Se salieron con la suya en Estados Unidos.
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Rostros para lelos: Joe y Kamala
Si no fuera por la pandemia invitaría a comer hamburguesas a los setenta y seis millones de norteamericanos que votaron por Joe Biden, y de refilón mandaron al lugar adecuado al presidente Trump.
Invitaría a que nos vieran comer hamburguesas a Pacho Santos, embajador en Washington, y a otros funcionarios y activistas-trumpistas del Centro Democrático que la metieron toda por el triunfo del acosador de inmigrantes y otras minorías.
Se salieron con la suya en la Florida pero en el resto del país la vieron a cuadritos como diría la alcaldesa de Bogotá.
Cuando el domingo se oficializó el triunfo en las urnas del nuevo amo del bar de la Casa Blanca y Blair House, Trump se fue de golf. Biden estuvo en misa.
Al segundo presidente católico después de Kennedy le tocó rezar el salmo 62 y desentrañar la parábola de las vírgenes aquellas. Nunca se me dieron las parábolas.
Mi sentido pésame para las bolas de golf que en lo sucesivo padecerán con más frecuencia los golpes del magnate. En su eterno mandato, Trump ha ido más de 300 veces al prado a darle a una bola pequeña sin tocar la grande, definición que Chaplin acuñó para el golf.
El resto del tiempo, además de atropellar “urbi et orbi”, y de trinar y trinar, se la ha pasado ensartando falsedades. Cuando un poderoso dice infamias estas adquieren el estatus de verdades de a puño entre su rebaño. El calumniado queda pagando escondederos a peso.
Mr. Donald se saca de la boca una hamburguesa para decir mentiras. The Washington Post le ha contabilizado más de veinte mil cañazos o fake news durante su periplo.
Y el rancho ardiendo porque solo entregará la tienda a partir del 20 de enero. La tractomula de Rojas Trasteos ya está parqueada en los jardines de la Casa Blanca lista a llevarse sus corotos, incluido su catedralicio ego.
Desde que ví las fotos de Marilyn Monroe publicadas por la revista Life en los años sesenta saliendo de una piscina ligera de equipaje, no había sentido tanta felicidad como con el triunfo de Biden y de su fórmula, doña Kamala.
Me gustó tanto el discurso de la futura vice que le he pedido a Alzheimer que me borre algunos archivos insípidos para acomodar en mi memoria su discurso agradeciendo el respaldo.
Quedo a la espera de una Kamala criolla para votar por ella. Por lo pronto, solo veo bípedos implumes en el partidor.
Claro que el trotecito que suele hacer Biden, de 77 años, para llegar a la tribuna, ya no lo necesita. Hay que ahorrar energías, aconseja el Nobel Bob Dylan en sus memorias.
Para cerrar la tienda, hago mías estas palabras de Bill Gates, hablando de la revolución digital: “Qué bueno es estar vivo para ver lo que está pasando”.
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