Quién es Enrique Cruz, preguntaron dos hombres que madrugaron a llegar a la finca el domingo 21 de mayo de 1989. Él, sin vacilar, los saludó, y ellos, en vez de responder al apretón de manos, lo tiraron al suelo y enfrente de sus cinco hijos lo asesinaron. Los guerrilleros de las Farc se escaparon, los menores quedaron paralizados y su esposa, María Reyes Montañez, conmocionada por los disparos, vio cómo la sangre de su amado teñía un pozo.
“Ese día, él se había levantado a tomar tinto y estaba feliz porque era la elección de la junta de padres en la escuela que fundó, en la vereda Astilleros del municipio de El Zulia. El presagio de un día feliz, se volvió gris, desde entonces no sabemos qué es celebrar un día del padre”.
Mientras María relataba la pesadilla que vivió hace 27 años, con voz temblorosa y ojos aguados, dijo: “me parece estar viviendo ese momento ahora, por eso apoyo la paz, es triste ver morir a un familiar delante de seres inocentes. El menor de mis hijos tenía 3 años y la mayor 16. Enrique era concejal y cultivábamos arroz”.
La historia de María es una de las 79 que se encuentran en la Asociación de Mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia (Amucic), formada en El Zulia hace 32 años y para la época liderada por Amparo Ángel Herrera.
(Amucic, gracias al plan de reparación, consiguió una sede propia en el municipio de El Zulia. | Foto: Rodrigo Sandoval)
Los vientos de paz que soplan en Colombia se convirtieron en esperanza para el grupo de mujeres campesinas víctimas del horror de la guerra y que por décadas le huyeron a la muerte, al ensordecedor ruido de los fusiles, a la tortura de sepultar a sus parientes y en decenas de casos, no poder llorarlos por temor a correr la misma suerte.
Ellas, resurgiendo de las cenizas, miraron de frente a la guerra y dijeron ¡No más! Se unieron para luchar por sus derechos y frenar las amenazas, la estigmatización, los homicidios, el abuso sexual, la pérdida de bienes materiales, el reclutamiento y la desaparición forzada.
Hoy, cuando la historia de Colombia por fin podría cambiar por el acuerdo logrado con la guerrilla de las Farc, las mujeres, lideradas por Lucila Páez Niño, sonríen tímidamente cuando se les pregunta por la paz y tras un breve silencio dan su sentencia: “estamos temerosas, pero también a la expectativa. Es como cuando alguien que va a la cárcel cumple su condena y regresa a su pueblo, causa desconfianza. Sin embargo, si su actuar es pacífico, se comporta y con hechos da muestras de arrepentimiento, la convivencia es pacífica y llega el perdón”.
Lucila es una mujer menuda y siempre anda con una sonrisa que contagia, su estatura no supera los 1.55 metros y en su espalda lleva un pesado morral negro con azul del que no salen cosméticos ni espejos; brotan como arroz papeles, libros, cartas y cual si fuera un tesoro: la resolución de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas que tras 29 años de lucha las incluyó en el registro de víctimas y las capacita permanentemente.
A los integrantes de las Farc que silenciarán sus armas y las entregarán les dicen que ellos deben ser la base del cambio.
“Si antes causaron daño a los campesinos, ahora deben ser quienes reparen. Hemos discutido los acuerdos y como en todo grupo hay mujeres que no creen y dicen que el ladrón sigue siendo ladrón por más que le cierren el pico; pero también tenemos la esperanza de que lo pactado en La Habana (Cuba) se cumpla. El voto en el plebiscito lo dejamos al libre albedrío, somos conscientes de que queremos vivir en paz”.
Para que ese anhelo nacional se cumpla, Lucila dice que no es suficiente el acuerdo con las Farc, pues hay otros actores armados e intolerancia social. “Si queremos la paz, se requiere perdón y el Estado debe garantizar trabajo, educación, vivienda, salud y mejores oportunidades de vida”.
Para las integrantes de Amucic, en medio de la crueldad se abre una luz de esperanza y mujeres como María, pese a no perdonar a los asesinos de su esposo, sueñan con vivir en paz en el campo, sin tener que pagar vacunas o durmiendo en el monte para salvar sus vidas.
“Cuando mi esposo fue asesinado, nos desplazamos y solo hasta 1996 retornamos a la finca, de 10 hectáreas. Mire, mis hijos crecieron y se han ido, veo a mis vecinas en la finca con los viejitos al lado, van juntos al médico y se dan apoyo. Yo… soy una solitaria”.
Épocas de amargura
(María Reyes de Montañez, víctima de las Farc e integrante de Amucic. | Foto: Rodrigo Sandoval)
El 19 de agosto de 2000 está registrado en el libro de memoria histórica de Amucic -elaborado con el apoyo del Consejo Noruego- como una fecha gris. Ese día la entonces presidenta, Martha Cecilia Hernández, junto con su esposo, Leonidas Quintero, fueron sacados de su casa, torturados y asesinados en el corregimiento Urimaco, tildados de ser colaboradores de la guerrilla.
Con la muerte de la líder las mujeres se dispersaron y muchas negaron ser de Amucic por temor a la muerte. La valentía de Lucila Páez Niño logró calmar los ánimos y reagruparlas.
Las mujeres tenían un predio dado en comodato en 1992, en el sector La Alejandra. Allí, en la granja El Borriquero, tenían animales de engorde y enseres, que fueron saqueados por los paramilitares tras el asesinato de Martha.
“En mi dignidad de mujer me les enfrenté y me dejaron subir a la granja, con la advertencia de que si comprobaban que era guerrillera rodaría montaña abajo mi cabeza”.
Dos años después del asesinato de Martha, Lucila consiguió una familia que cuidara el predio, y tras años de intensa lucha, consiguieron el reconocimiento como víctimas, y con él, la puesta en marcha de un plan de reparación con el que consiguieron una sede propia en El Zulia y un predio donde construyen una fábrica de embutidos que esperan abrir el próximo año.
“Hemos tenido el apoyo de la Unidad de Víctimas, del Consejo Noruego, de Naciones Unidas, de GIZ, las alcaldías, el Sena y la Gobernación. Somos mujeres campesinas que hemos demostrado que cuando se quiere se puede, guerreras pacíficas”.
La Opinión