Eliseu dos Santos se siente triste y al mismo tiempo orgulloso: preso desde hace diez años, integra ahora una brigada de voluntarios que combaten el fuego y realiza otros trabajos esenciales para reducir los efectos de los incendios que devastan el Pantanal brasileño.
"Vinimos para colaborar con todo tipo de trabajos: hicimos un curso con el cuerpo de bomberos para ayudar en el combate al fuego, en el rescate de animales, llevándoles agua y alimentos", explica a la AFP.
Las labores se desarrollan a lo largo de la Transpantaneira, una vía de tierra batida de 150 km, principal arteria de la región, que va de Porto Jofre a Poconé, en el estado de Mato Grosso (centro-oeste de Brasil).
"Falta agua, alimento, hay muchos animales muriendo. Me alegra ayudar, pero me entristece ver con mis propios ojos lo que está pasando", afirma Dos Santos mientras corta y clasifica frutas que dejará en puntos predeterminados a disposición de los animales amenazados por el hambre y la deshidratación.
Al igual que los otros diez presos que integran este programa del sistema penitenciario de Mato Grosso, este hombre delgado, de 54 años, participa de forma voluntaria. Fueron escogidos por estar en la fase final del cumplimiento de su pena y por tener un comportamiento ejemplar.
La AFP acompañó a una parte del grupo que auxiliaba a los bomberos a abrir un corredor cortafuegos en medio del bosque, una técnica para evitar que las llamas "salten" al otro lado del camino, en una lucha tenaz para salvar el mayor humedal de agua dulce del planeta, que se extiende a Bolivia y Paraguay.
Según datos oficiales, desde enero hasta fines de agosto las llamas consumieron 18.646 km2, un 12,4% del bioma del lado brasileño. El fenómemo fue provocado en buena parte por quemadas que se salieron de control, en medio de la peor sequía de la región en 47 años.
Los internos bombean agua, sofocan las llamas y auxilian a los brigadistas en todas sus tareas. Sus pasos son vigilados por tobillera electrónica y por un grupo de policías.
"El objetivo es la reintegración a la sociedad", explica el agente penitenciario Alex Rondon, jefe de la operación.
Muchos tienen la intención de reintegrarse, pero los antecedentes penales actúan como una barrera a la hora de ser contratados.
"La reincidencia se debe en gran medida a eso", sostiene Rondon.
El proyecto busca borrar ese estigma y que la sociedad vea que están prontos para reinsertarse. Que puedan dejar atrás el "ambiente pesado" de la cárcel y habituarse poco a poco a convivir en otros ámbitos, complementa.
Vistos como "seres humanos"
Gracias a su buen comportamiento, Dos Santos trabaja de día fuera de la prisión desde hace al menos cinco años. La recepción de la sociedad ha sido un factor fundamental para su proceso de adaptación.
"Aquí nos tratan como seres humanos, como gente, no como personas que vienen del sistema carcelario. Y eso nos cambia totalmente la cabeza", resume.
"Errar es humano, pero persistir en el error es una burrada. Creo que todos merecen una chance. Si no nos dan esa oportunidad para convertirnos en mejores personas en el futuro, se hace más difícil", reflexiona.
Un paraíso de ecoturismo reducido a cenizas
Al verse impotente mientras el fuego calcinaba la vegetación alrededor de su posada ecoturística en el Pantanal brasileño, Domingas Ribeiro se sentó al pie de un árbol y lloró: "Parecía que las lágrimas me salían directo del alma", recuerda.
Esta empresaria y guía naturalista de 46 años arrienda desde 2019 una posada en el km 40 de la ruta Transpantaneira, una recta de tierra batida que conecta las localidades de Poconé y Porto Jofre, en la región norte del Pantanal (centro de Brasil).
A mediados de agosto, el fuego consumió, en cuestión de dos días, el 90% de las 905 hectáreas de la posada Pantanal Lodge, también conocida por su antiguo nombre, Rio Clarinho.
"Fue un momento de caos. Se quemaron hasta los postes de electricidad, se cayeron muchos árboles que bloquearon el camino a la posada, fue muy complicado", relata a la AFP mostrando la parte trasera del establecimiento.
Donde antes había un paisaje verde, repleto de árboles y arbustos, ahora prácticamente solo se ven cenizas y ramas chamuscadas. El escenario se extiende hasta donde la mirada alcanza. El riachuelo que separa el terreno de la posada está seco. Un yacaré muerto yace sobre la tierra craquelada.
"Es muy triste pensar en cómo era antes y como está ahora. Estábamos en contacto permanente con la naturaleza, veíamos los animales cerca y ahora solo vemos cenizas", lamenta Domingas, vestida con borceguíes para evitar mordidas de serpientes y una camiseta leve, con estampa de jaguar, para soportar el calor agobiante.
Los guacamayos que frecuentaban el lugar ahora pasan de largo: las palmeras acurí, cuyas castañas les servían de alimento, fueron arrasadas.
Si bien encontraron algunos animales muertos (venados, tortugas, iguanas, serpientes, yacarés), el principal problema es que la mayoría huyó por el incendio y algunos están regresando desesperados por comida y agua.
Pensando en la próxima temporada
A pesar de la tragedia, y de que el fuego terminó de sepultar la temporada turística que el coronavirus ya había complicado, Domingas sonríe a menudo y encara el futuro con optimismo.
Junto a su socio, el japonés Nobutaka Yukawa, se turnan para cuidar la posada durante la semana y distribuir entre los animales el alimento que reciben gracias a una campaña solidaria.
"Para el turismo será complicado trabajar este año. La vegetación se quemó por completo, nuestros senderos fueron afectados, no tenemos nada para mostrarles a los turistas, salvo las cenizas", admite.
Pero confía en que, con la ayuda de las lluvias previstas a partir del próximo mes, la vegetación se recupere y los animales vuelvan paulatinamente.
"Dependemos 100% de la naturaleza, de los animales que vienen aquí y que los turistas pueden ver. Mi mejor forma de contribuir es ayudándolos a sobrevivir hasta que la naturaleza se restablezca".
El Pantanal "está lleno de sorpresas", afirma. "Esperamos que el próximo año vuelva a ser maravilloso".