En un solo corazón, un canto de alabanza y con siete platos distintos de comida se reunieron el miércoles inmigrantes y voluntarios en la Casa de paso Divina Providencia (Villa del Rosario), para compartir la tradición de los siete potajes.
El día empezó con una misa en la que el coordinador de la Casa, párroco José David Cañas, pidió que se multiplique “la divina providencia” y agradeció a quienes hacen posible que de 1.500 a 1.700 venezolanos almuercen a diario.
Sin embargo, este miércoles la meta fue excepcional: 4 mil almuerzos; 1.500 preparados allí, y los demás, provenientes de La Libertad, Comuneros, y otras zonas de Cúcuta.
En medio de la lluvia, se sirvieron uno a uno los platos, que fueron el deleite para sobrevivir un día más.
Mientras se celebró la misa, los movimientos apostólicos y 20 venezolanos voluntarios alistaron cada preparación en las grandes ollas a las que les caben hasta 80 kilos de arroz, 90 de pasta, y 50 de carne.
Uno de los extranjeros es Diomel López, exconductor de una empresa de transporte del gobierno venezolano, que desde hace nueve meses acude a la Casa y relató cómo en esta jornada se sirvió sopa, pollo frito, chorizo, arepa, arroz, carne molida, ensalada rusa y hasta postre.
Maribel Trujillo, voluntaria y gerente de la ESE Regional Norte (Tibú) se mostró satisfecha con la capacidad de trabajo en la Casa.
“Trato de venir un día a la semana, pero es sorprendente la capacidad de convocatoria del padre (Cañas), y la solidaridad de la gente, cuando no es un secreto la situación económica”, dijo.
Explicó además que su voluntariado, pese a las tareas adicionales que tiene como gerente es una forma de retribuir lo que tiene, en “un servicio con amor”.
“Si tengo la dicha de estar bien, de tener un plato de comida cuando quiero, lo retribuyo”, dijo.
Durante la misa, se pidieron bendiciones tanto para Cúcuta como para “el hermano país de Venezuela”.
Para el sacerdote Cañas este día fue “un banquete de amor”, que se adelantó por circunstancias como el día sin carro que afectaba a los servidores de las parroquias, pero no fue obstáculo para seguir la misión caritativa.
“Esta es una tradición basada en el compartir y dar, porque Dios lo entrega todo”, comentó, maravillado de “esta obra de Dios” calificada como “un milagro” en el que la gente “aporta voluntariamente y ante las necesidades, Dios hace su trabajo y nunca faltan ni los servidores ni el arroz”.