El impactante testimonio de un joven cucuteño ciego que entró al mundo de las TIC y ahora dicta cursos de alfabetización digital.
El invidente que enseña tecnología a los reclusos

Cuando analiza su vida tal y como está hoy, César Martínez cree que haber quedado ciego fue una liberación, más que un impedimento.
Ha sido desde luego un camino lleno de padecimientos. “Duré dos años acostado en mi cama sin hacer nada, antes de que mis ojos se dañaran definitivamente”, recuerda este joven de 23 años que hoy es un ejemplo de superación para los colombianos y en especial para la comunidad cucuteña, luego de que recibiera del Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC) una serie de capacitaciones del programa ‘Norte de Santander Vive Digital’, a través de las cuales se convirtió en un gran profesor de tecnología.
En el Punto Vive Digital que el MinTIC instaló en Cúcuta, César aprendió a utilizar Convertic, el software cuya licencia país adquirió el gobierno para que 1,2 millones de colombianos con discapacidad visual puedan descargar gratuitamente la herramienta Jaws, un lector de pantallas que les permite usar computador y navegar en internet para acceder a todo tipo de contenidos digitales.
“Ahí fue donde conocí a mi ídolo: Norvey Salazar, capacitador contratado por el MinTIC para dar cursos de Convertic. Yo pensé que si él era capaz de enseñar a tantas personas, yo tenía que hacer lo mismo. Esa fue mi motivación para convertirme en profesor”, manifestó César.
Desde entonces, cada mañana se levanta temprano y se dirige a la cárcel de Cúcuta para dictar talleres de alfabetización digital a mujeres y hombres que purgan penas por diferentes delitos como rebelión, asesinato, tentativas de homicidio y hurto agravado –entre otros–, que lo esperan con los brazos abiertos y le dicen con cariño ‘profesor’. “A través de Funtics, el ministerio me dio este empleo para enseñar desde las nociones más básicas de la computación como prender un equipo, hasta conceptos avanzados como la utilización de programas y software”, anotó.
Como buen profesor, César no discrimina a nadie. Ser ciego le ha hecho desarrollar una percepción especial de las personas, y respetarlas no por la imagen que proyectan sino por la energía que irradian al caminar. A sus alumnos de la cárcel, esos que la gente ve con tanto temor detrás de las rejas, les ha tomado cariño especial. Un día, por ejemplo, saludó efusivamente a un reo que tuvo que ser trasladado con grilletes a un patio de máxima seguridad, debido a mal comportamiento: “Acababa de apuñalar a dos compañeros y yo no tenía idea. Los guardias se quedaron pasmados cuando lo saludé con un buen apretón de manos... Es que a mí en la cárcel como me quieren mucho nada me da miedo”, relató.
Cuando el ‘profe César’ llega al salón a impartir sus talleres de tecnología, todos le profesan muestras de cariño y camaradería. “Las mujeres me susurran que ‘Cómo estoy de simpático’, y los hombres me dicen que me admiran mucho. Todos se sienten agradecidos de que sea justamente un ciego quién les enseñe a ver la vida con otros ojos”. Para él fue insólito conocer a señores de 50 y hasta más años que, al llevar mucho tiempo en el encierro, no sabían lo que era un computador.
Además de la población carcelaria, Martínez también dicta clases a niños, jóvenes y mujeres cabeza de familia en barrios vulnerables de Cúcuta. Conoció en el barrio Los Olivos, de la ciudadela Juan Atalaya (el más populoso sector de esta ciudad), a pandilleros y también a desplazados y víctimas del conflicto que, para su sorpresa, se convirtieron en sus más aventajados alumnos. “Yo estaba acostumbrado a enseñarle a los más jóvenes, porque aprenden muy rápido. Pero estos adultos fueron tan aplicados, y me pusieron tanta atención, que aprendieron casi con la rapidez de un niño”, detalló.
Otra experiencia fascinante fueron los espacios de aprendizaje en convenio con la Secretaría de la Mujer, donde instruyó a mujeres cabeza de familia como Carmen, quien al principio estaba reacia a recibir los talleres. “Ella decía que la tecnología no le iba a servir de nada. Pero cuando me conoció, y se dio cuenta de que soy ciego, me dijo con ternura que ‘Si yo era capaz, siendo ciego, ella tenía que dar ejemplo’. Así es que yo la inspiré”.
El tránsito a la ceguera
Cuando este cucuteño tenía 21 años comenzaron sus más serios problemas oftalmológicos. No obstante, la pérdida de su visión fue un proceso gradual que se originó a los 15 años, con unas lesiones en sus retinas oculares. “Las inflamaciones de mis retinas me fueron llevando a la degradación visual”, explicó. “Luego fui sometido a tratamientos tortuosos y varias intervenciones quirúrgicas con la esperanza de recuperarme, pero perdí mi ojo izquierdo y con el paso de los meses quedé a oscuras”, agregó.
César quedó ciego en noviembre del 2012. Ese día, mientras naufragaba en sus recuerdos en medio de la más absoluta penumbra, se aferró a la esperanza. “Al principio uno piensa que esto va a ser temporal, y que tarde o temprano volverá a ver”. Pero transcurrieron los días y los meses, hasta que entendió su nueva condición.
Al principio la ceguera fue un asunto llevadero por las atenciones y cariños que le ofreció su madre, Luz Mery González. Le llevaba el café a la cama, le daba ricas comidas y hasta lo bañaba amorosamente. “Pero lo duro comenzó cuando me di cuenta de que habían pasado los meses y no había hecho nada: no podía leer ni estudiar, ni mucho menos trabajar. Entonces me empezó a fastidiar todo, hasta que mamá me llevara el café a la cama... Me entró el desespero y decidí hacer algo por mí mismo”.
César agarró su bastón y salió a la calle para enfrentar su nueva vida. En su EPS recibió terapias de rehabilitación y aprendió a manejar su bastón, a comer solo, a utilizar el transporte público, pasar la calle, movilizarse interpretando el viento y los puntos cardinales e incluso a aguzar su oído. Ya estaba preparado para reintegrarse a la sociedad, y se inscribió en la Asociación de Ciegos de Norte de Santander. Incluso, llegó el amor: se hizo novio de su fisioterapeuta y hoy comparte con ella una relación afectiva que es su polo a tierra.
Pero el deporte fue su primera tabla de salvación: comenzó a practicar atletismo paralímpico y fue lanzador de jabalina y bala, ya que su contextura física robusta le favoreció. Sin embargo, su verdadera vocación era la tecnología. Antes de quedar ciego había culminado la tecnología en procesos industriales en la Universidad Francisco de Paula Santander. “Un amigo ciego me dijo que ya existían los celulares y los computadores accesibles para invidentes, así que el tema me quedó sonando”, evocó.
Luego se enteró de que podía acceder a becas de estudio, y se hizo beneficiario de un crédito condonable de la Fundación Saldarriaga Concha. Hoy cursa el segundo semestre de Sicología en la UNAD.
Su mayor alegría fue haber conseguido trabajo. Se enteró que el MinTIC, a través de ‘Norte de Santander Vive Digital’ y Funtics buscaba capacitar a personas para dictar talleres de alfabetización digital. Entonces envió su hoja de vida y lo citaron a una entrevista. “El gerente se quedó gratamente sorprendido cuando vio que soy ciego. Notó mis ganas y mi dominio del tema, así que me dijo que el empleo era mío”, recalcó.
Cesar Martínez asegura que gracias a las TIC, no conoce los límites. “Yo le digo a todos los ciegos de Colombia que nosotros no estamos derrotados porque la ceguera no es un límite, las barreras están en las personas que no quieren progresar. En pleno siglo XXI, gracias a la tecnología los ciegos podemos estudiar, conseguir trabajo y ser productivos para esta sociedad”, concluyó.
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