En la zona limítrofe con Venezuela hay un movimiento que no ha interrumpido su ritmo. Todos los días desde Los Patios, Cúcuta o Villa del Rosario se encarga de alegrar, con sus melodías, los alrededores de tres instituciones educativas que albergan la sensibilidad del arte hecha con pasión.

En medio de las paredes de los colegios Fe y Alegría, Misael Pastrana Borrero y la casa de las hermanas de los Sagrados Corazones, se siembra con empeño y disciplina el amor por la música.

Allí, entre violines, contrabajos, flautas, clarinetes, trompetas y demás instrumentos propios de una orquesta sinfónica, un centenar de niños de la frontera, tanto colombianos como venezolanos,  hablan un mismo lenguaje que les permite dejar atrás cualquier preocupación: la música. Un arte, que según Miguel de Cervantes,  “compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”.

Pero más allá de su significado, el trabajo arduo de los gestores de la Fundación Batuta en Norte de Santander se ha vuelto parte fundamental en el desarrollo cultural y musical de 274 menores del departamento con el proyecto Música para  la Frontera, porque enlazan como notas en el pentagrama parte de los sueños de estos pequeños artistas que a futuro seguirán sembrando la semilla musical en las nuevas generaciones.

A través de la música enseñan disciplina

Muestra de ello es Ángel Mariel Granados Torres, docente de violín de Batuta. Una pamplonesa que encontró a los cinco años el gusto por la música en esta misma fundación, y hoy transmite su conocimiento con dedicación, a niños desde los 7 años.

“Para mí es gratificante enseñar y ver que mis estudiantes están aprendiendo y amando lo que hacen”, dice esta joven graduada en  2014, en el área de música de la Universidad de Pamplona.

Ella y Omar Jesús Ramos Cáceres, otro pamplonés profesor del área de contrabajo en los tres centros musicales de Batuta en la frontera y director de la Orquesta Metropolitana, acompañaron a 25 jóvenes de Norte de Santander, en una residencia artística que se hizo en Ríonegro (Antioquia), donde se dio el primer paso en la conformación de la Orquesta Sinfónica Juvenil de América Latina, compuesta por 101 jóvenes de Colombia, Perú y Brasil.

Lograr que Norte de Santander aportara el 25% del total de artistas en este proyecto, fue algo emocionante. “Desde Bogotá eligieron a las personas que asistirían a esta residencia, basados en su talento y el nivel musical”,  asegura Ramos para resaltar la calidad de los jóvenes músicos.

Durante varios meses prepararon un repertorio de orquesta profesional con obras de Shostakóvich y arreglos del folclor nacional complejos, que fueron inclusive interpretados por la Filarmónica de Bogotá.

Sin embargo, demostrar el compromiso y la seriedad de la generación que se está formando fue más importante para estos profesores. “Estudiaban mañana , tarde y noche. No había que decirles nada, por iniciativa propia extendían sus horarios de estudio. Cenaban se cepillaban los dientes y corrían a repasar las partituras”, resalta la profesora de violín. 

El resultado, una excelente presentación. Además, los jóvenes que no habían salido de estas tierras lograron ampliar sus horizontes y conocer, a través de la música, otras culturas.

“No tiene ningún costo,  aprender es gratis”

A Ramos, profesor de contrabajo, todo este proceso le recuerda su pasión musical en la juventud cuando se acercaba a la iglesia, solo por ver a sus compañeros tocar la guitarra y cantar. Desde ese momento, el joven de 16 años, ahora de 32, decidió esforzarse y aprender música por su cuenta. “Siempre salía del colegio y mi rutina era almorzar, rápido buscar la guitarra, ensayar, y luego, llegaba retrasado a la jornada de la tarde”, comenta entre risas.

Para este hombre, egresado en el área de música en el 2009 de la Universidad de Pamplona, poder instruir musicalmente a un joven es satisfactorio, “mi alegría al enseñar, es ver todo lo que la música transforma a los estudiantes”. 

Ahora,  para los profesores su finalidad es seguir enseñando a través de ritmos y notas, la importancia del trabajo en equipo, la disciplina y el amor por la música, pues de ello depende la construcción de nuevas melodías en su vida.