Pérdida de la identidad cucuteña
Sobre el tráfago de la invasión española se fundaron las ciudades que hicieron posibles el desarrollo urbano. San José de Cúcuta se funda por Doña Juana Rangel de Cuellar teniendo como su centro lo que hoy es el barrio San Luis. Creció con el transcurso de los años hasta hacerse pujante en otros días y decadente como hoy. Los recuerdos del cacique Bari se dejan sentir en el nombre de Cúcuta que lo era el suyo. Llegaron gentes de todas partes. Se formó una identidad que procuró hacerse fuerte.
El progreso no se hizo esperar por el empuje de sus pobladores y la cuota de enseñanza de los extranjeros. Alemanes, italianos, árabes, entre otros, pusieron a su servicio lo que sabían para verla prosperar. Cúcuta miraba más hacia Venezuela. El lago de Maracaibo era la vía a donde su progreso iba hacia Europa la que a la vez envía el suyo. El ferrocarril hacía posible estas maravillas que al leerse se siente el orgullo de tener como ancestro a titanes de la civilización.
Tanta belleza no podía durar. Poco a poco la ciudad se llenó de gente inesperada que no dio nada, pero si le arrebató su razón de ser, su identidad. Primero fue la invasión antioqueña que la llenó de almacenes, de Alejandrías, de San Andresitos, de recovecos, de baratazos, cincomilazos. Detrás gente de dudosa ortografía que resquebrajó su soporte social y moral. Se imponía una nueva manera de ser en la que el ventajismo era su puntal. Aun así, la ciudad podía reconocerse. Las bases del pasado querían mantenerse. Tenía que llegar el golpe final.
La invasión venezolana vino del oriente. Aquí fue Troya. La alegría de los primeros días por los nuevos habitantes se trocó en tristeza, desesperación, en derrota, desolación. Ese cuadro deprimente que se observa al recorrer la ciudad. La invasión sentaba su poderío y se adueñaba en definitiva de lo que era el lugar fundado para el progreso y la recreación. No se exagera al decir que San José de Cúcuta se encuentra hoy sumergida en la pobreza social, en la pobreza humana.
Muy poco se hace para rescatarla. El invasor es imponente, hace de las suyas, hace lo que le provoca, las calles son un desfile permanente de los que nada aportan y mucho exigen. Hay que verlos en su soberbia. Muchas veces permitida porque el comercio cree que se está enriqueciendo. Puede que así sea, pero a un precio muy alto para San José de Cúcuta. Esas ganancias no se quedan en la ciudad. Van a otras ciudades como sucedió en las bonanzas anteriores.
Cúcuta solo se quedó con su pobreza y un volver a empezar. La indignación que por todas partes se deja sentir no es gratuita, no es xenofobia. La natural queja ante algo que se les salió de las manos y que amenazan con su ruina. Ninguno del poder se preocupa de su suerte. Así haya ganancia no importa la calamidad que se avecina. Por encima de su deterioro que ya de por si es lamentable esta la pérdida de su identidad. La razón de ser cucuteños, herederos de generaciones anteriores que la tejieron para que la disfrutaran los que vendrían. ¿Entonces cabe preguntar la actual generación que va a dejar a los que vienen? Si no se toman soluciones a tiempo solo quedara el recuerdo y la añoranza de mejores días. Esta invasión fue en serio, no esperada. Queda por saber cuál será la solución definitiva al problema del venezolano que puede marcar con hierro todo lo que fue, lo que se es, y lo que será.
Noviembre de 2019
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