Un año le siguió la pista Xavier Márquez a Mátiu, un venezolano que hacía malabares, y piruetas en un viejo monociclo en uno de los semáforos de la ciudad.
Una familia que es un circo
Un año le siguió la pista Xavier Márquez a Mátiu, un venezolano que hacía malabares, y piruetas en un viejo monociclo en uno de los semáforos de la ciudad.
Atraído por las maromas del artista callejero, Márquez se sentaba a un costado de la vía a apreciar cada uno de los movimientos, mientras pensaba qué tan difícil podría ser manejar el monociclo.
Mátiu se percató de su admirador y un día cualquiera lo invitó a aprender su arte. Empezó por enseñarle malabares con aros y pinos, hasta llegar al monociclo.
Motivada por Márquez, Sandra Pérez, en ese entonces su amiga y hoy su pareja, decidió tomar clases de circo y arte callejero con Mátiu. También aprendió a escupir fuego.
Con lo aprendido, los novatos artistas empezaron a ganarse la vida haciendo piruetas y maromas en semáforos y negocios.
La ciudad les quedó pequeña y en su afán de aprender más y más sobre el arte circense, la pareja se mudó a Bogotá. En la capital hicieron cursos de teatro, pantomima, y más técnicas de circo. Allí también se encaminaron a la participación de diferentes festivales artísticos.
“Recuerdo mucho una vez que nos pidieron un espectáculo en zancos y ninguno de los dos los había usado. En dos horas nos tocó aprender a dominarlos para no perdernos la función”, dijo Márquez.
Fue así como nació Circo Filia, ‘Circo familiar’, al que años después se sumó su hija Natalia, hoy de 8 años.
La familia de artistas ve en su trabajo una forma de sustento y una pasión, que en el caso de Natalia se hereda. Con las tercera integrante de la familia Circo Filia creció.
Aunque Natalia solo participa esporádicamente en algunos números que presentan en colegios, jardines o festivales, la niña sueña con ser parte del Circo del Sol.
Sus amigas la admiran por las piruetas que hace y porque no a todas las recoge a la salida del colegio su mamá vestida de mimo, o de algún otro personaje.
El semáforo, el desvare
Márquez y Pérez estudian arquitectura, y recuerdan en medio de risas cómo los semáforos son sus aliados a la hora de conseguir dinero para los materiales de algún trabajo universitario.
“Necesitábamos papel, lápices, o cualquier elemento y salíamos al semáforo a hacer malabares, y de ahí íbamos a la papelería”, dijo Pérez.
Aunque actualmente participan de eventos teatrales y culturales, o presentan sus números en compromisos con empresas, el semáforo los saca de apuros y es su mayor fuente de entrenamiento.
“En el semáforo tienes la facilidad de practicar un número cada 30 segundos, y eso te ayuda a perfeccionar tu trabajo”, explicó Pérez.
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