En la cárcel de Cúcuta no todas son malas noticias. Mientras los principales medios del país la culpan de estar vulnerando los Derechos Humanos de los internos, que se suicidan, se declaran en desobediencia y se quejan por la insuficiente atención médica; en su interior un proyecto de resocialización, pionero en Colombia, viene generando enormes transformaciones en los reclusos.
El Complejo Carcelario y Penitenciario Metropolitano, coloquialmente conocido como la nueva cárcel de Cúcuta, es un gigantesco monstruo de hierro y cemento, con 20 patios, donde un grupo de 17 convictos encontró en el rugby un motivo para no dejar morir su sueño de reintegrarse a la vida en sociedad, y actualmente conforman los Halcones de la Libertad, el primer equipo de rugby dentro de una cárcel colombiana integrado cien por ciento por presos.
Pero dentro de la penitenciaría el deporte no solo es tomado como una herramienta de transformación y reintegración social, en algunos, el rugby es utilizado como una terapia de choque que contrarresta las frustraciones y el desbalance emocional que les genera el encierro, y principalmente el síndrome de abstinencia ocasionado por su fuerte adicción a las sustancias sicoactivas.
Uno de los sectores de la cárcel que mayor complejidad en materia de seguridad y control representa para los guardias del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), es la Unidad Terapéutica Especializada (UTE) que alberga los presos con mayores problemas de conducta, y que por lo mismo son rechazados de otros patios por ser generadores de violencia.
Trasladado a la jerga carcelaria, “en la UTE están las liendras más bravas que no se aguantan en ninguna parte”.
Ese comportamiento conflictivo y violento tiene una explicación: el grado de adicción a sustancias como la marihuana, la heroína o el bazuco los atormenta mañana, tarde y noche; y los obliga a robar y agredir a los demás reos para conseguir lo que quieren.
El teniente coronel Germán Rodrigo Ricaurte Tapia es el director del complejo carcelario, y explica cómo deben hacerse cargo de una creciente problemática social, que en prisión incrementa su complejidad.
“La UTE es de paso transitorio y los internos llegan por distintas situaciones. No son calabozos pero sí hay que aislarlos porque en los patios los rechazan”, asegura el director.
La UTE es un pabellón más de la penitenciaría, que deben tener todas las cárceles del país, y la cantidad de internos que aloja depende de la población reclusa.
“Actualmente en la UTE tenemos entre 30 y 40 reclusos, pero ese número es fluctuante pues hemos llegado a tener 10 o 5 nada más”, afirma el coronel Ricaurte.
En la Unidad Terapéutica Especializada de Cúcuta los presos están distribuidos en dos pasillos de aproximadamente metro y medio de ancho, con celdas a ambos lados cerradas con puertas metálicas que solo dejan ver dos orificios pequeños, uno en la parte superior y otro en el lado inferior.
Los pisos y paredes de los pasillos confunden entre la oscuridad gotas de sangre, rastros de comida y materia fecal.
Su comunicación con el resto de la penitenciaría se genera a través de unos calados que no superan los quince centímetros de ancho, y que a la vez se convierten en su único canal de acceso a la luz del día y a la brisa natural.
Hace mes y medio los presos de la UTE fueron vinculados a un programa bautizado como Jireth, que significa Dios proveerá, y que busca brindarles una mejor estabilidad emocional por medio de actividades para que liberen el estrés, la ira y la ansiedad por la adicción.
El cabo Fabián Adarme es el responsable del programa que se ejecuta en la UTE, y cuenta con absoluto convencimiento cómo esta estrategia ha disminuido las riñas y las agresiones entre los reclusos.
“Hacemos que las familias nos hagan videos con los hijos y con los demás familiares, y se los proyectamos en una pieza para que ellos tengan privacidad y puedan sentir esa necesidad de vincularse de nuevo a su núcleo familiar”.
El rugby entró a la cárcel gracias a la convicción del cabo Adarme, a la voluntad del director Ricaurte, pero sobre todo por iniciativa del practicante de sicología social de la Universidad Simón Bolívar, José Campillo, que juega rugby hace cuatro años.
“Noté que los internos tienen mucha ansiedad y mucho estrés, viven con mucha frustración y este deporte les ayuda bastante porque en el rugby convergen valores como el respeto, la tolerancia, la comprensión y el amor propio y por los demás. Trayendo el rugby hemos notado mucha mejoría en los internos, ya no viven con tanta rabia ni frustraciones. El deporte los hace sentir libres, se divierten, ríen y cambian la rutina, que es lo más complicado de soportar estando en la cárcel”, afirma Campillo, que al ver la aceptación que estaba teniendo el rugby en la penitenciaría decidió vincular como entrenador a William Meza, también estudiante de la Universidad Simón Bolívar.
Pero la otra cara de la moneda la viven los reclusos de la comunidad terapéutica, que no ven el rugby como una terapia para liberar su ira sino como una alternativa para seguir fortaleciéndose mentalmente.
En la comunidad terapéutica están los internos que también padecen problemas de adicción, pero que tienen la voluntad de querer desintoxicarse y superar todos sus desbalances emocionales que les dejó la droga.
Allí, la ansiedad ya no es generada por la falta de alucinógenos. Ahora, están ansiosos porque llegue el día de entrenamiento, que es como una visita entre semana del equipo de rugby de la Universidad Simón Bolívar, quienes en asocio con la Liga Nortesantandereana de Rugby les prestan implementos y les brindan apoyo técnico.
Muchos, antes no habían oído hablar del rugby. El balón lo asociaban con una pelota de fútbol americano y no se interesaban más que por los espectaculares choques entre los rivales.
Ahora, entrenan cada miércoles con la dedicación y pasión de un club regional, discuten sobre las reglas del juego con los entrenadores y se brindan apoyo entre ellos. Se critican con vehemencia cuando incurren en una equivocación, pero ninguna discusión salta del plano deportivo.
Ellos encontraron en el diálogo una forma para solucionar los problemas dentro del campo de juego, y esperan algún día poder trasladar todo ese aprendizaje a su vida social. Por ahora, los halcones solo vuelan detrás de los muros y los barrotes, pero aguardan con convicción el momento en que recuperen su libertad.
*Jairo Navarro Camargo | jairo.navarro@laopinion.com.co