a Cúcuta como una tierra de oportunidades, pero por explotar, más ahora que atraviesa por momentos difíciles debido al éxodo venezolano.

En sus correrías, Cáceres no pierde el tiempo con los jóvenes de su edad. Siempre los reúne y les inculca que Cúcuta necesita guerreros, líderes, no gente que se queje por todo o que espere a que aparezcan el mandatario de turno o el empresario a dar. 

Por eso también cuando recolecta ropa usada en casa de amigos para llevarla con los voluntarios de la fundación Ángeles Unidos de Cúcuta a los jóvenes pobres de los barrios apartados, nunca la regalan, la venden a precios muy bajos, “para enseñarle a ellos que todo en esta vida tiene un precio y que hay que luchar por conseguir lo que queremos, esa es la enseñanza que les dejamos”, dice Cáceres.