Carmen Yolanda Torres fue desplazada de manera forzosa de su natal Tibú en el 2000 y llegó a Cúcuta buscando abrir un nuevo capítulo en su vida.
En medio de las necesidades y obligaciones de una madre cabeza de familia, decidió romper los estigmas y hacer un proceso de resiliencia a través de la costura.
Durante más de 20 años, Carmen salió al rebusque con diferentes actividades, que a pesar de que le permitían cubrir sus gastos, no eran suficientes para tener una vida digna.
Hace tres años se le presentó la oportunidad de capacitarse para confeccionar prendas completas, junto a otras mujeres que al igual que ella compartían un mismo pasado, pero sobre todo, ganas de salir adelante.
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Carmen y 13 mujeres más se vincularon en 2017 a la Corporación Scalabrinianos, donde en articulación con la Agencia de Cooperación Alemana GIZ, accedieron al programa Prointegra y aprendieron a mejorar sus habilidades de confección.
Con más conocimientos, las mujeres empezaron a trabajar desde sus casas, todas en barrios periféricos de Cúcuta para empresas de confecciones y hoy son proveedoras directas de un cliente final de la cadena productiva.
Se trata del concesionario Unión Vial Rio Pamplonita, que en el marco de su plan de responsabilidad ambiental y social, buscó iniciativas relacionadas con confecciones para la elaboración de dotación del personal del proyecto.
El concesionario socializó la propuesta a cada una de los beneficiarios en 2017 visitando sus talleres caseros, para invitarlas a que se vincularan al proceso.
Diana Fernández, jefa social de la concesión, explicó que se identificaron las capacidades y habilidades productivas y administrativas de las mujeres y hombres, quienes finalmente aceptaron el reto.
“Se empezó a gestionar la elaboración de costos con asesoría de la Universidad Francisco de Paula Santander para presentar su primera muestra de confección de las prendas de acuerdo con las especificaciones del manual de marca de la Agencia Nacional de Infraestructura y de Sacyr Concesiones”, dice.
La muestra fue desarrollada con aportes económicos de la GIZ y permitió que se identificaran aspectos a mejorar en el acabado y presentación de las prendas.
Se mejoró la calidad de la confección y los detalles de las prendas como la medición de los tiempos requeridos para la elaboración de las mismas.
Sin embargo, cuando se acercaba el momento de pasar la propuesta al Concesionario, se identificaron aspectos administrativos por definir como la figura jurídica que se debía tener para realizar el proceso de contratación.
“Los participantes debieron pasar por consultoría, análisis entre las organizaciones participantes, para que de acuerdo con las actualizaciones normativas, evitaran dificultades fiscales”, afirma.
Finalmente, en diciembre de 2018 se definió que la Corporación Scalabrini sería quien representara a las mujeres para la contratación, definiendo los costos de las prendas.
El Concesionario realizó un pago adicional del 10% al costo comercial de cada una de las prendas, para que las mujeres pudieran obtener su primer colchón financiero y experiencia para ampliarse a nuevas oportunidades comerciales de confección.
Este mes, las mujeres entregarán su primer pedido de dotación para el área de Operación y Mantenimiento del Concesionario y marcarán el inicio de un cambio en su vida productiva.
(Luis Carlos Zamudio (izquierda) es sordo y aprendió a confeccionar desde hace tres años.)
Una apuesta a la inclusión
Jhoana Joya Silva, instructora de la Corporación Misioneros de San Carlos Scalabrinianos, explica que el proyecto vinculó además de mujeres desplazadas a 3 hombres entre los que se destaca Luis Carlos Zamudio, quien desde los 5 años es sordomudo.
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Luis Carlos, de 25 años, entró al proyecto en 2017 buscando una opción de trabajo en vista de las necesidades de un mercado laboral inclusivo.
Jhoana resalta que además de capacitar a la población vulnerable, las organizaciones prestan la ayuda humanitaria y acompañamiento social.
“Muchas veces el hecho de capacitarse no lo es todo, pues ellas no tiene con qué comer, sus niños no tienen lo necesario para ir al colegio, por eso nosotros les brindamos la ayuda en la medida en que podamos”, afirma.
El programa permitirá que las mujeres tengan un trabajo estable y lleven ingresos a sus familias.
“Por el momento no se van a ganar un mínimo, pero empezamos de a poquito y vamos creciendo, ha sido un logro tener a estas personas en este punto donde estamos”, comenta.
Una muestra de que no hay limitaciones que detengan las ganas de salir adelante la representa Sonia Padilla, quien a pesar de tener enanismo es un ejemplo de superación personal para su hija y sus compañeras.
Antes de aprender a confeccionar, Sonia se dedicaba a vender tintos y pasteles en una esquina, pues también tuvo que desplazarse de Tibú y llegar a Cúcuta a construir una nueva vida.
“Hace tres años me dieron la oportunidad de aprender, aprendí y me propusieron quedarme trabajando”, asegura.
Con los talleres aprendió a ser fileteadora, pero también ayuda en otros oficios de confección, como empaque.
“Es un beneficio muy grande, a pesar de que uno tiene que salir de su casa todo el día, sabe que tiene algo seguro”, añade.