No han transcurrido ni un par de meses desde la realización de las elecciones regionales, y ya la mayoría de los gobernantes entrantes han cambiado la euforia del triunfo por el inicio de las preocupaciones y tareas a su cargo. 

El proceso de empalme, ha logrado aterrizar las buenas intenciones y deseos de grandes realizaciones expresados en el debate, a la dura realidad de presupuestos insuficientes y obligaciones pendientes, como consecuencia de la deuda pública acumulada, los compromisos sobre vigencias futuras, y gran cantidad de multas y contratos por liquidar y cancelar, que entregan los mandatarios salientes después de cuatro años.

En mis clases de posgrado, me gusta ilustrar el análisis de la administración pública, con la frase: “Si los males del matrimonio comienzan en el noviazgo, los del gobierno comienzan en las campañas”. Y no es para menos, gobernadores y alcaldes, ya sienten los rigores de las expectativas y compromisos asumidos por cuenta de la anhelada victoria.

Así, los electos comienzan a replantear la prioridad de sus primeras acciones - lo que resulta incomprensible para las comunidades y equipos de campaña- y adecuarse a las condiciones financieras de las disminuidas arcas que se les entregan. Ello conlleva a tener que comenzar a evadir a líderes y representantes que buscan puesto de trabajo, por aquello de que no hay cama para tanta gente. 

Por otra parte, para lograr el triunfo electoral, se deben contraer deudas personales que a pesar de no aparecer en los libros contables de los otrora candidatos, sí generan un sinnúmero de acreedores, unos más impacientes que otros, que desde enero presionan por duplicar o triplicar la inversión realizada. Los gobernantes quedan en la encrucijada de volver a prestar para pagar o iniciar las imprudencias y desviaciones en la contratación pública como forma de pago.

El panorama económico impele buscar recursos adicionales y para ello se requiere la inversión en proyectos de inversión de alcance regional, con el nuevo obstáculo que no hay recurso para este propósito y la cacareada gestión ante la nación, se ve truncada por las trabas y exigencias en la elaboración y presentación de tales proyectos. 

El matrimonio entre nuevos gobernantes y comunidades apenas comienza, y los primeros meses tienen el encanto de la luna de miel, pero que se mantenga requiere una gran dosis de tolerancia, esfuerzo y en especial una comprensión de parte y parte que la realidad solo se cambia progresivamente como una construcción colectiva.