Lo he contado antes pero con otro vestido.

Gracias, USA
Como tengo varios agradecimientos pendientes con “los hermanos pudientes del norte”, como llamaba el general Torrijos a Estados Unidos, empiezo a desatrasarme este día en que serán sacrificados millones de pavos, menos el indultado por Trump, que está de trasteo. ¡Por fin!
Lo he contado antes pero con otro vestido. Gracias a los hermanos carapálidas, hace 43 años estrené pasaporte en inmigración de Miami cuyos funcionarios me miraron feo. Me pegaron feroz esculcada. Cero perica.
No hubo llaves de la ciudad para este Marco Polo de tierra fría. En cambio, sufrí el primer tsunami tecnológico cuando llamé por teléfono a un amigo que me haría un tour mientras seguíamos a Washington.
Una voz varonil que salió al teléfono dijo de pronto. “El teléfono que está marcando no existe”. Salí huyendo de un teléfono que hablaba mejor español que yo.
El Mono Jairo Flórez Vélez, envigadeño, con quien nos volamos de casa en la juventud para conquistar el mundo, se escapó del tour.
Chuleado Miami, volamos a Washington donde se firmaría el tratado Torrijos-Carter que le devolvió el Canal de Panamá a sus legítimos dueños.
Instalados en la capital, en otra pausa de aeropuerto, descubrí una máquina a la que la gente se arrimaba y ¡salía con una Coca-Cola en la mano!
Me acerqué al mágico aparato para ver su funcionamiento. Vi una ranurita y leí: Dime. Me aproximé, y le pedí pasito: Una Coca-Cola. Todavía espero mi bebida.
En algún momento me perdí en Washington. Llamé al colega que estaba al mando, Jorge Enrique Pulido, le dije que estaba extraviado, me sugirió que mirara algún punto de referencia para orientarme.
Vi unas señales de tránsito: One way. Entonces le dije, feliz: Estoy en one way con one way. Soy deudor moroso de esas señales de tránsito que me regresaron con mis colegas de Todelar Pulido, Marta Montoya y Fernando Álvarez.
¿Cómo no agradecerles a los hermanos yanquis si el presidente Carter me invitó a la Casa Blanca primero y luego a Blair House, de la mano de Torrijos y de su comitiva que incluía al futuro
Nobel García Márquez y al presidente López Michelsen? No se perdió ningún cenicero.
Gracias, USA, por prestarnos el cielo entre Washington y Nueva York. En ese trayecto, López nos invitó a una copa de champaña en su avión Fokker.
En Nueva York conocí unos vehículos largos como perros salchichas. Son las limusinas en las que los vanidosos de la aldea global sacan a airear su ego.
La última ciudad gringa que visité hace poco también fue Miami. En casa de nuestros anfitriones una noche un aparato sospechoso nos interrumpió el sueño. Me acordé de Orson Welles y creí que nos habían invadido los marcianos.
Falso positivo: era un parsimonioso robot encargado de engullirse el polvo. El cachivache se activa a la hora programada. Volví a creer en Dios. Gracias, USA, por los favores recibidos.
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