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Domingo, 5 Noviembre 2017 - 5:03am

El poder de la heroína: un testimonio impactante

*Alfredo no solo se quedó en el consumo, también se convirtió en jíbaro.

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La vida de Alfredo* es testimonio de todo lo que trae este problema. Tiene 27 años y es heroinómano. Empezó a consumir hace más de una década.  Lo primero que probó fue la marihuana, luego pasó a la cocaína, y desde hace cinco años cayó en el mundo de la ‘H’, como le dicen en la calle a la heroína. Tiene claro que de 100 personas que se inician en el consumo, solo 3 logran salir, y a eso le está apostando desde hace cinco meses, tiempo en el que ha logrado combatir el mono (síntomas que sufren cuando dejan de consumirla). 

Sentado frente a un escritorio en la sede de la fundación donde se rehabilita, este joven, delgado, de ojos oscuros y piel trigueña llena de cicatrices por las peleas callejeras y las marcas de los pinchazos en brazos, manos, tobillos, piernas y cuello, le narró a La Opinión cómo es andar por el mundo de la heroína.

“Empecé con los más bajito, que es la marihuana. Luego me metí con la cocaína, y por último llegué a la heroína. Después de entrar en este mundo, todo fue un desastre. Tenía trabajo y lo perdí, me quedé viviendo en la calle y empecé a robar, porque necesitaba plata para consumir cada vez más”.

A los 20 días de haber probado heroína, Alfredo* intentó salir, pero no pudo. Dos días después de no inhalar la droga, le dolía todo el cuerpo, “sentía un hormigueo por todas partes, estaba desesperado, ese es el mono que da cuando uno deja de consumir. No aguanté y volví a comprar, y ahí me quedé hasta hace cinco meses, cuando inicie el tratamiento de desintoxicación”, señaló.

Al principio, consumía una dosis diaria, pero después subió a dos y así fue incrementando su compra, hasta llegar a entre siete y diez dosis al día. “Comencé a vender todo lo que tenía, hasta no tener nada, ni mí familia, y quedé en la calle. Llegó el día en que inhalaba e inhalaba heroína y no me sentía trabado... Entonces, decidí inyectármela y lo hice hasta tres veces por día... Me volví loco”. 

Desesperado, un día se inyectó cinco dosis seguidas. “La intención era matarme, pero quedé privado y tirado en el suelo. Fue detrás del templo Cristiano de Los Pinos. Estuve insconsciente como 12 o 15 horas... Cuando me levanté, estaba llenó de tierra y hojas. Ahí dije que no quería más esa vida. Primero, me interné en el Rudesindo Soto, donde empezaron a darme metadona; dije que no quería nada de eso y me salí, y llegué a la fundación donde hoy me estoy rehabilitando”

De consumidor a jíbaro

Como sucede con muchos otros casos, Alfredo no solo se quedó en el consumo. También vio la oportunidad de hacerse jíbaro (vendedor), y así ganar dinero y recuperar lo perdido, sin dejar de inyectarse. “Una vez me robé un celular; de esa plata, saqué 50 mil pesos y compré media cochada (8 dosis de heroína). La vendí en un momentico y gané 30 mil pesos. Vi que era buen negocio, pues parte de que tenía para mi consumo, ganaba dinero. Así comencé a vender”, relata.

Poco a poco se convirtió en gran distribuidor, hasta que llegó a monopolizar gran parte de las ventas del centro de la ciudad, consiguiendo alrededor de 20 jíbaros que trabajaran para él. Ante eso, le tocó contratar un par de postes o pulmones (escoltas que a la vez reparten la droga). “Los mandaba a donde los jíbaros para saber cuánta ‘H’ querían; luego pasaban repartiéndola, y más tarde los visitaba para recoger el dinero”, señala.

Días después de estar como vendedor, a Alfredo lo ascendieron y lo pusieron bajo el mando de ‘Douglas’, pez más gordo en la cadena del microtráfico —fue asesinado hace unos cinco meses—. “Ese man se hacía diariamente más de 800 mil pesos, mientras yo alcanzaba a los 450 mil. Él se convirtió en mi patrón. Yo les vendía a los chirretes (drogadictos de calle) y él surtía a los niños ricos y jíbaros por fuera del centro”. 

Así, poco a poco Alfredo se fue dando a conocer, y en menos de tres meses tenía todo el poder en el centro de Cúcuta. “Conocí a quiénes manejaban toda la ‘H’ acá: uno de ellos es David Niño, que está preso, pero el duro de duros es un policía... Ese man dizque maneja un perfil muy bajo y no se deja ver de nadie: solo le sale a la gente que le compra por millones. Lo único que sé es que vive en La Libertad, pero es un fantasma: todo el mundo sabe que existe, pero nadie lo ve”.

*Nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente

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Cristian Herrera

cristian.herrera@laopinion.com.co

Periodista judicial e investigativo. Trabaja en Q'hubo y La Opinión

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