Cada vez que un técnico o un jugador sale de un equipo de fútbol los comentaristas sueltan una frase que pareciera una ley: “los hombres pasan, las instituciones permanecen”. Tristemente, el caso del Cúcuta Deportivo nos muestra que la frase no es cierta si hablamos de dirigentes, pues un hombre llamado José Augusto Cadena pasó por el rojinegro y en menos de siete años logró que un equipo casi centenario, campeón del fútbol colombiano, cuna de varias leyendas de nuestro balompié e incluso semifinalista de Copa Libertadores desapareciera.

Es una tragedia para la afición, para la ciudad y para los que amamos el fútbol, por supuesto, pero para Cadena, la Dimayor y la dirigencia del fútbol colombiano es una opereta, un chiste en el que ya hay plan B para que no pierda su patrimonio el compañero “dirigente” (sí, con comillas, porque lo que Cadena es se podría explicar con el término corsario).

Expliquémoslo de forma simple: Cadena es un empresario agresivo que ha hecho su fortuna gracias a las tragedias de los equipos de fútbol que dirige con un método en el que todos pierden menos él. Yo lo llamo “El Método Cadena” y el libreto nos lo enseñó hace 15 años cuando llegó al Bucaramanga, al que compró en $4.000 millones: el equipo hizo una pésima campaña, se fue a la B, él dejó de pagarles a los futbolistas, le empezó a deber a todo el mundo y, mientras, amenazaba con llevarse al equipo a otra ciudad en donde “sí lo respaldara” el alcalde de turno. La amenaza y el hacer quedar mal al alcalde de la ciudad es clave en el Método, pues esa es la presión para que la afición se meta con las autoridades y así estas le sigan dando plata. Al final, todo es una estrategia para que los empresarios de la ciudad sientan que tienen que rescatar el equipo y se lo compren al precio que él quiera, dejándoles además todas las deudas.

¿Le suena el Método? ¡Por supuesto que le suena!  Eso mismo quiso hacer en Cúcuta, sólo que ahora las autoridades son menos permisivas que hace 15 años. Si no existiera el Ministerio del Deporte seguramente el Cúcuta de Cadena seguría jugando y debiéndole a todo el mundo con la venia de la Dimayor, mientras amenaza que se lo lleva a otra ciudad obligando así a que apareciera alguien que le pagara lo que se le diera la gana.

Recordemos que de Bucaramanga se fue cuadruplicando su capital (y dejando miles de millones en deudas que los actuales dueños se demoraron varios años en pagar), y de Tunja se fue mucho más rápido, pero duplicando la plata que puso. Con esa plata fue que llegó al Cúcuta a hacer y sobre todo a deshacer pero, insisto, sin tener en cuenta que su patente de corso había llegado a su final con el final de Coldeportes y la creación del Ministerio del Deporte en 2018.

Porque así fueron las cosas; MinDeporte hizo lo que Coldeportes, Dimayor y Federación nunca: obligar a cumplir con la ley a este corsario malacostumbrado, como todos los dirigentes del fútbol colombiano, a hacer lo que se le venía en gana.

Porque esto hay que dejarlo claro: acá el villano es Cadena, punto. Él, al dejar de pagarle a los futbolistas, al dejar de pagarle a la Alcaldía por el estadio, al dejar de pagarle a la Dian los impuestos, al dejar de pagarle a todo el mundo, decretó la muerte del Cúcuta.

La fácil es decir que fue culpa de la pandemia, que sin taquillas era imposible que el Cúcuta siguiera, pero es una falacia. Claro que el 2020 fue difícil para el fútbol, como para todas las industrias, pero lo que desnudó la pandemia es la pésima organización del fútbol nacional. Se lo explico de esta forma, con taquillas o sin taquillas, Cadena recibía desde 2013 US$1.2 millones al año por derechos de televisión; a esto súmele los patrocinadores que tuvo el equipo, ¿dónde está toda esa plata? ¿Me van a venir a decir que eso vale la nómina de un Cúcuta que desde que él llegó estuvo dos veces en la B y estaba coqueteando para regresar antes de que quebrara? No, esa plata se fue en fincas, en carros, en su oficina en un lujoso sector de Bogotá mientras a los jugadores se los llevó a disputar esta liga en Armenia con la alcahuetería de la Dimayor, mientras no les pagaba el sueldo y, delicioso, tampoco pagaba el hotel en el que los tenía hacinados.

El tipo es una vergüenza, sin duda, uno más de los nuevos dirigentes que sólo piensan en plata y nunca en fútbol, y por eso es tan triste que el equipo entrara en liquidación y no recibiera respaldo de la Dimayor que, llena de personajes como él, decidió respaldar al corsario y dejar morir al equipo expulsándolo de su mal llamada cofradía.

Cadena puede montar un nuevo equipo y será bienvenido en la Dimayor, mientras en Cúcuta se seguirá llorando al club que ya no es.

Ahora, el Cúcuta Deportivo no es el primer equipo que desaparece en el fútbol colombiano pero sí es el más importante hasta la fecha. Por el largo camino de equipos que quebraron, desaparecieron y nunca volvimos a escuchar hay nombres de relevancia como el del Deportes Caldas, campeón de 1950 que se fusionó con el Once Deportivo para que naciera el Once Caldas actual; el Universidad Nacional, que fue fundador de la Dimayor y participó en las cinco primeras ligas; o el Sporting de Barranquilla, primer y verdadero rival clásico del Junior que estuvo en Dimayor entre 1950 y 1953, luego quebró y desapareció hasta que unos empresarios revivieron el nombre en 1988 teniendo cuatro temporadas de regreso en las que tuvo los debut de Miguel Calero y Faryd Mondragón pero poco fútbol y respaldo, para luego morir definitivamente pues su ficha fue tomada por el Real Cartagena.

La pregunta dura es qué viene para la ciudad. En un mundo ideal, un grupo de empresarios locales refundaría el Cúcuta y compraría la ficha para seguir siendo el club 36 de la ciudad (como pasó con el Sporting en los 80), pero lo más posible es que esa ficha vacante termine en otra ciudad con un club nuevo en la B y, acá va la polémica, lo que se ha hablado en Dimayor es que alguno de estos clubes itinerantes que un año juegan en una ciudad y el otro juegan en otra en algún momento reciba el aval para que no se desperdicie una plaza tan buena como la capital de Norte de Santander.

No sería la primera vez que pasa; recuerden que cuando el Pereira estuvo a punto de desaparecer en 2004 el Real Sincelejo pasó a llamarse Depor Cartago con el objetivo de convertirse en el Depor Pereira si los matecañas salían de Dimayor (cosa que no pasó), e incluso cuando el Pereira entró en liquidación las Águilas Doradas se fueron a volar a Risaralda llamándose esa temporada las Águilas de Pereira, vistiendo con los mismos colores del club local, cosa que no fue bien recibida por la pasional hinchada de la ciudad por lo que volaron de regreso a Antioquia.

¿Recibiría bien la afición motilona a unas Aguilas de Cúcuta, un Real Cúcuta, un Atlético Cúcuta o cualquiera de estos itinerantes aventureros que traten de quedarse con la plaza? Es una pregunta interesante, porque de entrada no sería el Cúcuta Deportivo, sería otra cosa, una sin alma y sin historia, por más que la vistan de rojo y negro, pero igual sería fútbol y su industria para la ciudad.

Porque ese es el fútbol que tenemos, el de la plata y la obligación de cumplirle con partidos al dueño de los derechos de TV, un fútbol triste en el que los dirigentes ven clientes en vez de hinchas, un fútbol sin el Cúcuta Deportivo.

Alejandro Pino Calad
Cronista deportivo y director de Publimetro