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Domingo, 12 Febrero 2017 - 4:50am

El explosivista de las Farc que se quedó sin manos

15 hermanos vivían con Javier en La Gabarra. Él fue el único que decidió irse para la guerrilla.

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Son las 7:10 de la mañana, el sol con todo su resplandor toma posición entre las montañas del Catatumbo para iluminar ese manto verde que parece infinito y que rodea la vereda El 60, ubicada a diez minutos en carro del corregimiento La Gabarra (Tibú).  Javier Marín* y su mujer, Dayana*, agarran un par de sillas tácticas, las mismas que usan los militares en el monte, y las expanden para sentarse a desayunar.

A pesar de que Marín tiene 36 años, le dan la comida en la boca. Este guerrillero, que hace parte de la columna móvil Resistencia Barí, de las Farc, perdió sus dos manos, la visión en el ojo izquierdo y gran parte de sus dientes. También le reconstruyeron el pie izquierdo. Todo porque una de las minas antipersonal que estaba acostumbrado a sembrar siendo explosivista de las Farc, como trampa para las tropas del Ejército que los perseguían, se le explotó. Ese trágico momento ocurrió el 6 de marzo de 2008 y lo dejó lisiado de por vida. “Estoy vivo de milagro”, es la primera frase que Javier lanza cuando se le pide que narre lo que le sucedió.

Dayana agarró uno de los pedazos de carne guisada con papa y yuca, que les sirvieron la mañana del pasado jueves a cada uno de los integrantes del pelotón y se lo dio en la boca a su compañero; después de unos segundos, tomó un vaso plástico y le ofreció el chocolate que les dieron de beber.  

Al terminar, Marín se levantó, agarró el fusil, se lo colgó al hombro y tomando el poncho se limpió la boca y la cara, luego recogió las sillas y se puso a esperar a su mujer, que estaba lavando los platos.

Mientras él esperaba, su comandante Jimmy Guerrero* se le acercó a darle unas indicaciones. Javier agarró de nuevo las sillas tácticas y se sentó a narrar cómo fueron esos años de lucha armada que decidió empezar el 24 de mayo de 1997 y que terminarán dentro de seis meses, cuando las Farc dejen de ser un grupo armado ilegal para convertirse en un movimiento político. “Me fui para la guerrilla porque me gustó mucho como era. Lo que hacían, cómo andaban, cómo se vestían. En la casa éramos 15 hermanos, papá y mamá. Todos vivíamos en La Gabarra y fui el único al que le gustó esto”, señaló.

Marín también recordó esos momentos de terror que tuvo que vivir su familia con la llegada de las Autodefensas. Ellos tuvieron que salir huyendo, dejando las pocas cosas que tenían botadas. Él no, él se quedó a pelear a sangre y fuego. “Por mucho tiempo nos dimos plomo con los paramilitares. Fueron peleas duras y nos mantuvimos en pie”, manifestó. El guerrillero afirmó que lo que se vivió en esta parte del Catatumbo fue muy duro. “Ya no quiero seguir peleando. Quiero dedicarme a mi hogar, pero eso sí, no me voy a ir del Catatumbo, me vendré a vivir acá”, sentenció.

Con calma y voz firme, el guerrillero siguió contando otros apartes de sus años de lucha armada: “las manos las perdí el 6 de marzo de 2008 cuando estábamos en un combate e hirieron a un guerrillero. Entonces, me fui a armar una mina y se me explotó”, dijo, agregando que esto sucedió en zona rural de Convención. Por seis años él fue uno de los mejores explosivistas que tuvo la Resistencia Barí y por eso llegó a ser un entrenador de otros compañeros que siguieron por la misma línea. Este hombre tiene claro que los explosivos son el 50 por ciento del poder en una guerra, y muy a pesar de lo que le pasó, no se arrepiente del daño que le pudo hacer a muchos con las minas antipersonal. “Lo que hice no fue en vano, por eso no tengo nada de qué arrepentirme”, aseguró tajante. Este tipo de trampas mortales han dejado más de once mil víctimas en toda Colombia, en los últimos 26 años. Norte de Santander estaría entre los primeros tres departamentos donde más se han sembrado esta clase de explosivos.

Hoy este guerrillero se sorprende de cómo burló los controles policiales y militares en los centros asistenciales, logrando recibir atención médica especializada cuando lo necesitó, por el accidente que sufrió. “Tan pronto se me explotó la mina, acá me trajeron unos médicos que me atendieron muy bien. Luego de quitarme las manos, me reconstruyeron el pie izquierdo y me hicieron otras cirugías en la rodilla, en los brazos, cuello y boca. Un mes después me fui para el hospital de Ocaña y luego a Cúcuta a terminar mi recuperación”, sostuvo Javier. Y agregó: “al llegar me comenzaron a preguntar qué me había pasado, entonces yo les dije que en la finca un tractor me arrastró y me paso por encima de las manos. Allá todo el mundo me creyó (risas). Es más, los médicos que me atendieron, me dijeron que quien me hizo la reconstrucción del pie, lo hizo muy bien. En el hospital también me hicieron el trasplante de córnea”, dijo.

Después de haber vivido el peor episodio de su vida, Javier Marín decidió seguir su recuperación en las filas guerrilleras. “Jamás pensé en abandonar las Farc, pese a todo lo que me pasó seguí ahí. Me fortalecí física y mentalmente. Fue un proceso largo, pues acostumbrarse a no tener manos y a saber que se necesita del apoyo de otros, es muy duro. Sin embargo, véame, hoy sigo acá y hago de todo. No me tengan lástima”, enfatizó.

Y para demostrarlo, el hombre agarró su fusil R15 y se lo terció, aunque señaló que desde el 2008 no ha tenido que usar su arma. No obstante, agregó que si le tocara usarla no le temblaría el pulso. “Para responder a un ataque no necesito las manos, yo puedo disparar sin ningún problema. Soy igual a cualquier otro guerrillero”, enfatizó.

Pese a ser una persona de carácter fuerte que aparenta no temerle a nada, Marín sí tiene miedo de estar frente a frente con su mamá, pues ella y el resto de su familia solo se enteraron de su accidente en el 2015. “Mis hermanos me vieron el 2 de octubre del año pasado, cuando tuvimos una vigilia, pero mi mamita me ha visto solo en fotos, por eso no sé qué pueda pasar cuando estemos frente a frente; además, ella sufre del corazón y hace poco le dio una trombosis, por eso no sé si ya ha asimilado todo esto”, explicó.

Javier espera que mientras esté en la Zona Veredal Transitoria de Normalización de Caño Indio, todos sus parientes vayan a visitarlo y que cuando deje las armas y se reincorpore a la vida civil, pueda vivir tranquilamente en una finca del Catatumbo, al lado de su amada Dayana, con la que piensa tener tres hijos.
 
*Nombres que tienen en las Farc.

Cristian Herrera

cristian.herrera@laopinion.com.co

Periodista judicial e investigativo. Trabaja en Q'hubo y La Opinión

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