02 de enero del 2021, el año comenzó con una noticia devastadora: Laura Weinstein, directora de la Fundación GAAT y amiga cercana, falleció. Les admito algo, soy muy torpe con los duelos, no sé cómo procesar el dolor que generan las pérdidas y eso hace que me vuelque al trabajo para dejar en segundo lugar las penas (o intentarlo, al menos). Sin embargo, la pérdida de Laura, o Lau, quiero honrarla a través de lo que medianamente sé hacer: escribir.

De su trayectoria se ha escrito, afortunadamente, mucho, les recomiendo estas 3 lecturas: Sentiido (2017), La silenciosa lucha de Laura Weinstein; Un homenaje a Laura Weinstein y Carta a Laura Weinstein, la constructora de puentes para personas con experiencia de vida Trans. (Ver hipervínculos en la versión digital) la lideresa comprometida con una vida digna para las personas Trans y la activista que peleó por recordarle al Estado que el reconocimiento de la ciudadanía implica el ejercicio pleno de los derechos. Yo les quiero hablar de Lau la amiga, la Madre para muchas personas que llegábamos adoloridas a los grupos de apoyo de la Fundación GAAT. A Lau la conocí el segundo semestre del 2015 en el evento de lanzamiento de la página web de la Fundación y comenzamos a acercarnos. Semanas después, yo renuncié a mi trabajo luego de ser víctima de acoso laboral y discriminación; estaba atravesando por una depresión, me sentía derrotada y ella me escuchó sin juzgarme, abriéndome las puertas del grupo de apoyo para personas Trans del GAAT para que no estuviera sola y de la Fundación para rehacer mi experiencia laboral con ellos.

Por Lau aprendí que podemos tener un segundo comienzo, una nueva oportunidad de ser bajo los términos que nosotros mismos escojamos, con ella renacimos muchas de las personas que llegábamos rotas al centro comunitario LGBTI en Teusaquillo. No quiero romantizar su figura, la necesidad de escucha y atención a las distintas problemáticas la agotaban, Lau recibía mensajes minuto a minuto requiriendo su apoyo: que agentes de fuerza pública golpearon a una chica Trans mientras ejercía el trabajo sexual en la Plaza Lourdes, que una notaría se negó a cumplir el procedimiento de cambio de sexo y nombres en las casillas del documento de identidad, que mi hije “me salió Trans” y no sé qué hacer. Sin embargo, su respuesta era apagar el celular por unas horas mientras descansaba, nunca permanentemente, nunca desconectándose de la base social que tanto la necesitaba.

Mientras estuve en la Fundación, Lau me enseñó que el activismo no se terceriza: si deseamos el cambio tenemos que dar la cara, alma, vida y corazón en todo momento, no solo cuando estamos concediendo una entrevista frente a las cámaras o liderando alguna acción de incidencia. La escucha es política, el acompañamiento es político, la ternura es sumamente política, desde ahí se siembran las semillas de un futuro digno, Lau lo sabía y lo aplicaba en su día a día. No son palabras menores decir que ella fue mi mentora, quien soy hoy como persona, como feminista y directora se lo debo en gran parte a ella; ella fue mi escuela que me obligó a reaprender lo asumido, mi familia cuando mi mundo se hizo cenizas y, sobre todo, mi gran amiga.

Generalmente, cuando alguien muere, quienes quedamos en el mundo de los vivos nos afanamos por buscar anécdotas especiales con esa persona para enfatizar el carácter exclusivo de la relación. Sin embargo, mi historia con Laura Weinstein es sólo una en una constelación mucho más grande y hermosa de vidas tocadas (y salvadas) por ella. Creo que eso justamente le brinda el carácter especial a su paso por este mundo y gracias a ello Lau vivirá en todos nosotros, su legado se mantendrá vivo. Lau querida, Madre, te nos adelantaste y acá seguimos llorándote pero el dolor será temporal, pues como dijo Maya Angelou: “nuestros sentidos, restaurados, nunca los mismos otra vez, nos susurran/Existieron/Ellos existieron/Podemos ser/Ser y ser mejores/porque ellos existieron”.