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Domingo, 4 Junio 2017 - 5:15am

Mujeres víctimas de la violencia intrafamiliar que tejen para liberarse

Resulta siento una estrategia de reconciliación, perdón, y una terapia en la que se dialoga.

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Nadie imaginaría que hacer nudos, cadenetas, cierres y broches sería un mecanismo para liberarse de ataduras, pero resultó posible, según cuentan las beneficiarias que conforman Alaia.

La marca, derivada de una organización de mujeres, se encarga de empoderar a víctimas de violencia intrafamiliar y encaminarlas a la productividad tejiendo, como estrategia de reconciliación, perdón, y una terapia en la que se dialoga, se cuentan golpes, ultrajes, y dolores.

Laura Estefanía Rodríguez, por ejemplo, fue violentada por su esposo pero ahora se dice libre y convencida de que puede tener una vida sin depender de nadie.

Junto con otras 20 mujeres de Atalaya se reúnen en diferentes casas para hablar, tejer, y comprender que la subsistencia no es una opción.

“Yo no tenía ni idea de tejer pero ya es uno de mis fuertes”, dice sonriente, mientras recuerda que en cada encuentro siempre hay sentimientos encontrados al escuchar las historias de otras mujeres que padecieron como ella el desencanto y el maltrato.

“Uno ve situaciones duras y piensa: si ella pudo, yo también, y también otras, y nos apoyamos en ese camino”, afirma. “A veces es que uno no alcanza a percibir por sí mismo que hay problemas, y necesita a alguien que lo empuje”.

Su objetivo ahora, además de exhibir los productos que hacen ella y sus compañeras con material reciclable, bolsas, retazos de tela, fique, palma, lana, entre otros, es proteger a otras “para que no sufran lo que uno sufrió y entiendan que el hombre no es el único que manda ni el del poder”.

Ese, tal vez ha sido el mayor aprendizaje, según cuenta la coordinadora de Alaia, Alejandra Vera, estudiante de derecho en la universidad Simón Bolívar.

Empezó con la idea de asociar mujeres desde hace varios años, pero Alaia nació oficialmente cuando perdió un empleo, hacia noviembre de 2015.

Durante 2016 se consolidó, y este año ha sido el de mayores logros, por el reconocimiento recibido y el apoyo de entidades internacionales como el Pnud, entidad con la cual ya recibieron dos charlas sobre paz y derechos de las mujeres.

También fue el año de encontrar casos hasta llegar a atender 150 mujeres víctimas que reconocen haberlo sido, pero ya pasan la página.

Laura María Guevara es una de ellas. Sin entrar en detalles dice haber sido abusada, no dice más; no tanto por el dolor que pudiese causar el recuerdo sino porque su vida no depende de lamentarse de un episodio trágico.

Con 52 años se animó a estudiar para terminar el bachillerato, y quiere hacer una carrera porque tiene motivos con sus hijos y su marido, pero sobre todo consigo misma.

“Desde 2015 soy artesana”, dice con orgullo. “Me gusta tejer, bordar y estar en Alaia me permite trabajar en eso”.

Se acuerda de que llegó a la organización por la mordedura de un perro, porque el padrastro de Alejandra tenía una mascota que mordió a su hijo y en medio de los trámites se conocieron y empezaron a tejer, a compartir lo que sabían, a hacer bolsos y, paradójicamente, hasta adornos para mascotas.

“Yo me estreso por nada y cuando tejo se me pasa”, cuenta. “Mi familia es de artesanos y por eso es que les enseño a elaborar cosas, para que aprendan algo diferente y puedan sacarle provecho”.

Afirma que cada reunión es como una prueba de confianza en la que “de un momento a otro se desahogan y cuentan sus problemas”.

“Hubo un caso de una muchacha que se destapó porque la violó el padrastro; la mamá la sacó de la casa y aunque no se quedó en la asociación dijo que haberse desahogado le dio libertad”. 

También recuerda a quienes no volvieron porque no se sintieron hábiles para tejer, y aunque las llaman y las invitan “sin compromiso”, son muy reservadas y mantienen el drama sin ayuda. “Creo que vamos a llegar muy lejos”, asegura, pese a que aún hay maridos que no dejan salir a sus compañeras.

Las metas

Según Alejandra, la unidad productiva que se creó con Alaia, que traduce felicidad, además de un mecanismo de terapia busca consolidarse como empresa de artesanías.

“Es cierto que a través de los tejidos sanamos heridas, y que cada bolso, cada vestido de baño es un tratamiento para ellas, pero también queremos crecer con más unidades productivas para que ellas mejoren su calidad de vida”, dice.

Entre sus metas a corto plazo, está ampliar las zonas de acción, que actualmente se encuentran en Los Patios, Atalaya, Molinos, el centro de Cúcuta, y el barrio Las Delicias, más la inclusión de mujeres afrocolombianas del área metropolitana.

Adicionalmente, ampliar los lugares de exhibición de los productos, presentes en colectivos de artesanos de Bogotá y Medellín, “y ojalá tener el apoyo de los empresarios de Norte de Santander”.

En vista de la llegada de venezolanas se les abrió la puerta para salvarlas de la explotación y los abusos laborales, pero también para evitar que ejerzan la prostitución, si no es esa su voluntad.

A la fecha, atienden a 10 mujeres del vecino país, quienes han replicado el mensaje con sus coterráneas para ingresar al movimiento de tejido feminista.

“En cada esquina hay mujeres que son agredidas en la calle, y a mí me pasó; otras han sufrido acoso sexual en sus trabajos, y a mí también me pasó; no han podido obtener un empleo porque piden una cosa por la otra; y a mí me pasó”, dice la directora.

El hecho de saber que, en algún momento de sus vidas las mujeres han sido víctimas de abusos, es su defensa.

“Antes solo me quejaba, pensaba que solo me pasaba a mí, que era la mala suerte, pero entendí que no, sino que era cuestión de saber que tengo derechos y los debo defender”, dice.

Por eso, por sus 150 mujeres; por “esta cultura machista” heredada por hombres y mujeres; o por el caso de esa mujer golpeada, esposa de un empleado público que “se voló” una tarde en la que el marido no estaba, se inscribió con el dinero de la venta de almuerzos y ahora estudia una carrera de salud; por todo insistirá en cambiar trastes por libros, o por agujas y madejas para que las mujeres de esta región sean parte de una gran red, de un tejido indestructible, entrelazadas pero libres.

Helena Sánchez

helena.sanchez@laopinion.com.co

Periodista regional de La Opinión

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