La nueva Duquesa de Sussex es norteamericana, específicamente de California, era actriz y tuvo dificultades para encontrar papeles destacados en el cine y la TV.
El cuento de hadas
Pasar de ser simplemente Meghan Markle, una actriz no muy destacada, de piel canela y con razas negra y blanca mezcladas, para convertirse en Su Alteza Real la Duquesa de Sussex, esposa del Príncipe Harry (Enrique) de la Casa de Windsor, se constituye en un verdadero cuento de hadas, de esos que cuesta trabajo esperar que ocurran en pleno siglo XXI.
No me levanté a las 4 de la mañana para ver la boda en tiempo real. Pero a partir de las 10, me clavé frente al televisor para seguir las múltiples repeticiones de las principales escenas de la boda, que fueron transmitidas por las cadenas de TV de los Estados Unidos hasta el cansancio. No era para menos.
La nueva Duquesa de Sussex es norteamericana, específicamente de California, era actriz y tuvo dificultades para encontrar papeles destacados en el cine y la TV. Como ella admitió, costaba trabajo que la ubicaran como protagonista. No era ni blanca ni negra, tampoco latina. No se destaca tampoco por su belleza, aunque tiene una sonrisa amplia y cálida que le ilumina la cara. Quizás esa sonrisa, más su espontaneidad, contribuyeron a que conquistara el corazón de Harry, el segundo hijo del Príncipe Carlos y nieto de la Reina Isabel.
No hay nadie igual a los británicos en su capacidad para rodear de pompa los actos oficiales, en general, y más particularmente los de la familia real. Confieso que cuando vivía en Londres, hace muchos años, no me perdía esos actos, ya fuera presencialmente o a través de la televisión: la apertura del Parlamento, por parte de la Reina, con traje largo, corona pesadísima, capa de armiño y cetro. O su revista a las tropas en la celebración anual de su cumpleaños. En ese entonces todavía montaba a caballo. Unos soberbios caballos blancos. O las carreras de caballos en Ascot, a donde llegaba en carroza acompañada por el Príncipe Felipe y, en ocasiones, por su hermana la Princesa Margarita.
Tuve la oportunidad de conocer a la Reina y saludarla en tres ocasiones. Una vez en la celebración de “la fiesta del jardín”, en el Palacio de Buckingham, a la que los diplomáticos estábamos invitados. Otra en una fiesta nocturna en honor del cuerpo diplomático. Y la última, cuando el Embajador Gustavo Balcázar Monzón le presentó sus credenciales.
Me pareció fría y antipática, en contraste con el Príncipe Felipe, amable y conversador, y con la Princesa Margarita, cálida y natural. Pero con el tiempo no he dejado de admirarla. No es fácil haber tenido que asumir, desde muy joven, un papel en el que no tiene derecho a expresar sus opiniones políticas o sociales, en el que se espera que reine pero no gobierne, con todos los ojos colocados sobre ella y los medios pendientes del más mínimo desliz. Tiene una disciplina a toda prueba y, aún a sus 92 años, sigue cumpliendo con ese papel y con lo que sus súbditos esperan de ella.
Como el Príncipe Enrique ocupa apenas el sexto lugar en la línea de sucesión, después de su padre, de su hermano el Príncipe Guillermo y de los hijos del anterior, no llegará al trono. El seguirá dedicado a sus obras de caridad, a los deportes y a la organización de eventos como las Olimpiadas para los parapléjicos. Así mismo, a representar a la Reina o al Príncipe Carlos cuando ellos lo soliciten, por ejemplo en viajes a los países miembros del Commonwealth.
¿A qué se dedicará Meghan? Difícil saberlo. En su vida anterior, además de actriz, era una activista por la igualdad de género. El diario El País de Madrid interpretó el hecho de que Meghan entrara sola a la catedral en donde se realizó la boda, como un primer mensaje feminista. La verdad es que su padre, recién operado del corazón no viajó para el evento. En consecuencia, la novia decidió llevar a cabo su recorrido de entrada a la iglesia sola, para luego ser acompañada por su suegro, el Príncipe Carlos, en el tramo final, previo a su encuentro con Harry.
El ajuste para su vida en la rígida Corte de Isabel II será indudablemente muy duro. Como lo fue para la Princesa Diana. Sin embargo, si su esposo la rodea de amor y comprensión, cosa que no le ocurrió a Diana, el ajuste podrá ser menos duro y la vida dentro de los muros del Palacio de Kensington, menos frustrante. En todo caso, esta norteamericana hasta ahora liberada, necesitará de toda su fuerza de voluntad y capacidad de resistencia para vivir, sin grandes traumatismos, su nuevo papel.
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