Lucina López Chogo completa mañana tres meses sin saber nada de su hijo, Cristian Martínez.
El viernes hizo uno más de los intentos por encontrarlo cuando la Fundación Progresar lideró una jornada en la que se tomaron muestras de ADN para identificar.
Sin embargo, la toma de muestra no se pudo hacer porque Lucina, la mujer que lo crió, perdonó sus vicios, curó sus heridas después de un atentado en el que le dieron tres tiros y quedó vivo de milagro, no es su madre biológica.
A Cristian se lo entregó una mujer en Aracataca, hace 22 años, cuando el pequeño tenía dos meses de nacido, y poco después Lucina supo que esa mujer resultó siendo parte de la guerrilla de las Farc.
En aquel momento, vivía con su marido y solo tenía un hijo biológico, pero la pareja acordó darle lo mejor para que pudiera vivir.
“Yo lo tenía arregladito, bonito, le hacía la harina de chocheco para que se pusiera bonito, y él llegó a mi vida en un momento en que yo podía darle lo que necesitaba”, dice.
Pero al ser hijo de una guerrillera, la orden de las Autodefensas era acabarlo, según cuenta López, y hubo que salir corriendo, bautizarlo y cambiarle el nombre para que no lo encontraran.
La infancia la vivió en el municipio de El Carmen, pero allí también tuvo persecuciones, por “vicios y que le gustaba agarrar las cosas ajenas”.
Ella no lo niega; reconoce cada error de su muchacho, que se quedó con su padre adoptivo después de una inevitable separación.
Susto, tras susto
Divorciarse no fue difícil, pero sí salir sola de su hogar, dejando a Cristian y a la niña menor, Daniela, con el padre.
Ambos eran inseparables; tal vez porque la niña también fue acogida por Lucina cuando la pequeña tenía cuatro días de haber nacido.
“La niña vino conmigo, a Cúcuta, cuando ya tenía diez años, y desde entonces hemos estado juntas”.
La inseguridad de la ciudad fue insoportable y en 2015 ambas se fueron a Tibú, al caserío Puente Rojo en el que la mujer trabajó en plantaciones de coca, cocinando y, en ocasiones, raspando.
“En una de esas inspecciones, como se visten igual al Ejército, llegaron y luego fue que les vi el distintivo”, dice, reviviendo la angustia de notar los tonos rojo y negro del ELN.
“Me dijeron que la niña ya podía irse con ellos y que aguantaba el fusil, y el morral, pero yo dije que no la dejaba llevar”, recuerda. “Salimos como pudimos, y perdí todo lo del trabajo, corriendo por entre esas matas de coca, pero llegamos al pueblo de Tibú”.
De ahí, volver a Cúcuta, a dormir en el parque Santander, hasta que se ubicó en el barrio Los Alpes, parte alta.
Tiempo después fue el intento de homicidio contra Cristian, de quien dicen se hizo el muerto y “a pesar de que ni la Policía se le acercó para hacer el levantamiento, se salvó”, con un pulmón gravemente afectado.
Firmó la salida voluntaria del hospital de Ocaña, y en casa de su madre se recuperó.
“Yo lo bañaba, le alistaba sus remedios, hasta que se curó”, mientras Daniela, su inseparable hermana también lo protegía.
Resignada
Lucina no sabe explicar de dónde sacó voluntad para criar a dos niños que no eran propios, aunque sí tuvo uno que tiene 34 años y ocasionalmente sabe de él.
Lo que sí expresa es que por ellos, por los que no parió, lo ha podido todo.
Defenderlos; aguantar que un excomandante del Ejército la encañonara y le exigiera que le contara cómo llegar a la guerrilla cuando vivía en El Carmen recogiendo café; tener miedo, y ahora, resignación, para contar su historia.
“Si me matan, pues que lo hagan, pero yo ya no tengo miedo”, afirma. “Yo quiero que se sepa la verdad, que me digan dónde está mi hijo, y que su muerte no quede impune”.
Hace apenas unas semanas, empezando el mes de febrero, alguien la buscó y le contó que a su hijo lo habían matado en Bogotá, pero hasta ahora solo se trata de un rumor.
“Él me llamaba parejo, y desde el 9 de noviembre no supe más de él”.
Ahora, espera una respuesta de las autoridades, o de alguien que le dé una razón, al menos para estar tranquila y seguir la vida, reciclando y no encerrada en el pequeño rancho, viendo el inmenso panorama de Cúcuta, y esperando completar lo del pasaje para que Daniela vuelva de Bucaramanga donde pasó vacaciones pero hoy no tiene cómo regresar.
Si el trabajo da, le comprará cuadernos y uniforme, pero por ahora está completamente sola, sin hijos propios ni ajenos.
¿Dónde está?
La última noticia que se tuvo de Cristian Javier Martínez es que estaba viviendo en Bogotá.
Hasta el año anterior, el joven habría estado trabajando en la ciudad, pero desde noviembre del año anterior no se tiene rastro de su paradero.
Martínez tiene como señal particular una parálisis en la mano derecha, y cicatrices en el pecho que le dejaron los tiros y la cirugía efectuada para salvarle la vida.
Según su madre, el atentado se lo hizo la guerrilla del ELN, que actúa en la zona, y declaró como víctima de desplazamiento en julio de 2015.