Las palabrejas que han desaparecido de nuestro vocabulario.
Cucuteñismos en desuso
Mi buen amigo don Carlos Eduardo Orduz publicó recientemente un libro donde hace gala de lo que ha sido su formación profesional - la lingüística y la filología - y con el objeto de trasladar todo ese conocimiento acumulado al estudio de la forma de hablar de sus paisanos cucuteños y nortesantandereanos. Se trata de “Cucuteñismos en desuso”.
Comienza el autor recordando dos aspectos de su trayectoria vital: primero, a sus profesores de estudios superiores, como Luis Cabanillas y Otto Ricardo, quienes en el Instituto Caro y Cuervo lo formaron en materia tan abstrusa para la generalidad y apasionante para la minoría, y, en segundo lugar, cita un libro fundamental al que no le registra su autor: Curso de lingüística general. Alguna vez, en tertulia con el poeta uruguayo Fernando Chelle Pujolar, le pregunté, ¿qué libro recomienda para iniciarse en los estudios del idioma? Me respondió que sugería el libro Curso de lingüística general, del ginebrino Ferdinand de Saussure, que le dio a la lingüística el carácter de ciencia. Saussure falleció en 1913 y sus estudiantes y compañeros lo publicaron póstumamente en 1916. Fue mi distracción durante la cuarentena y, debo admitir, no es un libro fácilmente digerible. Al libro anterior habría que agregarle El español hablado en el departamento Norte de Santander, del Caro y Cuervo (1969).
Don Carlos Orduz rememora en la obra muchas palabras que han desaparecido de la cotidianidad o se han ido transformando. Por ejemplo, antes hablábamos de “Teatros” con su galería, palco, luneta y las funciones matinal y vespertina. Luego derivamos en los “Cine” -con cubierta o al aire libre-, y hasta Cine al aire libre en las barriadas, abierto al público. Todo ha cambiado: antes se “colgaba” el auricular del teléfono descargándolo en la base -de los fijos- y hoy tocando un punto en la pantalla o display del móvil.
Otras palabrejas que han desaparecido de nuestro vocabulario son las famosas “Asentías” y los “Asentistas”, que, aunque el DRAE lo define como un contratista de suministro de víveres para el Estado, entre nosotros fueron estancos gubernamentales para expendio de licores propios o importados. En la obra de Guillermo Solano Benítez leemos muchas Ordenanzas con partidas para “Falúas”, es decir, “embarcaciones ligeras, alargadas y estrechas, utilizada generalmente en los puertos y en los ríos”. Otras palabras que los jóvenes desconocen hoy serían: totuma, moya, chinchorro, quincalla, el parado -que en otras regiones llaman alfandoque-, en las perfumerías se perfumaba a los clientes con alhucema Pachulí, los estudiantes escuchaban clases en taburetes y luego en pupitres, la medicina se compraba en boticas que luego se transformaron en farmacias, droguerías, dispensarios, etc. Otros capítulos de esta obra son Los refranes, La etimología, El nuevo lenguaje, La educación en Norte de Santander y Humanismo y tecnología.
Felicito sinceramente a don Carlos Orduz por esta obra que obsequia a su ciudad, producto de sus desvelos idiomáticos, desazón por el deterioro del idioma en su comarca y la impotencia de no poder hacer nada al respecto, sólo dejar constancia para la posteridad en el sentido que sí hubo un cucuteño vigía del buen decir en la región.
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