Los sonidos de las guitarras, arpas, triples, guacharacas, maracas, entre otros instrumentos, se confunden con el bullicio citadino de las calles de Cúcuta, esta ciudad de frontera a la que llegan miles de viajeros que dejaron sus estudios, familia... pero no sus sueños y deseos de salir adelante.
Allí, bajo un sol que no le da tregua ni al más bravo, abogados, estudiantes, militares y sobre todo seres humanos se ganan la vida con un don que ‘la divina providencia’ les regaló para que pudiesen defenderse durante unos minutos en medio de la selva de cemento: la música.
“Yo soy abogado. Viví muchos años en España, allí trabajé y pude ver la xenofobia hacia los latinos. Ahora soy testigo de ello”, explica un cantante que se sitúa alrededor de 14 venezolanos que en su país gozaban de los frutos de su trabajo como militares, locutores, mecánicos y demás profesiones.
Desde el cierre de frontera en agosto de 2015, más de cuatro millones de venezolanos abandonaron su país buscando nuevas oportunidades en tierras desconocidas.
En su ‘sueño colombiano’ se han topado con múltiples obstáculos, los cuales para ellos son “pruebas de Dios, para que cuando todo cese, sean guerreros aún más fuertes”.
Su deseo de perseverancia los impulsa a seguir cantando en cada semáforo y esquina del centro de Cúcuta. Guerreros de la vida que salen en la penumbra de la madrugada a ganar su sustento con las monedas y sonrisas que los cucuteños les ofrecen.
Un ejemplo de ello es Ángel Ávilez, quien a su corta edad se corona como el actual campeón de freestyle en Norte de Santander.
“Hermano, improvisar me hace olvidar que estoy lejos de mi familia; créeme que es pesado estar bajo el sol, vivir de la misericordia de la gente y, a veces, ver cómo te miran con desprecio solo por no estar en la posición de ellos”, contó a La Opinión.
Ávilez estudió Comunicación Social, pero la crisis económica y política de su país lo obligaron a buscar un futuro en otra parte.
En medio del tráfico vehicular los cerca de 50 venezolanos que viven del rebusque en zonas como la avenida Gran Colombia, la Fuente Luminosa, la Avenida Cero, y en todo el centro de Cúcuta, han conocido la solidaridad, el odio, el amor... y han aprendido a sortear los embates de la vida.
Después de cada presentación, reciben un regalo que los impulsa a seguir un sueño; regresar a su natal Venezuela o viajar a otro país y rehacer su vida lejos de aquel recuerdo de dolor que sólo alivian cada vez que opacan el pito de los carros, con el sonar de un instrumento o la armonía de una voz.
Ellos son una pequeña parte en la abismal cantidad de venezolanos que recorren la frontera. En cifras de Migración Colombia, a la fecha, en Norte de Santander hay 200 mil venezolanos; de los cuales 40 mil residen en Cúcuta.
Estos músicos venezolanos que abandonaron sus hogares y sus carreras, ahora sólo viven para cantar y cantan para sobrevivir, situación que no ha sido impedimento, pues paisanas como Reymar Perdomo, quien compuso la icónica canción ‘Me fui’, les ha demostrado que al dejar su país, sí se puede triunfar.
Ellos trajeron su cultura, sus sueños, sus esperanzas y sobre todo su talento, con el que ponen melodía a los sonidos de las calles cucuteñas.
Por: Kevin Beltrán/Practicante de periodismo