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Domingo, 3 Diciembre 2017 - 6:51am

La vereda El Albarico, en El Zulia, renace para contar su historia

El caso de esta zona es el segundo que se falla de manera colectiva por parte de los jueces y magistrados de restitución.

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‘El sol sale para todos’. Esta frase, escrita con tinta negra en el tablero de un salón que está terminando de adecuarse y que se alista para escribir una nueva historia, se ha convertido en el emblema de una vereda que, a pesar de su suerte, empieza a renacer de las cenizas.

El Albarico, ubicado a una hora del casco urbano de El Zulia y a unos 9 kilómetros de la vía central, tierra fértil y productora, verde por donde quiera que se le mire, es uno de esos tantos puntos de la geografía nortesantandereana a los que la violencia golpeó sin piedad.

Su posición estratégica, la conexión con pueblos como Sardinata y la facilidad para movilizar el contrabando que entraba por la frontera,  convirtieron, entre mediados de los 80 y comienzos de los 90, a esta vereda en el lugar preferido por los grupos armados para instalarse allí o hacerlo un lugar de paso.

Primero fue el Ejército Popular de Liberación (Epl) y posteriormente el Eln, quienes como amos y señores se paseaban por los predios de un grupo de familias campesinas que, sin más riqueza que sus tierras, trabajaban todos los días para producir lo de su sustento.

Obligados a satisfacer sus exigencias, los habitantes de El Albarico tuvieron que acostumbrarse a vivir así durante años, sin saber que tiempo después su actitud se convertiría en su pecado.

A comienzos de 2000, la llegada de los paramilitares a El Zulia marcó el punto de quiebre de esta vereda próspera, que en cuestión de días pasó de la esperanza al infierno.

Sus habitantes ya no recuerdan el día exacto en que tuvieron que salir corriendo para salvar sus vidas.

Lo único que no han podido borrar de sus mentes es la forma cómo aquellos hombres vestidos de camuflado llegaron a sus fincas para imponer el terror.

“Esos hombres llegaron con una persona de afuera y la mataron en la vía. La dejaron ahí para generar pánico y hacer que la gente se fuera”, recuerda Ángel Custodio Castro Díaz, el presidente, por años, de la junta de acción comunal de El Albarico y quien tuvo que huir, junto con su familia, para protegerse.

Cuando todo se derrumbó

En un abrir y cerrar de ojos, nueve familias de la vereda pasaron de la vida modesta, pero cómoda del campo, a la agitación y las dificultades de la ciudad.

La incursión paramilitar no les dio tiempo de nada. La orden era salir inmediatamente, sin importar lo que tuvieran en sus fincas.

Ángel perdió su ganado y sus gallinas. Amalia Roa León, otra de las afectadas por el desplazamiento, tuvo que olvidarse de su negocio de lácteos.

A Luis David León solo le quedó tiempo para pensar en la forma cómo sacar a sus hijos sin que sufrieran más traumas de los que ya habían padecido.

Y así, como ellos, a otras tantas familias no les quedó más que resignarse a perderlo todo.

Algunos se reubicaron en El Zulia y otros en Cúcuta, donde empezaron a escribir un nuevo capítulo en su historia.

Amalia Roa recuerda que de tener asegurado el alimento diario para su esposo y sus dos hijos pasó a rebuscarlo. En el día se ofrecía a lavar los platos en el restaurante del colegio donde estudiaban los niños, a cambio de que les garantizaran a ellos el almuerzo. En la noche se dedicaba a coser.

Ángel Castro aprendió desde mezclar música para animar fiestas, hasta cocinar. Fue también obrero de construcción y se volvió un experto en la elaboración de techos para cabañas.

Luis David León terminó en Cúcuta trabajando como ayudante de construcción y luego lo contrataron en una mina.

Meses después del desplazamiento, algunos pudieron regresar, pero para ello tuvieron que pedir permiso y pagar una cuota mensual a los comandantes paramilitares que se apoderaron de la zona. 

En vista de ello, el retorno lo hicieron solo los hombres, pues las mujeres se quedaron en la ciudad para acompañar a sus hijos y no arriesgarlos.

Este giro radical en sus vidas llevó a que la mayoría de las familias no solo se vieran obligadas a empezar de cero, sino que terminaran divididas. 

La esperanza de la restitución

En 2013, dos años después de que el Congreso de la República aprobara la histórica Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, una nueva puerta se les abrió a los habitantes de El Albarico, quienes ya se habían resignado a su suerte y se estaban empezando a acostumbrar a esa nueva vida que les tocó.

Sin pensarlo, Amalia recuerda que fue contactada por alguien de la Unidad de Restitución de Tierras para que declarara sobre su caso.

Ella y el grupo de familias que se desplazó de la vereda hacían parte de los registros de víctimas, por las ayudas que recibieron de la Cruz Roja Internacional una vez salieron de sus predios.

No obstante, el camino para lograr que 16 años después de haber sufrido las consecuencias del accionar paramilitar, el Estado les devolviera sus tierras no fue fácil, pues el temor los invadía todavía. Haber sentido tan cerca la muerte les seguía produciendo terror.

Sin embargo, aferrados a sus creencias, pero sobre todo a su verdad, Amalia, Ángel, Luis David y seis familias más de El Albarico lograron que un juez de tierras fallara a su favor tres años después y ordenara la segunda restitución colectiva en Norte de Santander.

De esta forma, comenzaron a labrar el renacer de una vereda que espera que, como lo dice aquel tablero, el sol les vuelva a brillar a todos.

Y es que además del retorno a sus predios, la sentencia establece el cumplimiento de otras medidas que les permitirán, poco a poco, recuperar esa vida de la que un día gozaron.

En ese sentido, el Estado les deberá garantizar la puesta en marcha de proyectos productivos, para lo cual ya se han desembolsado más de 50 millones de pesos, según el director de la Unidad de Restitución en Norte de Santander, Edward Álvarez.

La apuesta de quienes están empezando a retornar es regresar al ganado. Algunos están probando suerte con el maíz y otros buscan alternativas nuevas.

La de Roa y otras de las familias favorecidas aguardan también por el desembolso de los subsidios de vivienda para empezar a mejorar sus casas y pensar así en la posibilidad de regresar del todo.

Así mismo, sueñan con que al fin les llegue la luz y que con el paso del tiempo puedan contar con una carretera en mejores condiciones para sacar sus productos sin mayores costos.

Y como dicen que después de la tempestad viene la calma, en El Albarico hay ilusión y la esperanza de que sí será posible empezar de nuevo.

La escuela, el símbolo

Pero si algo empieza a marcar el renacer de la vereda El Albarico es la construcción de la escuela para la vereda.

Aunque este lugar ya contaba con un espacio para que los niños fueran a estudiar, por cuenta  del desplazamiento quedó abandonado y se deterioró.

Por eso, tras el fallo que ordenó la restitución colectiva a las nueve familias afectadas por la incursión paramilitar, uno de los primeros proyectos en los que pensaron los beneficiados fue la escuela.

Con ese propósito,  Amalia Roa León decidió donar una parte de su terreno para levantar allí dos salones, un comedor escolar y los baños de la institución.

La Secretaría de Educación del Departamento, por su parte, aportó 35 millones de pesos para su construcción, y la Alcaldía de El Zulia entregó también algunos materiales. Entre tanto, estudiantes del Sena son los encargados de poner en pie la edificación. 

La ilusión que hoy acompaña a los habitantes de El Albarico es que con la escuela retornen las familias y con ellas la armonía que siempre los caracterizó. Por eso hoy, como una colmena, todos trabajan por lograr que a partir del próximo año puedan empezar a llegar los estudiantes.

“El regreso de los niños va a significar el verdadero renacer de esta vereda”, consideró Ángel Custodio Castro Díaz, el presidente de la junta de acción comunal.

Lucy Araque

lucy.araque@laopinion.com.co

Redactora Política. Trabaja en La Opinión desde 2007.

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