En la vía que conduce a Tibú, entre los corregimientos de Petrólea y Campo Dos, cada atardecer un árbol se llena con una bandada de emplumadas manchas blancas.
Son decenas de garzas que aprovechan el silencio y la tranquilidad que ofrece un pequeño lago ubicado en esta ruta, al margen de la vía, en el que a diario se reúnen para descansar.
El espectáculo es magnífico, pues en lo que de lejos parece un gran palo florecido, los blanquísimos animales retozan en sus ramas.
Lentamente, una a una, se dejan caer sobre los delgados gajos, mientras al filo de la carretera, simultáneamente, se desprenden las hojas de los demás árboles.
Al tiempo que esto ocurre, las chicharras hacen su sonoro alboroto y acompañan con su estruendoso canto el panorama, pero a las garzas nada las conmueve.
Ni el paso de las gandolas cargadas de corozo, ni las motos, ni los curiosos que se detienen para tomar fotografías. Nada las perturba, ni altera su multitudinario encuentro en este rinconcito del Catatumbo.
Laopinion.com.co