La llegada permanente de venezolanos en busca de alimento a la Casa de Paso Divina Providencia, en La Parada (Villa del Rosario) no solo es la oportunidad para que se calme el vacío de cientos de estómagos; también es motivo para que voluntarios del país vecino den de comer a los hambrientos y formen parte esencial de este festín de solidaridad.
Hernando Villamizar por ejemplo, participa como voluntarios desde hace seis meses, con la misión de servir y entregar un plato con alguna de las variadas preparaciones que se entregan en el gran comedor que a diario acoge unas 2.500 personas.
Entre prójimos se entienden, y entre acentos se acercan un poco más, según cuenta Villamizar para quien “es una bendición cuando le das un plato de comida a un hermano y esa persona te dice: Dios te bendiga. Para uno eso es hermosísimo, es una gracia especial”.
Lea además Venezolanos emprendedores, la otra cara de la migración
“Ellos le conocen el acento a uno, y se dan cuenta de que no solo los colombianos les tienden la mano, sino que algunos venezolanos pasamos la frontera, calándonos la colita del puente, pero con mucho gusto y rezando el santo rosario, para que ellos tengan algo de comida, gracias a la iglesia católica colombiana”, afirma.
Entre acomodar sillas y mesas, limpiar mesones, cargar leña, barrer el lugar, lavar, picar habichuela, zanahoria, tomate, o cebolla larga para el menú que se prepara en las enormes ollas, Villamizar afirma que ganan más de lo que dan voluntariamente.
“Venimos a dar y resulta que lo que hacemos es recibir, a través de esos hermanos que nos bendicen”.
Así le ocurre desde el 20 de enero de este año, cuando el grupo de apostolado de la Legión de María fue invitado por el párroco Reinaldo Contreras, de la basílica menor de San Antonio del Táchira, y no deja de asistir a los suyos, tres veces por semana.
“Es Cristo quien sirve y no mira ninguna diferencia”, afirma quien fue docente universitario, pero cuya vocación derivada del seminario sigue intacta.
De hecho, pretende culminar sus días como sacerdote, para lo cual requiere dos años más de estudios de teología, y su decisión se confirma con la misión que realiza.
Le puede interesar Periodistas venezolanos, la otra cara de la migración
En la mañana, antes del desayuno, se lee la palabra y hacemos predicación”, mientras los migrantes reciben un mensaje: “tú no estás solo, hermano migrante; te pueden haber abandonado, excluido, apartado, pero tú nunca estás solo”.
Lecciones y encuentros
En este lado de la frontera se aprenden lecciones, en especial cuando se trata de ayudar a otros con mayores dificultades.
“Una vez tuve que darle de comer a un niño cuadrapléjico y eso llega al corazón”, dice. “También vi a una señora con una niña con síndrome de Down y veía en esa niña tanta alegría porque estaba comiendo, que no la he visto en las personas que no tenemos el síndrome. La abuelita le daba de comer y ella comía con qué gusto, y a veces nosotros como que no agradecemos ese platico de comida”.
Algo similar le ocurre a Édgar Barrera, voluntario de San Antonio del Táchira, quien acude por parte del grupo Emaús, de la iglesia Sagrada Familia, y en desarrollo de sus tareas se ha topado hasta con vecinos.
“Muchos amigos que conozco de San Antonio, y me da nostalgia verlos pidiendo un plato de comida... Alabado sea el señor, gracias a esta casa tienen una bendición”, dice.
Cuando lo ven, hay sorpresa, pese a saber que Barrera se inclinó por el voluntariado desde cuando perteneció a grupos de rescate de San Antonio y fundó varios de ellos, adscritos a Protección Civil, pero no resulta fácil verlo allí.
“Yo soy microempresario allá y me ven en esta circunstancia y quedan impactados”, dice, con su lema: “Haz bien sin ver a quién”.
Si bien solo lleva un mes en la casa, dice que la experiencia “es muy bonita”, pues tiene la motivación de “servirle al pueblo, a la sociedad, a la comunidad. No me interesa si son de un país, de otro, ni credo, ni nada”.
Por eso afirma, con absoluta convicción, que está “más contento que nunca, sirviéndole a mi pueblo, a mi gente de San Antonio, de Venezuela, de todos los que vienen del interior, y hasta a personas de Colombia”.
Lea también Gracias, Colombia, por su apoyo: Venezolanos
Por eso opina que, en la medida de sus posibilidades, sería favorable que otros venezolanos ayudaran a los suyos.
“Sé que la situación económica y social es bastante caótica, y somos muy pocos los que realmente podemos venir y servir, porque la mayoría viene para ser servidos”, pero hay oportunidad en esta bendita casa, en la que prima el orden y la autoridad divina y humana.
Fabiola Ruiz, colombiana, coordina el grupo de venezolanos que ayudan en la preparación de comidas, a cambio de una ración propia.
“Tengo un grupo muy bueno, muy colaborador y muy humano que sabe la necesidad de los hermanos”.
Para ellos, la casa transformó sus vidas, como relata Irene Nava, otra inmigrante que duró dos meses durmiendo en las calles, pero hoy da gracias porque le abrieron una puerta, primero para comer, y ahora como voluntaria.
“La experiencia es muy grata”, manifiesta. “He conocido muchas personas y he aprendido”, sobre todo a cocinar y a atender a otros.
“Estoy agradecida con Colombia que me ha abierto las puertas de su país”, señala, mientras enjuaga loza en un gran platón lleno de espuma, y asevera que auxiliar a los inmigrantes es un alivio.
“Vienen con el corazón partido, pero aquí los abrigamos, los escuchamos, los entendemos con cariño”, sin tener en cuenta su procedencia, porque en esta casa todos son iguales y necesitan los unos de los otros para tener más motivos de vida en esta adolorida frontera.